Читать книгу Dignidad y equidad amenazadas en la sociedad contemporánea - Clara Martínez García - Страница 18
2. EFECTOS SOCIALES DEL PREJUICIO ESTIGMATIZANTE 2.1. RESPETO HUMANO Y DISCRIMINACIÓN
ОглавлениеEl paso del estereotipo al prejuicio estigmatizante y de ahí a la discriminación es fácilmente comprensible. Discriminar, desde el punto de vista de la psicología social, es trata a las personas de modo diferente basándose en algún atributo personal o en su pertenencia a un colectivo. Obviamente, la discriminación puede ser positiva o negativa, pero es esta segunda la que ha despertado más interés científico dada su potencialidad para dañar tanto a individuos como a sociedades; hablamos del trato injusto que una persona puede sufrir por causa de su raza, clase social, situación económica, orientación sexual, etc. Aunque hay prejuicios positivos32, se habla de “buena predisposición hacia”, lo habitual es que el campo semántico de la palabra se refiera a aspectos negativos; tener prejuicios suele significar siempre mirar de modo sesgado y suponiendo algún aspecto reprobable en el otro. Es curioso cómo se contrapone a “respeto” por cuanto esta segunda palabra se utiliza como indicativo de estima, valoración o consideración del otro; también expresa una cierta contención antes de insultar, dañar o interferir en sus vidas.
En toda situación relacional un sujeto puede verse dejado aparte, por razón de un prejuicio estigmatizante dirigido hacia el colectivo al que ese individuo pertenece, esto sin tomar en consideración el grado en el que el estereotipo colectivo se puede atribuir a ese individuo. La discriminación se puede manifestar de múltiples modos y en todos los niveles sociales, pero siempre afecta a las relaciones de un individuo con otros, con organizaciones o con el contexto sociocultural; la prisión del prejuicio discriminante es muy difícil de desvelar y, con frecuencia, sólo se puede salir de ella transformando sociedades.
Prejuicio se opone a respeto y pluralidad. El respeto por la dignidad humana implica respeto por sus diferencias, un rasgo tan fundamental como las similitudes. La percepción prejuiciosa menoscaba el respeto por el otro en su individualidad y niega, en menor o mayor medida, la pluralidad. Dice Anna Arendt33: “Si los hombres no fueran iguales, no podrían entenderse ni planear y prever, para el futuro, las necesidades de los que llegarán después. Si los hombres no fueran distintos, es decir, cada ser humano diferenciado de cualquier otro que exista haya existido o existirá, no necesitarían el discurso ni la acción para entenderse. Signos y sonidos bastarían para comunicar las necesidades inmediatas e idénticas”. Verdaderamente, la identidad de cada individuo no se agota en las definiciones que se puedan dar de ella ni en sus roles y funciones sociales (hombre, mujer, homosexual, blanco, negro, etc.). El auténtico respeto a la diferencia se basa precisamente en la imposibilidad de definir al otro de un modo completo debido a su inconmensurabilidad intrínseca34.
Qué es el respeto y quién se lo merece son preguntas esenciales en la vida social. Esto lo entienden bien quienes sufren o han sufrido de exclusión social o de algún tipo de tratamiento a largo plazo que menoscaba su dignidad. Huo y Binning35 muestran cómo la presencia/ausencia de respeto por parte de personas significativas, tiene impacto directo sobre aspectos significativos de la psicología de las personas. Particularmente, alude a cómo la vivencia de sentirse respetado como persona, con los atributos que le caracterizan a uno en su individualidad, impacta directamente en: la autoestima, en cómo uno elige (o no), vincularse y comprometerse con la vida social inmediata o en el bienestar integral del individuo. Un muy interesante itinerario que una vez más nos muestra que el ser humano, en su radical relacionalidad, no puede vivir aislado de otros y del impacto que la opinión y el trato de otros significativos tiene sobre los aspectos más rutinarios y sencillos de la vida.
Sobre la base del respeto es donde se construyen los actos de confianza mutua, la inclinación a atender a las necesidades de los demás, el estar abiertos a sus requerimientos, aceptar y dar disculpas, etc.36. Dice Sennett37, en un célebre ensayo, que actualmente hay una sorprendente escasez de respeto y se pregunta ¿por qué habría de escasear algo que no cuesta nada? La falta de respeto no es tan agresiva como un insulto enunciado, pero es, igualmente, insultante porque con la falta de respeto no se concede al otro reconocimiento, no se le ve como un igual cuya presencia importa. Hemos de preguntarnos por qué esto es así, dado que está en la base de toda desigualdad; la primera intuición es que todo pivota sobre una comparación la que se produce entre la autoevaluación, la interpretación que uno hace de sí, y la que hace de los demás. Desde la psicología sabemos de los sesgos cognitivos, dos de los cuales son la idealización y la devaluación. Cuando uno se autoevalúa viendo sólo lo positivo y valioso al tiempo que percibe en los otros sólo lo contrario se da una seria dificultad en el ámbito del reconocimiento porque la impresión es que más allá de uno mismo hay mucha imperfección ahí afuera. A este respecto, Byung-Chul Han38 afirma que se nos están escapando de las manos los tiempos en los que existía el otro. La otredad como misterio, seducción, eros, deseo, infierno o dolor, va desapareciendo y todo va siendo invadido por la, presunta, positividad de lo igual con lo que uno se identifica y exige a los demás que también lo hagan.
Dentro de ese solipsismo, narcisismo si se prefiere, hay un imperativo que se va abriendo camino: la autenticidad. Algo que, en su versión contemporánea, se hace a costa de una hipervigilancia del self, un no perderse de vista para no descuidarse y dejar de ser “uno mismo” por incorporar el discurso o el gusto de otro. Estamos ante una “coerción narcisista”39 donde el yo se auto vigila para tener la fantasía de que uno es el único autor de su propio yo; algo, claramente, imposible dada la constitutiva naturaleza relacional de la mente humana. Las relaciones a través de las redes sociales son mera caja de resonancia donde, en realidad, se ha eliminado toda alteridad, lo que contradice al propio ego; y esto es un error enorme porque se produce un solipsismo inadvertido disfrazado de sociabilidad cuando sólo es un juego de múltiples espejos donde sólo se encuentra lo propio. Conexión no es relación; relacionarse implica poner el propio ego en suspenso y permitir que el otro tenga algo que decir, algo que cuestionar. En la relación se da una mutua influencia porque el otro siempre es diferente siendo igual.
Claramente el respeto al que aluden Byung-Chul, Sennett o Arendt se ve menoscabado por el prejuicio discriminante que marca indiscriminadamente ubicando a los marcados en posición de inferiores y repudiables.
De todo esto es plenamente consciente la ONU, cuando hace la “Declaración Universal de los Derechos Humanos”40. Ahí vemos reflejadas algunas de las posibles causas de discriminación política o social para luego afirmar que ninguna de estas razones puede ser razón para sostener discursos o actuaciones donde se ubique en situación de inferioridad a algunos individuos (o sus colectividades). Aun así, cuando examinamos nuestras sociedades encontramos abundantes abusos de los proclamados derechos humanos. En palabras de Coderch41 “En las sociedades postmodernas la importancia del otro ha declinado, la competencia ha creado sujetos aislados que compiten para tener mayor poder, una mejor posición económica. El espíritu de solidaridad y de compartir ha disminuido”.