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VI.

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Desde luego notó el buen Padre que su amigo había cambiado mucho en los doce meses que dejó de verle.

Ya no era el joven alegre cuya conversación animadísima revelaba un espíritu ilustrado y un corazón generoso.

En sus palabras áridas y sus ojos anegados en sombras de tristeza, encontraba los síntomas de un pesar oculto; mas no se atrevió á inquirir la causa de su situación.

Los otros comensales, menos prudentes que su jefe, le dirigían preguntas que D. Carlos contestaba con monosílabos, al mismo tiempo que adusto y cabizbajo, apenas probaba de los platos que le ofrecían.

Estrechado por un religioso para que le diera informes respecto á su malestar, le contestó con acento melancólico:—Sí, Padre, me hallo enfermo.........—y volviéndose al Guardián, concluyó en voz baja:—enfermo del alma.

Pero repentinamente, haciendo esfuerzos para mostrarse agradecido y complaciente por las atenciones con que lo distinguían, dijo para sí:—¿qué culpa tienen estos buenos padres de lo que yo padezco?—y les dirigió la palabra en tono festivo, contándoles algunos episodios de su viaje, mezclados con anécdotas y epigramas, que agradaron mucho á la comunidad.

María Luisa, Leyenda Histórica

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