Читать книгу Morir en el silencio de las campanas - Cecilia C. Franco Ruiz Esparza - Страница 13

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Testamento

Es de tarde, las nubes se han amontonado sobre la ciudad hasta uniformar el cielo en un tono blanquecino. Un poco más allá la negrura promete que, al anochecer, una tormenta caerá sobre azoteas, calles y patios limpiando el polvo y los miedos acumulados.

Lupe le pide a Inés que llame a su hermano Porfirio. Que le pida que venga a verla, que tiene un pendiente con él. Inés sabe de lo que se trata. Lupe le confía “cosas” que a nadie más le dice. En verdad Inés es muy discreta.

Terminando la comida, la dama de compañía de la señorita Lupe le solicita al sacerdote que vaya a ver a su hermana, que lo está esperando para hablar con él de algo importante. Él la mira fijamente, intrigado por el tono con que habla María Inés, pero no pregunta. Le pide a Sebastiana que le lleve el café a la pieza de su hermana. La sirvienta lo sirve de inmediato y camina con la charola detrás de él para no estorbar. Al padre Porfirio no le gusta que lo interrumpan. Entra una detrás del otro, le sirve la taza de líquido negro, denso, humeante y aromático, preparado con granos traídos de las cafetaleras veracruzanas.

–Dicen que el café disipa el dolor y las tristezas –susurra Lupe–.

–Eso dicen –responde el hermano mientras da un sorbo a su taza–.

–Si así es, debería yo beber café todos los días.

El sacerdote clava la mirada en la taza de porcelana y luego pregunta:

–¿Me has mandado llamar?

–Sí. Quiero hacer mi testamento. Ya va siendo hora de empezar a dejar todo en orden. Manda traer por favor a un notario y tres testigos.

–¿Ya pensaste a quienes? –pregunta Porfirio–.

–Trae al Lic. Lorenzo Padilla Iturbide y a nuestros vecinos y amigos, los hermanos Díaz Infante, a Salvador y al Ing. Rafael, que ahora vive en la calle de Zaragoza, tú lo sabes.

–¿Te parece que mande llamar al notario Carlos T. Maceira?

–Tú decide quién. Confío en ti. Te pido que de ser posible sea hoy mismo –insiste Lupe con tono tajante–.

Porfirio le pregunta a su hermana si ya tiene claro a quién heredará, y ella le contesta que sí y que depositará toda su confianza en él para que dé cabal cumplimiento a su última voluntad.

Aquella tarde, antes de que cayera la tormenta, llegaron los abogados y los hijos de don Manuel Díaz Infante Gómez Portugal a la casa de Allende, se instalaron en la sala y esperaron a que llegara la señorita Guadalupe. Momentos después llegó ella, ayudada por el padre Porfirio e Inés, quienes se retiraron en seguida. Lupe testó en partes iguales a los tres hermanos que seguían viviendo en la casa. A José, Porfirio y Mercedes les legó su parte de la herencia que le dejaron sus padres. A Inés le dejó $200.00 pesos, los cuales deberían entregársele libres de todo gasto. A Porfirio lo nombró Albacea.

Morir en el silencio de las campanas

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