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XIII.

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D. Carlos continuaba con la cabeza inclinada y los brazos cruzados en actitud de contener las palpitaciones de su corazón; mas repentinamente se arrodilló cubriéndose el rostro con las manos.

Había escuchado al Padre, que alzando el cáliz, decía muy conmovido:

"Esta Víctima, tan pura como el inocente Abel, yo la ofrezco por mi vida...... por mi madre...... por la salvación de mi alma......"

Después de un intervalo de recogimiento y adoración profunda, el celebrante rezó el Padre nuestro, mas cuando dijo: perdónanos como nosotros perdonamos, alzó D. Carlos su ardorosa frente y con acento de febril resolución gritó:—No, Padre, yo no perdono...... me es imposible perdonar......

El Padre leyó una vez más en el libro de la sabiduría:

"¿Qué importan las injusticias de los hombres, si es tan corta la noche de la vida, que de un momento á otro hemos de contemplar el sol eterno de la eterna justicia?"

"El más sabio, el más justo, el más santo de los hombres, el Hijo de Dios, vino á la tierra para sufrir y perdonar...... Amó á los pobres, curó á los ciegos, sanó á los enfermos y resucitó á los muertos...... pero los ciegos, los enfermos y los ingratos exclamaron: ¡Que muera! Y fué crucificado...... Mas en el instante supremo del martirio, le dijo á su Padre: Perdónalos......... Y murió por culpas nuestras."

Al oir estas sublimes palabras, D. Carlos hacía esfuerzos para contener su llanto y pronunciaba frases incomprensibles, exhalando sordos gemidos.

Por fin se resolvió á perdonar, á esperar y pedir......

Oró con la devoción del creyente y el fervor del náufrago.

Pronto se sintió menos fatigado, porque la oración es el alimento del espíritu y hay muchos dolores que sólo se calman con el bálsamo de la plegaria.

El Padre había vuelto á cubrir el cáliz y contemplando cariñosamente á su amigo, le dijo:

—Adiós; he cumplido mi palabra y dejo á Ud. muy bien acompañado.

El joven abrazó al bondadoso anciano contestándole:—No, Padre, no me deje Ud. solo... Está hundido mi corazón en un abismo de pasiones...... Me quedo en el convento, pero...... necesito decirle todo lo que sufro y depositar en su seno mi pasado y mi dolor.

—En el seno de Dios que todo lo sabe y todo lo perdona,—repuso el Padre con acento convulsivo abrazándole también.

Una ráfaga de viento apagó las velas y la celda quedó en completa obscuridad.

María Luisa, Leyenda Histórica

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