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1.2. LA PERSONA VERTEBRADA POR EL MIEDO

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Uno de los efectos más notables del prejuicio estigmatizante es el miedo que va habitando en las personas que lo sufren. Temor a ser identificados, por tanto, excluidos, de su entorno familiar o social; temor, también, a perder oportunidades. Un miedo que en el ámbito de la psicopatología clínica se observa en forma de ansiedad; un modo de denominar al miedo que no tiene una causa claramente definida en la conciencia del sujeto15. Nos encontramos ante un conjunto de signos y síntomas que van desde la expectación aprensiva hasta, directamente, ataques de angustia con el cortejo sintomático propio del terror sin conciencia de causa alguna. Todo ello sería objeto de un ensayo de psicopatología, a nosotros, aquí, nos interesa subrayar esa incertidumbre existencial con tintes ansiosos que termina siendo vertebradora de diferentes tipos de personalidad. A veces esa incertidumbre ansiosa (en adelante miedo) se apodera de la persona de un modo subrepticio, insidioso, configurando el carácter. La personalidad se construye alrededor de esquemas cognitivos y de comportamiento que tienen como finalidad minimizar la inseguridad que aparece en el desarrollo evolutivo. Esquemas cognitivos y de comportamiento que, propasando la utilidad primera de defensa, pueden convertirse en auténticas prisiones por cuanto siguen siendo el modo habitual de operar y de relacionarse sin que haya ni necesidad ni alternativa posible. Es como si la flexibilidad inherente a todo ser humano en su relación con otros se hubiera esclerotizado. Seguramente, estas personas no tienen plena conciencia de su desajuste, pero son infelices y hacen infelices a quienes conviven con ellos.

Personas evitativas: lo que más llama la atención es su inhibición social, pero también sus sentimientos de inferioridad e hipersensibilidad a cualquier evaluación que parezca mínimamente negativa. Así las cosas, evitan trabajos o actividades que impliquen un contacto interpersonal importante debido al miedo a las críticas, la desaprobación o el rechazo. Son reacias a implicarse con la gente si no están seguras de que van a agradar. Prefieren que las relaciones íntimas y las situaciones sociales novedosas sean tan escasas como sea posible debido al miedo a ser avergonzadas o ridiculizadas. En general, tienden a verse sí mismas socialmente ineptas, personalmente poco interesantes o inferiores a las demás.

Personas dependientes: en ellas lo más observable son sus comportamientos de sumisión, adhesión incondicional y acrítica y/o temores de separación. Tienen dificultades para tomar las decisiones cotidianas o a hacer las cosas a su manera si no cuentan con un plus de consejo y reafirmación por parte de los demás o, al menos, de quien sea significativo para ellas. Debido a su intenso temor a la pérdida de apoyo o aprobación, presentan dificultades para expresar sus desacuerdos (si los hubiera, porque tienden a no tener opinión propia). Estas personas tenderán a sentirse fácilmente incómodas o desamparadas ante la soledad porque no se sienten capaces de cuidar de sí. ¿Cómo vivir si su deseo siempre ha sido el deseo de otro/s? No es extraño que se involucren en relaciones de pareja en las que la renuncia a desear y decidir de uno de los miembros sea muy llamativa; para todos menos para ellas que están dispuestas a todo con tal de evitar el aterrador abandono, la asfixiante soledad.

Personas controladoras: lo que llama la atención de este carácter es su preocupación por el orden, el perfeccionismo; el control. Son poco flexibles, poco espontáneas. Son personas a quienes les da mucha inseguridad lo que no está bajo su control, o lo que no está previsto. Mostrarán tal preocupación por los detalles, las normas, las listas, el orden, la organización o los horarios, que pueden llegar a perder de vista el objeto principal de la actividad así que, al final, pueden resultar poco eficaces. Les resulta muy difícil delegar a no ser que el otro se someta exactamente a su manera de hacer las cosas. Pueden ser personas avaras en el sentido estricto y figurado de la palabra; acumular calma la ansiedad ante la mucha imprevisión que perciben.

