Читать книгу Dignidad y equidad amenazadas en la sociedad contemporánea - Clara Martínez García - Страница 24
1.3. APRISIONADOS POR EL ODIO20
ОглавлениеLas respuestas individuales ante el sufrimiento, sobre todo el recibido pasivamente sin comprender del todo las razones (prejuicio estigmatizante), admiten un rango muy amplio de posibles consecuencias psíquicas a medio y largo plazo. En términos generales, el sufrimiento puede ser procesado de modos diversos. Uno de ellos es el puro sometimiento, asumiendo la identidad de víctima impotente, con una autorrepresentación de sí como de alguien inferior, merecedor del daño sufrido o del estigma atribuido; una especie de desvitalización existencial sin salida. Las personas así maltratadas se vuelven más sensibles a potenciales signos de conexión y van organizando sus comportamientos de modo que resultan fáciles de tratar, más acomodaticios en sus interacciones sociales y más proclives a ceder y complacer los deseos de otros. No podemos detenernos aquí, pero sería interesante para comprender no sólo las personalidades dependientes, también las razones por las que grandes grupos (según edad, género, condición socioeconómica, etc.) permanecen inertes ante el avance abusivo de otros como si no se pudiera hacer nada.
Otra posibilidad es la quien procesa el daño vivido reconciliándose con su historia y extrayendo sabiduría para vivir; personas a quienes el dolor les ha hecho más empáticos y compasivos con el sufrimiento ajeno, luchadores por causas relacionadas con el sufrimiento de otros desde lo que han aprendido en carne propia. Están en la base de muchas luchas sociales, grupos de autoayuda, etc.
Habría una tercera posibilidad, la de quien procesa el dolor vivido de modo tal, que queda instalado en una identidad caracterizada por una permanente necesidad de reivindicación y venganza porque, al verse así, se siente poderoso; es un modo de contrarrestar la vivencia de indefensión vivida y arrastrada desde entonces, de la que no es capaz de desprenderse. Odiadores permanentes que inconscientemente cultivan esa identidad como forma de vida y relación. Estaríamos ante una víctima irredenta que no es capaz de salir de esa posición porque la identidad adquirida retroalimenta su vivencia de víctima, re-traumatizán-dose continuamente en un bucle cognitivo maligno con tintes paranoides, y porque su necesidad de venganza y resarcimiento resulta imposible al tratarse de asuntos pasados o referidos a cuestiones estructurales en la sociedad. Una auténtica prisión psíquica de la que es muy difícil salir porque da forma a una identidad completa en la que el presente se sostiene sobre un pasado que lo justifica y conforma un horizonte de sentido caracterizado por la venganza.
Verse víctima del estigma del prejuicio, rechazado y marginado, produce una cascada de consecuencias cognitivas y emocionales entre las que se encuentra un aumento de la rabia, ansiedad, sentimientos depresivos, celos o melancolía, pero, sobre todo, vergüenza. Algunos autores21, estudiando la vergüenza, sugieren que los niños que fueron víctimas de algún tipo de experiencia traumatizante (desde el desprecio por algún rasgo nuclear hasta todo tipo de vivencia de abuso físico o psíquico) pueden experimentan una vergüenza lacerante que les afecta directamente en la autoestima, disminuyéndola, y hace que se vivan situaciones ordinarias con profundo temor y tendencia a la evitación, fruto de un arraigado sentimiento de impotencia y desvalimiento; sentimiento que puede ser enmascarado mediante el odio rencoroso y fantasías de venganza que otorgan al individuo una autoimagen son un sentimiento de poder. DeWall22 observa que, además, los sentimientos de rechazo producen a una peor calidad del sueño y mayor deterioro del sistema inmunológico; además, reduce el rendimiento en tareas que impliquen esfuerzo intelectual, también reduce el control de los impulsos siendo más probable la aparición de episodios agresivos. Particularmente, Pao23 estudia cómo, cuando el odio se transforma en la base de la relación humana, puede perpetuar una relación de forma tan duradera como el amor. Uno puede crecer habituado a una relación así y sentirse perdido sin ella. Un escenario de odio rencoroso puede existir como un marco al que se acude de forma recurrente para repetidas revisiones en una especie de monólogo despierto que funciona como refugio cognitivo, en el que se actúa interiormente un drama en el que se logran los anhelos y deseos, en este caso revertir la situación estigmatizante, vergonzante, vivida24.
Las personas tienden a responder a esos micro-rechazos buscando la inclusión en cualquier otro lugar, reconectando con otros. En el caso que nos ocupa, el odiador tenderá a establecer vínculos de complicidad con personas con itinerarios y sentimientos parecidos que justifiquen su odio y pueden incluso llegar a desarrollar una psicología caracterizada por el sadismo donde el dolor y sufrimiento del otro le redime del propio.
Claro, la cuestión es ¿que hace que algunas personas rechazadas se vuelvan más amistosas mientras que otras se vuelven más agresivas? Al final, es cuestión de tener la mínima esperanza de llegar a ser aceptados. Cuando se pierde la sensación de que no hay posibilidad de ser aceptado los resultados suelen ser bastante devastadores incluyendo abusos de sustancias y suicidio.