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XII.

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El sacerdote aproximándose á la mesa se inclinó profundamente, colocó el cáliz á los piés de la imagen y alzó los ojos al cielo exclamando con aire de inspiración:

"Llego ante el altar de Dios que me rejuvenece y me consuela........."

"Quiero bañar mi corazón en la fuente de la vida....."

"Alma mía...... ¿Por qué estás triste?......"

"Yo, pecador, me confieso y me arrepiento...... ¡Dios mío!...... Tened piedad de mí...... Por mi culpa, por mi culpa......"

—¡No, Padre, yo no tengo la culpa!—gritó D. Carlos parándose y volvió á sentarse arrepentido de haber hablado.

El Padre continuó:

"Gloria á Dios en el cielo y paz en el alma conturbada de la pobre humanidad......"

Luego fué á un lado del altar y después de examinar la carta que para él vió en la mesa, abrió el libro de los sellos de oro y leyó en voz grave, dirigiéndose á D. Carlos:

"No hay corazón que no tenga una herida oculta."

"La sed de felicidad que sin cesar está devorando á la familia de Adán, solamente se apaga con el llanto derramado en el seno de la religión."

"El hombre es un viajero que camina de dolor en dolor...... vive como las flores y pasa como las sombras..... sus días están contados en el libro de la eternidad y no le es permitido extinguir el aliento de la vida."

Pasando al otro lado volvió á leer:

"¡Cuán penoso es el sendero del error!...... ¡Qué obscuridad en la noche de la duda!...... Las pasiones mal dirigidas hacen verter muchas lágrimas y dejan para siempre un rastro de fuego en el corazón. El pobre corazón humano, mezcla de oro y de escoria, fué formado para el amor purísimo del cielo; pero con frecuencia se mancha con el fango de la tierra...... La barca del pescador se pierde en el mar si se ocultan los luceros y el alma tropieza en los arrecifes del mundo cuando se olvida de Dios y de sus leyes......"

El fresco ambiente que llegaba del jardín, los aromas esparcidos por las flores, el suave chispear de las antorchas, el misionero rezando cargado de días y de experiencia y el joven lleno de vida y de pasiones, que apuraba las agonías del alma, ofrecían una escena de conmovedora sublimidad.

María Luisa, Leyenda Histórica

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