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Encuentro con el punto exacto

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Llega lejos, explora y aprende cosas nuevas.

Disfrutarás alguna.

~MUSTAFA SAIFUDDIN

Cuando ingresé en la universidad, no fui en absoluto “la novata del año”, sino en todo caso “la peor novata del año”. Ésa fue la única vez en mi vida que les gané a todos.

Entre mi agobiante horario de clases, un empleo de medio tiempo y una relación estable, no tenía tiempo para hacer ejercicio. Y por si fuera poco, mi estilo de vida de estudiante hambrienta se prestaba a la perfección a numerosos episodios de comida rápida. Sobra decir que, bajo mi “uniforme” escolar de pantalones deportivos y sudadera, estaba demasiado rolliza.

Casi podría decirse que me especialicé en gordura, con particular atención en la grasa extra.

Después de que me gradué, decidí tomar el gimnasio más en serio. En compañía de un amigo, inicié una rutina regular de subir a la caminadora o a la escaladora. Mi habitual aversión al riesgo me daba grandes satisfacciones con esa rutina. Jamás salía de viaje, comía siempre lo mismo y hacía las mismas cosas. Era obvio que mis rutinas me agradaban. Pero mi amigo se aburrió.

Un día sugirió que practicáramos un deporte.

¿Yo? ¿Un deporte? ¡Para nada!

Desde siempre había sido una persona sin coordinación ni la menor traza de habilidad deportiva, así que me opuse rotundamente a esa idea. No era una atleta y nadie iba a convencerme de lo contrario. Además, me sentía muy a gusto en el gimnasio.

Semanas después, no obstante, mi amigo me persuadió de que pisara una cancha de ráquetbol. Me sentí ridícula mientras sostenía mi raqueta. Antes de que empezáramos el “partido”, le lancé un par de miradas asesinas. Los primeros “duelos” fueron demasiado cómicos. Golpeaba tan fuerte la pelota que la enviaba en todas direcciones menos en la que debía.

Aun así, adquirí un decente nivel de habilidad en esa disciplina. Pero justo cuando comenzaba a soltarme, Probaba gustosamente cosas nuevas, con una sensación de entusiasmo. mi amigo decidió ponerme a prueba otra vez.

—No hacemos suficiente ejercicio. Deberíamos jugar tenis.

Aunque éstas fueron sus palabras, lo que yo oí fue: “Te odio y quiero que sufras. Otra vez”.

¿Tenis? ¡No puedo jugar tenis! ¡Requiere habilidades especiales! ¿Qué parte de “No soy una atleta” no entiendes? Me resistí con obstinación a su nuevo intento de arruinar mi vida.

Pese a todo, semanas más tarde me vi de repente en una cancha de tenis, donde me pregunté por qué se había empeñado en humillarme. Corría con torpeza detrás de cada pelota que me lanzaba, fallaba el noventa por ciento de ellas y lanzaba el resto a los matorrales, la otra cancha o sobre la cerca. Cada vez que jugábamos, perdía al menos una o dos pelotas.

Aun cuando los primeros meses fueron penosos, un día decisivo mi raqueta y la pelota se encontraron por fin, en lo que los tenistas llaman el “punto exacto”. Miré asombrada que mi devolución caía con fuerza en el otro lado de la cancha, casi exactamente donde yo la había dirigido. ¡Al fin había aprendido a practicar bien este deporte!

El tenis se convertiría más adelante en uno de mis pasatiempos favoritos. Lo he practicado con fervor durante años muy felices, sólo interrumpidos por una lesión de rodilla.

Mi camino al dominio del ráquetbol y el tenis me enseñó una lección muy valiosa: que puedo hacer todo lo que me proponga. Y que para que alcance resultados basta con que haga un esfuerzo. Si no hubiera salido de mi zona de confort jamás habría descubierto mi fascinación por el tenis. Ahora probaba gustosamente cosas nuevas, con una sensación de entusiasmo.

Una vez que me atreví a hacer a un lado mi sofocante vida, mi realización aumentó de manera exponencial. Con el paso de los años, probé nuevos platillos, conocí a personas interesantes, practiqué extraños pasatiempos y viajé a lugares hermosos. Abrí puertas que dejaron entrar en mi mundo nuevas y abundantes alegrías.

Cuando descubrí el punto exacto en mi raqueta encontré el punto exacto en mi vida.

~Kristen Mai Pham



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