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Un año de cosas nuevas

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La felicidad aparece cuando dejas de esperar que tu vida empiece de verdad y sacas el mayor provecho de cada momento.

~GERMANY KENT

El año que cumplí cincuenta, decidí que haría algo nuevo cada día. Cuando se lo cuento a alguien, invariablemente me pregunta cuál de esas “cosas nuevas” me agradó más. Todos suponen que hice algo excepcional y asombroso, como mudarme con mi familia a un lugar exótico o aprender a volar un helicóptero. Y es inevitable que se decepcionen cuando les digo que lo que más me gustó fue haber hecho algo nuevo cada día durante un año completo.

No siempre me fue fácil equilibrar trescientas sesenta y cinco cosas nuevas con el trabajo y la familia, y no dejar de lavar la ropa ni tener lista la cena cada noche. En las primeras semanas del proyecto, era común que a las 11:45 de la noche me devanara los sesos en busca de algo nuevo que fuera capaz de hacer en quince minutos. Por suerte, resultó que muchas de las cosas que no había hecho nunca podían completarse en un breve periodo. Hice mi primer sudoku. Me inscribí a un curso de italiano en internet. Fumé un puro. Me enchiné las pestañas.

Con el paso del tiempo, me di cuenta de que era más fácil que mantuviera abiertos los ojos a las posibilidades que me rodeaban. Resultó que había cosas nuevas por todas partes y que me bastaba con hacer un pequeño esfuerzo para disfrutarlas. Así, un sábado muy frío, en el que en condiciones normales me habría quedado acurrucada en casa con un libro, me abrigué y asistí a un Festival de Hielo. Una mañana me levanté a una hora demencialmente temprana para ver una luna de sangre. Celebré con mi cachorro el Día Nacional del Perro.

Mis amigas no tardaron en saber que estaba abierta a prácticamente cualquier cosa que pudiera considerarse nueva, y empezaron a lloverme invitaciones, no sólo de ellas sino también de otras amigas suyas. Fue así como viajé en un trineo tirado por perros, contemplé las estrellas en el parque High Line de Nueva York y comí con Antonia Lofaso, celebridad de Top Chef; asistí a un desfile de modas de la Fashion Week y conocí a Gilbert King, autor galardonado con el Premio Pulitzer. Además, acudí a incontables conferencias sobre todo tipo de temas que antes no habría juzgado útiles ni interesantes, y encontré algo apreciable en cada una de ellas.

En lugar de “¿Por qué?” me preguntaba “¿Por qué no?” y convertí “sí” en mi respuesta permanente.

Cada vez que me enteraba de algo especial, me forzaba a perseguirlo. En lugar de “¿Por qué?” me preguntaba “¿Por qué no?” y convertí “sí” en mi respuesta permanente. Cuando supe que un grupo de mi localidad intentaría entrar en el Guinness Book of World Records por lograr que un número nunca antes visto de personas saltaran en trampolines elásticos, me inscribí de inmediato. El día del evento amaneció frío y lluvioso. Ninguno de mis amigos ni familiares quiso acompañarme para constatar mi proeza, pero cuando llegué a la sede encontré a cientos de personas tan entusiasmadas como yo. Saltamos más de una hora, estimuladas por el ejercicio y la satisfacción de que hacíamos algo extraño pero maravilloso.

Una gran cantidad de mis cosas novedosas tuvo que ver con la comida: probé el jabalí, comí ortigas, probé las grosellas, bebí Limoncello, hice pesto y hummus en casa, preparé una pizza de cabo a rabo. Descubrí que las berenjenas tailandesas no se parecen a ninguna otra que hubiera visto alguna vez; son verdes y redondas, aunque la pulpa se ablanda al cocerse, como la de una berenjena común. Descubrí que los rábanos asados no me gustan más que los crudos, pero que adoro la maracuyá en todas sus formas.

Al mirar atrás, no me importa que muchas “cosas nuevas” de ese año no hayan sido del todo relevantes. Lo que cuenta es que descubrí que había un número infinito de cosas que podía probar. Esto me pareció una señal innegable de que, a los cincuenta años, mi vida era exuberante y estaba llena de promesas. Yo podía seguir creciendo, desplegar las alas y aprender cada día del resto de mi existencia. Disfruté la idea de cambiar de parecer, hacer un esfuerzo mental y salir de mi zona de confort. Por sí solo, esto me dio un motivo para recibir cada día como una oportunidad de experimentar el mundo de una forma levemente distinta, de contrarrestar lo fácil, predecible o monótono.

No puedo todavía volar un helicóptero. ¡Pero ya aparecí en un libro de los récords mundiales Guinness!

~Victoria Otto Franzese



Caldo de pollo para el alma. El poder del SÍ

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