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1.4. PROCESO DE ESTIGMATIZACIÓN

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Solomon25 llama la atención sobre las similitudes estructurales en las atribuciones peyorativas que se van asignando a los individuos pertenecientes a grupos estigmatizados (bien sean “locos”, criminales, gays, pobres o brujas). Básicamente: Se subraya el negativo papel social que juegan; se les atribuyen características físicas repugnantes; se hace énfasis en que no encajan en la realidad mayoritaria y por ello han de terminar ingresados en guetos o instituciones. Así ha ocurrido con los judíos, no sólo en la Alemania nazi, también en la Europa de los siglos XII-XIII cuando su papel de intermediarios económicos les fue salpicando de atributos peyorativos; las “brujas” que habitaban los límites de las poblaciones y los de los mundos real y fantástico con todo el imaginario que se les fue atribuyendo; los herejes, habitantes de la tierra de nadie tanto en sus convicciones religiosas como en sus comportamientos éticos; las diversidades relacionadas con aspectos sexuales (identidad, orientación) en contextos con ideas sobresimplificadas al respecto. A todos se les fueron atribuyendo aspectos físicos que justificaban el rechazo: sucios, con una sexualidad antinatural y atributos más cercanos al reino animal, instintivo, que humano, etc.; y, claro, el proceso de marginación en forma de creación de guetos o de institucionalizaciones varias aparece como lógico: se les aísla aparte, lejos de la sociedad homogénea, tal vez marcándoles con ropa especifica incluso exponiéndoles en espacios públicos para mayor escarnio. Esto es repite en diferentes momentos históricos y culturales, se trata de un patrón cognitivo-social habitual en el que los estigmas representan características devaluadas, alejamientos de lo que se considera la normalidad antropológica que no es otra que la concepción del grupo dominante.

Es importante, subrayar que el funcionamiento del sistema cognitivo humano forma parte esencial en el proceso de estigmatización26; ya hemos mencionado cómo el mecanismo cognitivo de estereotipación es un básico adaptativo. Además, tiene un componente de aprendizaje social, se transmite y se acepta bien porque facilita la captación de la realidad. En esa transmisión social, a la dimensión cognitiva se le suma una reacción emocional asociada: evitación, vergüenza, desagrado, miedo, etc. Todo esto se comprende a la luz de la naturaleza relacional del ser humano y, por tanto, su necesidad de pertenencia a un grupo, de sentir que uno encaja. Eso nos fortalece frente a potenciales amenazas. Así, se puede afirmar que todo proceso de socialización incluye un cierto sometimiento cognitivo subliminal por el que, de modo inadvertido, uno asume como verdad una serie de datos que se incorporan acríticamente al haber de conocimientos del sujeto. Esos presuntos saberes son enormemente resistentes al cambio porque están inscritos en lo más profundo del psiquismo y es así porque, en su momento se trató de una cuestión de supervivencia. El problema principal aparece cuando alguno de esos “saberes no pensados” son prejuicios estigmatizantes y, evidentemente, redundan en algún tipo de daño sobre otros. Eliminarlos no es tarea sencilla, pero, sin embargo, es una labor indispensable si se desea construir sociedades con mayores cotas de libertad y, por tanto, de pluralidad. En un escenario ideal, esta recomposición cognitiva sería tarea de la educación en valores, siendo la aceptación de la diversidad antropológica uno de ellos, para dar a los individuos en desarrollo la oportunidad de ampliar sus marcos referenciales, reconduciendo las pre-concepciones que terminen estigmatizando al otro. Esto no siempre es posible porque son muchas las fuerzas que intervienen para generar grupos de poder. Los estigmas desaparecen cuando no es necesario justificar la exclusión social y la segregación como bien destacó hace mucho tiempo Zola27.

Dignidad y equidad amenazadas en la sociedad contemporánea

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