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2.2. EL RETO DE MINIMIZAR EL PREJUICIO ESTIGMATIZANTE

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Se trata de un tema que aparece desde las primeras investigaciones al respecto. Conocer los mecanismos subyacentes al prejuicio estigmatizante y sus devastadores efectos sociopsicológicos siempre ha ido seguido de la pregunta por ¿qué hacer para minimizar ese proceso tan inscrito en la naturaleza humana y su modo de gestionar las relaciones sociales? Aronson propone sus experiencias de trabajo en “interdependencia mutua”53 en las que generar situaciones educativas en las que los individuos se necesiten unos a otros para llegar a un objetivo parecen arrojar resultados prometedores en las actitudes de esas personas cuando llegaban a ser adultos. Se basaba en investigadores que se remontaban a los años de la segunda posguerra mundial como Morton Deutsch, también en otros muy posteriores como P. Keenan o P. Carnevale54. Todos ellos han visto que los individuos que crecen dentro de grupos que operan en la resolución de problemas resultan ser más amistosos y atentos cuando se introduce una atmósfera de cooperación que cuando prevalece la atmósfera competitiva. Esto ocurre también cuando esos grupos están constituidos por personas que, a priori, podrían tener intensos prejuicios entre ellos (raza, orientación sexual, extracción social, background, etc.). La tarea colaborativa, orientada a la solución de problemas minimizaba las prevenciones y focalizaban la atención en el foco propuesto; el reto era ir proponiendo metas alcanzables en las que todos pudieran aportar algo. Finalizada la actividad, había un ambiente de unión y simpatía que no había al comienzo. La presencia del otro había ayudado a conseguir algo juntos, eso hace que la percepción de los posiblemente estigmatizados cambie subrayando aspectos que el prejuicio inicial no permitía captar; aparece la simpatía.

El problema es que, según hemos ido mostrando, el conjunto de elementos que interactúan, convocando una maraña de causas y efectos de todo orden, es tan complejo que resulta extremadamente difícil, por no decir imposible, elaborar una teoría general, con estrategias concretas universalmente aplicables, para la reducción del prejuicio estigmatizante y sus consecuencias. Si buscamos ser sintéticos, seguramente es Duckitt55 quien propone un esquema de posibles causas –por tanto objetivos potenciales a tratar de modificar– más comprehensivo, focalizando la atención en cuatro grandes grupos: 1. Predisposiciones genéticas y evolutivas; 2. Patrones y normas sociales que mantienen el poder del grupo dominante; 3. Mecanismos de influencia social que operan en las interacciones grupales e interpersonales (medios de comunicación, sistema educativo); 4. Diferencias personales referidas a reacciones frente al otro diferente que van desde la susceptibilidad hasta la aceptación. Duckitt afirma que los esfuerzos por reducir el prejuicio estigmatizante han de ir dirigidos a todos esos niveles pero que cuanto más alto sea el nivel de intervención mayor será el impacto potencial de esta intervención. Un problema añadido es que poco o nada se puede hacer en intervenciones a corto plazo, la reducción de estos esquemas cognitivos sólo es eficaz cuando se implementan proyectos de cambio social a largo plazo, pensando en varias generaciones56.

En otro contexto, este mucho más clínico y de asesoramiento familiar para el buen desarrollo emocional de los niños y niñas, Henri Parens57 busca respuestas a la misma pregunta sobre las estrategias posibles para minimizar el prejuicio estigmatizante. Hay que matizar que Parens lo denomina “prejuicio maligno” para distinguirlo del prejuicio normal, mecanismo cognitivo indispensable para la adaptación del sujeto al medio, según hemos dicho. Al igual que Duckitt, entiende que para intervenir eficazmente en la construcción de un entramado social lo más libre posible de prejuicios estigmatizantes, es muy importante tener un buen mapa de los elementos intervinientes básicos. Parens ofrece algunos matices de corte más psicológico que pueden resultar interesantes a la hora de pensar en una intervención. A su juicio, en la gestación de un modo de procesar la información que fomenta el prejuicio estigmatizante intervienen factores individuales y grupales.

• Individuales: a.– disposiciones innatas; b.– intensos conflictos intrapsíquicos, seguramente producidos por traumatización intensa, familiar o social; c.– el uso de mecanismos defensivos y la necesidad de venganza muchas veces promovida por la visión que dan los cercanos de la vida.

• Grupales: a.– Traumas societales, bien debidos a un acontecimiento como una guerra, bien debidos a una tradición social que se pasa de generación en generación; b.– educación en un fundamentalismo militante religioso o étnico.

Además de estos factores, afirma que hay dos itinerarios principales hacia un modo de pensar caracterizado por el prejuicio estigmatizante (maligno): el alimentado por altos niveles de afán hostil de destrucción y el alimentado por la educación etno-fundamentalista. Sobre la base de todos estos elementos plantea una serie de posibles intervenciones para minimizar cada uno de los factores interviniendo en diferentes estratos socioculturales: hogar, escuela, vecindario, etc. Sería largo detenernos en las estrategias que Parens propone a lo largo de su obra y no es objetivo para estas líneas.

Mirando el problema desde el otro punto de vista, el de las víctimas, los clínicos Tedeschi y Calhoun58 ofrecen algunos elementos interesantes al hablar de “crecimiento postraumático”. Es una idea que desarrollan para referirse a cambios positivos posibles en personas que han sufrido algún acontecimiento traumático serio, es decir, un evento que transforma su modo de estar en la realidad y de auto-representarse dejando, entre otras muchas secuelas, estados de ansiedad de diverso calado. Por extensión, su planteamiento terapéutico arroja bastante luz para ayudar a personas que han ido desarrollándose bajo la presión de un intenso prejuicio estigmatizante, porque viven sensaciones parecidas a las que experimentan las personas más evidentemente traumatizadas. Lo primero que hay que tomar en consideración es que las personas víctimas de consecuencias del prejuicio estigmatizante han de tener un papel protagonista en su reconstitución; aunque no siempre sea fácil. En muchos casos, donde el grupo dominante tiene mucho poder sobre los estigmatizados, es muy complicado salir de ese imaginario social sin una gran determinación individual y, sobre todo, grupal. En este sentido, los grupos de autoayuda siempre han cumplido una función determinante porque constituyen el germen de un nuevo modo de verse socializando: entre iguales, subrayando más las fortalezas que las debilidades y, por tanto, potenciando la autoestima individual y colectiva. Así lo atestigua la historia de la lucha contra el racismo, la minusvaloración de la mujer o la homofobia; también la pugna por igualar en derechos a personas con algún tipo de limitación fisíca o psíquica, etc.

Tedeschi y Calhoun plantean que el “crecimiento postraumático” está constituido por diversos aspectos que se solapan. Por un lado, está el reto terapéutico de pasar de concebirse a uno mismo no tanto como víctima sino como superviviente. Ese cambio de perspectiva subraya sus fortalezas, por tanto, la seguridad en su fortaleza ante la vida, suscitando esperanza. También es importante ganar conciencia de que la propia fragilidad/vulnerabilidad puede ser un instrumento valioso para establecer relaciones entre iguales basadas en la empatía, así como abrir la posibilidad de descubrir que hay muchas otras personas dignas de confianza, fiables. Una sensibilidad que estaba desactivada. La vuelta a la escena psíquica de aspectos como dar y recibir compasión, el altruismo de otros o el coraje de ser hace que sea más que posible llegar a vivir una vida muy liberada de alguna de las consecuencias de la estigmatización que les paralizaba hasta el momento59.

Dignidad y equidad amenazadas en la sociedad contemporánea

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