Personas antisociales: parecen decir, con sus actitudes, “en la medida en que otros me tengan miedo, siento menos el mío”. En general, se suele decir que se les ve como desconsiderados, incapaces de ponerse en la piel del otro, de captar sus necesidades y sentimientos. Pero hay que añadir que, en su interior, experimentan un cierto grado de satisfacción ante el sufrimiento, la angustia, el desconcierto o el miedo de otros. Su abuso de los demás y de sus derechos nunca es vivido con culpa; es la fuente de su seguridad, es el otro quien queda en situación vulnerable es como si dijeran “soy más porque tú eres menos”. Ha aprendido a usar el miedo como instrumento de poder; es una auténtica inversión de roles en la que la víctima se convierte en verdugo y experimenta fugazmente la sensación de que se desvanece el miedo que le habita.

Ansiedad existencial: hay un grupo de personas en las que no se aprecia una disfunción caracterial tan clara como las mencionadas, sin embargo, les pesa la vida, nada les satisface de verdad; parientes cercanos de los deprimidos, en realidad temen la existencia. Literalmente “existir” (ex-sisto: salir fuera) es el proceso de convertirse en un ser separado. Implica individuación, autonomía, sostenerse sobre los propios pies, ser uno mismo independiente; esto es un reto, subraya Otto Rank16, que puede producir intensa inseguridad. Cuando alguien es estigmatizado, tenido por inadecuado e inaceptable, desde muy temprano estas ansiedades se multiplican y pueden quedar caracterológicamente inscritas en el sujeto adulto. Fromm lo formulará como “miedo a la libertad”17 porque ser libre supone enfrentarse a lo incierto, al cambio, a lo misterioso; asumir la equivocación como señal tanto de falibilidad como de la necesidad de superarse a cada paso. La persona que se va desarrollando con la inseguridad existencial que trae el estigma vivirá “pendiente”, no independiente; atento a la reacción de otros, con miedo. No es extraño que aparezca la experiencia de sinsentido que trae el vivir a medias, escondiéndose de sí y de otros. En el mejor de los casos su insatisfacción vendrá formulada en forma de preguntas sin respuesta que denotan una inseguridad constitutiva: ¿Quién soy yo? ¿Qué hago y qué he hecho con mi vida? ¿Por qué y para qué vivir? u otras similares. Preguntas que, si aparecen, al menos, ponen a la persona en contacto con su insatisfacción y por tanto en mejores circunstancias para encontrar una salida que aquellos que ni siquiera se las hacen. Porque, efectivamente, no es extraño que nos encontremos con personas sin esta capacidad de reflexión, que viven el malestar que les produce su sinsentido tomando opciones encaminadas a no darse cuenta de esa desagradable sensación que se suele experimentar como aburrimiento, apatía o inutilidad. Son los cazadores de “experiencias fuertes” que les estimulen, les haga sentir vivos y, sobre todo, “felices”18; tratan de suplir la insatisfacción sin nombre “teniendo”19 o mediante todo género de experiencias que les sitúen al límite sensorial, en un frenético y autodestructivo intento de sentirse vivos. Unas veces son las drogas, el sexo o el juego; otras, los riesgos físicos, económicos o personales de todo orden. También pueden recalar en grupos sectarios, extremadamente ideologizados que les proveen de un discurso con el que poder enunciarse a sí mismos. Discursos que suelen apuntalar la identidad de quien no la tiene cuestionando la de otros, así surgen los racismos, los fundamentalismos religiosos o los nacionalismos terroristas. Las más de las veces, las personas víctimas de esta ansiedad existencial viven anodinamente una existencia mediocre, decolorada, estereotipada, previsible; pequeños mundos-refugio a los que frecuentemente se define como “ideales alcanzados” pero que, en el fondo, solo producen una intensa insatisfacción.

En los apartados siguientes nos detendremos y desarrollaremos algunos de los aspectos subrayados aquí.

Dignidad y equidad amenazadas en la sociedad contemporánea

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