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A. Orígenes de la «Civitas» romana

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Existen noticias comprobadas acerca de asentamientos muy antiguos de poblaciones de lengua indoeuropea en la zona central de la península itálica llamada Latium. Uno de estos núcleos poblacionales se habría asentado en las colinas del Palatino y el Esquilino (con posterioridad Roma se extendería en torno a siete colinas junto al río Tíber, a unos 35 km de su desembocadura en el mar Mediterráneo).

La tradición histórica, cuestionada en buena medida por las modernas investigaciones, nos dice que los gemelos Rómulo y Remo, que entroncarían con descendientes de familias troyanas, habrían fundado la ciudad de Roma trazando un cuadrilátero que delimitaría los confines sagrados de la urbs. Rómulo sería el primer rey, proclamado después de haber dado muerte a su hermano por haber violado dichos confines. A Rómulo le sucederían otros seis reyes que completarían el conjunto de siete reyes de la Monarquía romana.

La tradición se refiere a tres grupos étnicos: latinos, sabinos y etruscos, que protagonizan la primitiva historia de la comunidad de Roma, que se asienta en una economía agrícola y ganadera y constituye uno de los múltiples ciudades– estado de la antigüedad. En su conjunto, la península itálica es un inmenso mosaico de pueblos mediterráneos e indoeuropeos. La primitiva urbs evolucionaría de forma progresiva hacia la fórmula de la civitas romana, conforme al modelo de la polis de estilo griego, que encuentra su desarrollo en la configuración de la República romana.

La lengua de los latinos, el latín, de la que derivan en forma directa, entre otros idiomas, el castellano, el catalán y el gallego, se convirtió, gracias al apogeo político de Roma y a ser gramaticalmente la de mayor riqueza y perfección técnica, en el idioma más utilizado de la antigüedad y fue durante veinte siglos la lengua culta por excelencia. A su vez, el idioma latino procedería del griego.

Los latinos y los etruscos se caracterizan por el rito fúnebre de la cremación o incineración, mientras que los sabinos practican el rito de la inhumación, de humus-tierra, de los cadáveres. Los primitivos cristianos, probablemente influidos por el judaísmo y por la creencia en la resurrección del alma, eran contrarios a la cremación, cuya práctica se prohíbe por los emperadores cristianos y no era seguida, por otra parte, por la mayoría de los pueblos de la antigüedad, egipcios, griegos, fenicios, chinos, persas etc..

La etnia etrusca actúa como transmisora de la cultura helénica. En materia de religión, constituye una influencia etrusca el culto a los tres dioses del Capitolio: Júpiter, Juno y Minerva. Asimismo, procede de los etruscos la costumbre de examinar las entrañas de los animales, los fenómenos atmosféricos o el canto, el vuelo y el apetito de las aves, a los efectos de conocer la voluntad de los dioses en relación con la oportunidad de realizar actos de carácter político o militar. La competencia en el arte o técnica de la adivinación se atribuía a los augures. El resultado de la consulta de la voluntad de los dioses se denominada auspicio, auspicious.

Roma se habría, pues, configurado como una ciudad-estado de unos 12.000 habitantes, con un reducido territorio estatal de unos 150 km2, cuya vida política y tráfico económico se desarrollará dentro del suelo urbano que estaría rodeado por una muralla.

Con el paso de los siglos, Roma pasaría de ser un estado-ciudad, a ser un Estado con un gran territorio fuera de las murallas, primero a costa de alianzas o anexiones de las comunidades vecinas, lo que supuso la expansión por el centro y posteriormente a lo largo de toda la península itálica. Las guerras púnicas con Cartago, ciudad ubicada en el actual territorio tunecino, extienden la soberanía de Roma fuera de Italia. En todo este proceso, el poder romano no sólo cabe estudiarlo como dominador de pueblos, sino también como civilizador y transmisor de cultura propia y de cultura helénica.

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