Читать книгу Dignidad y equidad amenazadas en la sociedad contemporánea - Clara Martínez García - Страница 25
1.4. ESTIGMA INTERNALIZADO, VERGÜENZA DE SÍ, SOMETIMIENTO
ОглавлениеDesde el comienzo del desarrollo del sujeto psíquico, la vida de la persona se encuentra marcada por sus intentos de lidiar con las angustias que le producen la dependencia emocional al tiempo que va descubriendo cómo el camino de la autonomía también está plagado de sus correspondientes angustias e incertidumbres. La polaridad alienación vs. solipsismo ofrece un riesgo claustrofóbico en ambos extremos; uno por pura indiferenciación de otros, el segundo por un aislamiento insoportable. Necesita ir encontrando un término medio en forma de individuación y alteridad.
Aquínos interesa traer a la persona que en los comienzos de su existencia vive bajo el temor de que otros significativos le abandonen25 no le validen, frustren sus deseos de intimidad, le castiguen con la pérdida de amor, la descalificación, tal vez, su furia; en definitiva, con el abandono. De ahí surge la conducta de sometimiento. Esta conducta es expresión de la angustia experimentada frente a la respuesta emocional del otro y se manifiesta en inhibición a la hora de expresarse en su presencia, hipervigilancia hacia los gestos del otro, su tono de voz, la mirada, etc.; sumisión es lo que impide dejar fluir lo que cada persona es, lo que desea, piensa o siente para dar paso a la posibilidad de un “falso self”26 que sume a la persona en una prisión psíquica difícil de romper27. Lo cierto es que estamos condicionados para creer que lo que el otro siente frente a nosotros (su entusiasmo o su rechazo) es testimonio de lo que somos, si somos dignos de ser queridos o no, sin darnos cuenta de que, en verdad, lo único que indicaría es lo que le pasa al otro.
W. R. Fairbairn, quien a lo largo de su obra subraya la enorme importancia de la dimensión relacional en la constitución del sujeto psíquico28, habló del fenómeno de la auto-descalificación defensiva. Describe cómo para un niño resulta preferible sentirse malo a asumir que alguno de los adultos de los que depende y en quien tiene que confiar, es malo. Dice Fairbairn29: Es mejor ser un pecador en un mundo regido por Dios que vivir en un mundo regido por el Diablo. Un pecador en un mundo regido por Dios puede ser malo, pero siempre existe un cierto sentimiento de seguridad derivado del hecho de que el mundo de alrededor es bueno (…) en un mundo regido por el diablo, el individuo puede ganar el sentirse bueno pero pierde todo sentimiento de seguridad o esperanza, la única perspectiva es la muerte y la destrucción… Es como si dijera “prefiero creerme malo, pero estar cuidado, sentirme a salvo”. Estamos ante la base de una futura personalidad sometida en la que vence la idealización de otro protector a costa de una imagen de sí deteriorada que puede pasar a formar parte de su identidad adulta más profunda. Más adelante, en sus relaciones adultas, tratará de que no se note eso que le caracteriza como rechazable, aunque quizás no sepa formular qué es. Afectará a su modo de vincularse con otros, se traducirá en dificultades para las relaciones de intimidad, evitación de profundización en esos vínculos, quedando condenados a tener relaciones transitorias y/o superficiales desde un falso self que trata de agradar, pero que, a la postre, le someten a una soledad muy angustiante, en último término, fruto de la vergüenza de sí.
La vergüenza de sí será objeto de atención de la pensadora Donna Orange30. Se basa en Morrison (1984) cuando habla de vergüenza como “el afecto que refleja el sentimiento de fracaso o de déficit del self”. Vergüenza de sí que, a juicio de la autora, está relacionada con la “rabia narcisista” que describe Kohut al entender que la vergüenza (experiencia originada en la intersubjetividad) es una reacción a la ausencia de una reciprocidad aprobadora. Nadie nace avergonzado, será durante el desarrollo de la conciencia de sí cuando, en el interjuego “ser visto”/”ser aceptado”, se irá constituyendo un self carente de vergüenza, de aspectos de sí que le hacen sentir inadecuado y rechazable que, por tanto, deberá tratar de esconder a toda costa. La vergüenza no sólo es intersubjetivamente generada también mantenida y exacerbada. Los estigmas y las consiguientes exclusiones a los que el individuo se ve sometido por parte de diversos grupos sociales contribuyen a esto último muy claramente hasta el punto de que la vergüenza de sí puede equipararse a un sentimiento global de fracaso. Según describen Severino et al.31 (1987) la vergüenza de sí aparece cuando el individuo experimenta la pérdida de su autoimagen idealizada. Esa vivencia acarrea el intenso temor a perder el afecto de los otros significativos y pude generar rasgos caracterológicos como dependencia, evitación y escondimiento o necesidades incontroladas de reconocimiento que están en la base de muchos sometimientos.
El ya mencionado Morrison32 subraya, además, otras conexiones, tal vez inesperadas, entre la vergüenza de sí tempranamente constituida y otras características de las personas. Nos interesa particularmente traer aquí: rabia y desprecio de los otros. Ambos epifenómenos psíquicos podrían parecer alejados de una persona avergonzada, sin embargo, frecuentemente no es así. Muchas distimias disfóricas –rabia– tienen como base un profundo sentimiento de haber fallado o de inadecuación con respecto a las expectativas de quien podía establecerlas; la rabia como rasgo caracterológico se encuentra en muchas personas que, estigmatizadas y humilladas han crecido siendo empujadas a los márgenes de sus contextos sociales, avergonzados de ser quienes son; cumple la función de ganar un cierto grado de poder, el que da el verse agresivo hacia el otro. Algo similar ocurre con el desprecio de otros (contempt). Es un intento de recolocar los sentimientos de vergüenza más en otros que en uno mismo. Así, dirigiendo la atención hacia rasgos de los otros (tal vez reales, tal vez imaginados) trata de lograr que el otro experimente vergüenza de sí, de este modo, el avergonzado que desprecia tiene la vivencia subjetiva de que es el otro el avergonzado, quien sufre, y por un momento su propia autoestima experimenta un reequilibrio. Es lo que describe Klein en 1946 como “identificación proyectiva”33.
Martha Nussbaum34, desde una perspectiva más filosófica, pero partiendo de la concepción de Winnicott sobre el desarrollo del sujeto psíquico, cambia ligeramente el foco y ayuda a comprender un poco mejor de qué estamos hablando. Argumenta que la vergüenza se origina a partir de la conciencia de la vulnerabilidad de uno en presencia de los otros. Aunque la capacidad de sentir vergüenza puede tener importantes ventajas en la regulación de algunas relaciones sociales, según Nussbaum, el daño generado por el avergonzar hace que sea inmoral utilizarlo como castigo dado que ubica al sujeto avergonzado en una posición muy proclive a desarrollar respuestas de miedo/ansiedad hasta el punto de que puede pasar a ser constitutiva. La ansiedad que surge en relación a la vergüenza de sí, además, contribuye a crear sistemas sociales que valoran la fuerza (aparente) por encima de la vulnerabilidad (real) en donde las castas dictadas por la dinámica dominación-sometimiento son muy claras; el caso de la dinámica varón-fuerte mujer-débil sería sólo un ejemplo que podemos encontrar multiplicado en cuestiones raciales, orientación sexual, currículum de estudios, etc.
Hablaremos más delante de cómo las leyes que regulan las interacciones sociales deberían tomar en consideración la construcción de una sociedad en la que uno de los objetivos sea minimizar la vergüenza y sus implicaciones individuales y colectivas.