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IX.

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Lento, mudo, cargado con el peso de inefables sufrimientos, fué á sentarse D. Carlos ante la mesa y permaneció con la frente apoyada entre ambas manos.

Algo terrible pasaba en su corazón.

De repente se paró, dió vueltas á largos pasos en toda la extensión del cuarto hablando palabras ininteligibles y volvió á sentarse con señales de fatiga y amarga melancolía.

Luego escribió velozmente algunas líneas en su cartera y volvió á pararse oprimiéndose la cabeza, como si quisiera detener sus ideas arrebatadas por el huracán del desvarío.

Irguiéndose con penoso esfuerzo, exclamó:—¡Llorar y sufrir!...... Esta es la vida...... ¿Para qué se vive? ¿De qué sirve el amor puro y honrado?......

Sentóse otra vez y estuvo más de una hora con la frente caída como si se inclinara bajo la enormidad de un gran suceso.

A veces lloraba con la sencillez de un niño y otras con el estrépito de un desesperado.

Su alma ya no podía soportar el combate de pasiones por largo tiempo sofocadas.

Cuando anocheció fué un criado á poner luz en la mesa y le preguntó si algo se le ofrecía; pero D. Carlos no dió señales de haberle oído.

María Luisa, Leyenda Histórica

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