Читать книгу Dignidad y equidad amenazadas en la sociedad contemporánea - Clara Martínez García - Страница 19

2.2. PREJUICIO ESTIGMATIZANTE, VICTIMIZACIÓN Y EXCLUSIÓN

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En su clásico estudio sobre la victimización de los más débiles, Schepherd42 habla de las “víctimas de la vida cotidiana”. Pone de manifiesto que ser víctima no depende, necesariamente, del grado de visibilidad del trauma sufrido, tampoco del reconocimiento oficial del acontecimiento, ni tan siquiera del nivel de conciencia que la persona pueda tener de su condición de víctima, en el caso que nos ocupa, verse estigmatizada.

Efectivamente, hay estructuras sociales consolidadas, incluso culturas, que conllevan un prejuicio estigmatizante sobre algunos de sus miembros y les somete a un proceso de traumatización inadvertido; tanto para las víctimas como para los victimarios. Por eso, indica Schepherd, es importante abrir procesos de revisión de los valores y otros implícitos que laten tras algunos sistemas sociales consolidados, aunque aparentemente no pareciera haber razones claras para ello. El racismo, el sexismo, la homofobia o la aporofobia son sólo algunos de los patrones culturales que podemos heredar inadvertidamente. Peter Berger43 subraya la paradoja de que los individuos son los creadores de la cultura y, al tiempo, sus víctimas potenciales. Producimos estructuras sociales porque, a diferencia de otros animales, nuestra genética no nos permite manejar nuestras propias dificultades individualmente; comenzando por el proceso de maduración física y siguiendo con todos los procesos de inculturación y aprendizaje, necesitamos unos de otros. Generamos patrones relacionales, que pasan de generación en generación y pueden contener aspectos victimizantes en la vida cotidiana. Es cierto que el nivel de sufrimiento y trauma observable que suponen estas rutinas es mucho menor que los crímenes más evidentes, sin embargo, esta victimización rutinaria va causando la aparición de grupos sistemáticamente maltratados con sus individuos inadvertidamente traumatizados, impactados en su desarrollo psíquico y relacional. Las estructuras sociales, más allá de su innegable valor al servicio del individuo, pueden imponer en el sujeto psíquico definiciones de sí mismos y/o de su posibilidad relacional que pueden ser un auténtico vínculo victimario-víctima muy difícil de abordar y superar.

En este punto de la victimización inadvertida, resulta pertinente rescatar el concepto de la “violencia cultural” propuesto por Galtung44, uno de los fundadores de los estudios sobre la paz y la resolución de conflictos. A su juicio, esta violencia está ahí producida por una cultura expresada en una organización económica y política aunque no siempre se pueda observar como un acontecer activo y deliberado. De ahí surge una distribución desigual del poder que da como resultado un desequilibrio en las oportunidades de unos y otros ocasionando gran discriminación e injusticia social. En ese marco, los individuos y grupos estigmatizados se quedan en segundos y terceros planos con menor protección y garantías sobre las necesidades individuales y colectivas, tanto en lo referido a salud y trabajo como al derecho a una presencia digna en la cultura en la que se mueven. Un gueto invisible pero muy real.

Pensemos en la propuesta de la politóloga alemana Noelle-Neumann45 al hablar del control y manipulación social que puede ejercer la opinión pública. Expone su teoría de la espiral del silencio una metáfora gráfica para aludir a cómo las personas adaptan su manera de comportarse a las opiniones predominantes en su contexto social, también adaptan sus conductas en función de si son consideradas más o menos aceptables por el contexto; de modo más o menos consciente el individuo pasa todo el tiempo “sondeando” el clima de la opinión pública para determinar qué opiniones y conductas son las apropiadas o no. La metáfora de Noelle-Neumann es muy iluminadora, utiliza la figura de una espiral decreciente para significar que aquellos que tienen opiniones o sentires minoritarios van viéndose anulados por el aumento exponencial de las opiniones y sentires mayoritarios que se van volviendo exponencialmente dominantes en una especie de contagio acrítico. Cuando una opinión es tenida como prevalente, otras sensibilidades serán rechazadas, más allá de lo acertadas que sean, devaluando y denostando a quienes se atrevan a mantenerlas; de ahí el silencio de estas minorías, tal vez, acertadas.

El sistema cognitivo humano, a lo largo de su desarrollo evolutivo, trata de minimizar las ansiedades de origen interno o externo46. Cuando un individuo se ve socioculturalmente constreñido en sus opiniones y/o conductas, no es extraño que aparezca una cierta disonancia cognitiva: tensión o disarmonía interna fruto de un conflicto entre ideas, las propias y las que entiende que debería tener. León Festinger47 describe, ya en 1957, cómo este conflicto entre ideas incompatibles se suele manejar generando ideas y creencias que minimicen esas contradicciones, buscando racionalizaciones que justifican lo que, de modo inadvertido, siente como un traición a sus propios planteamientos (“las uvas están verdes”, “algunas cosas son necesarias para beneficio de la paz social”, “no es necesario exponer las propias ideas o quien uno verdaderamente es a quienes no pueden entenderlo”…etc.). El resultado es un modo de ser y estar social en el que el individuo, por acomodación a la opinión social, termina por renunciar a lo que podría pensar y ser si realmente fuera libre.

Estudios contemporáneos como los desarrollados por Guilbeault y colaboradores48, confirman este fenómeno que está en la base de procesos de prejuicio y estigmatización de minorías socio-culturales en contextos que de modo más o menos explícito los silencian o someten sus ideas y modus vivendi a un juicio valorativo victimizante.

Dignidad y equidad amenazadas en la sociedad contemporánea

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