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Del rock a las ventas

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Camina siempre por la vida como si tuvieras algo nuevo que aprender y así será.

~VERNON HOWARD

Cuando la gente se entera de que trabajé treinta años en el mundo de la música, su primera pregunta suele ser: “¿Conociste a estrellas famosas?”.

¡Por supuesto que sí! Y también a estrellas tristemente famosas y roqueros poco célebres, así como a músicos de country hip-hop, alternativos, de blues, de jazz, folclóricos y clásicos, entre otros.

La industria de la música era en verdad una fiesta interminable, estrafalaria, escandalosa, delirante, magnífica y acelerada, además de demandar mucho trabajo, aunque no lo creas. Aun si la noche anterior nos desvelábamos con el artista que acababa de llegar al #1 en las listas de popularidad, a la mañana siguiente teníamos que estar en nuestro escritorio a las ocho en punto, listos para analizar las cifras de ventas, redactar informes, contratar anuncios, procesar pedidos, poner en marcha campañas de ventas, comunicarnos con el personal y hacer en esencia lo que hace la mayoría de la gente cuando trabaja en las oficinas de una gran corporación.

Según la leyenda, el ramo de la música está lleno de sexo, drogas y rock & roll, pero cuando a mí me contrataron, tuve que firmar un documento que decía que tener sexo y compartir drogas con los artistas garantizaría mi entrada a las filas del desempleo. No me importó firmar ese papel; cuando me inicié en la industria, era la madre soltera de un chico de seis años. Por su bien y el mío, durante toda mi carrera mantuve el profesionalismo en mi trato con artistas, estaciones de radio, periodistas y distribuidores, lo que quizás explique que haya durado tanto tiempo en el medio.

Por encima de cualquier otra cosa, me encantaba mi empleo. Trabajar en la industria de la música era un sueño hecho realidad, y creí que me retiraría de ella cuando llegara el momento.

¿Quién iba a saber que la fiesta terminaría en forma tan abrupta?

En 1999, los archivos compartidos en internet ganaron terreno entre los aficionados. De repente, la música era gratuita. La mayoría de las tiendas de discos cerraron para siempre. Así, las disqueras ya requerían menos personal dentro y fuera de ellas. Muchos compañeros y yo fuimos liquidados entonces.

Por increíble que parezca, después de tres fabulosas décadas me quedé sin empleo. Tenía cincuenta y ocho años de edad y estaba obligada a reinventarme.

Dado que me gustaba escribir y había tenido cierto éxito como autora freelance, es lógico que haya ido a dar al periódico local, lo que en definitiva resultó desastroso. Aunque no me ofrecieron un puesto como reportera sino como representante de ventas, lo acepté, con la esperanza de que más tarde incursionaría en el área de mi interés. Desde el primer día me hice de enemigos: llegué a las instalaciones en mi flamante Jaguar dorado. El personal entero desconfió de mis intenciones y los vendedores protegieron celosamente sus esmerados territorios contra la odiada “Miss Jaguar”. Por desgracia, la situación no mejoró nunca, así que me mudé a una editorial. Ahí también hallé un panorama muy distinto del que yo conocía, así que me sentí incómoda y fuera de lugar. Abandoné mi puesto varios meses después.

Estaba sola en un mundo en transformación, sin una brújula que me guiara ni una estrella que seguir.

Luego de haber sido la niña prodigio de la industria de la música, ahora era una vieja marginada a la que nadie quería.

Mientras trataba de encontrar mi nuevo espacio, falleció mi madre, quien era mi principal defensora y animadora. Esto dejó en mi alma un gran vacío y me causó tal sufrimiento que apenas podía respirar.

Tras la muerte de mi madre, no sabía cómo proseguir. Mis padres se habían marchado, mi cabello encanecía, mi hijo era ya un adulto con su propia familia y yo estaba sola en un mundo en transformación, sin una brújula que me guiara ni una estrella que seguir.

Descubrí entonces el universo de las ventas.

Debía haber supuesto que esa área me atraería. En lugar de una casa de muñecas, de niña había tenido una tienda Sears, con pequeños mostradores rebosantes de mercancías y muñequitos de plástico que recorrían los pasillos.

Por fin conseguí trabajo en una tienda de descuento donde se vendía ropa para mujeres y hombres, artículos para niños, utensilios para el hogar y otras maravillas. Este empleo me vino como anillo al dedo, y por fortuna aún lo conservo.

Mis jefes son tan jóvenes que podrían ser mis hijos, pero les simpatizo y aprecian mi trabajo. Me encanta descargar los camiones. Adoro ordenar los exhibidores. Me fascina desempacar y acomodar prendas de vestir, platos, ollas, flores artificiales y velas. Soy muy buena para ayudar a los clientes; entiendo sus preocupaciones. Me gustan la agitación, el bullicio, los diez mil pasos de cada turno y el ejercicio que hago cuando enrollo tapetes pesados y cargo cajas gigantescas. El proceso entero, todo lo relativo a las ventas, me hace muy feliz, y a mi edad ser feliz es la meta por antonomasia.

Hace unas semanas, una amiga me preguntó si extraño la industria de la música. Sí y no. Mi empleo ahí fue grandioso mientras duró; me encantó trabajar con artistas y contribuir a su éxito. Pero eso sucedió hace mucho tiempo, y en ese entonces todos éramos muy jóvenes. Creo que ahora estoy justo donde debo estar y que disfruto de una nueva fase de mi vida, sin lamentos y con grandes aspiraciones. La verdad es que la vida no termina cuando cae el telón del primer acto. Ten la seguridad de que siempre habrá un segundo acto… y muchos más.

~Nancy Johnson



Caldo de pollo para el alma. El poder del SÍ

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