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1.5. NORMOPATÍA

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Seguramente, puestos a poder elegir, la mayor parte de las personas preferirían mantener en secreto aquellos aspectos de sí que son vividos como estigmatizados; como si fueran a desaparecer por el mero hecho de no ser públicos. Es evidente que los estigmas sociales inducen a discriminación, maltrato, ostracismo, (por supuesto también vergüenza y sentimientos embarazosos varios). Algunos autores35 han dedicado esfuerzo al estudio de las consecuencias personales que trae el hecho de esconder aspectos de sí; las consecuencias que trae el tratar de pasar por persona “normal” cuando uno siente que no lo es. Es cierto que, bajo determinadas circunstancias, esconder aquellos aspectos de uno mismo que pueden estar socialmente estigmatizados puede ser, no sólo ventajoso, sino crucial para participar en la vida social incluso para sobrevivir; ser homosexual, padecer algún tipo de enfermedad física o psíquica, pertenecer a alguna etnia no evidente físicamente, pueden ser ocasión de rechazo social, pérdida de trabajo incluso persecución. El problema es el coste que tiene para la persona en forma de sentimientos de ser un fraude (popularmente conocido como “síndrome del impostor”) o temor a ser descubierto, que pueden conducir a auténticas patologías; este escondimiento puede absorber la vida mental del individuo en un torbellino de temor e inconsistencia, la vida intrapersonal e interpersonal del sujeto suele verse altamente comprometidas. No es extraño encontrar estructuras de personalidad de tipo evitativo que no son capaces de tener verdaderas relaciones de intimidad por temor a ser descubiertos; tampoco personas que viven prisioneras de su personaje, un falso self, un alter ego útil para sobrevivir (literal o figuradamente) pero fuente de intensa insatisfacción, incluso de trastornos adaptativos, emocionales o psicóticos36.

Según venimos exponiendo, la vivencia de ser estigmatizado y marginado puede ser una experiencia intensamente traumática, sobre todo si se padece en momentos tan delicados como el desarrollo del sujeto psíquico en la infancia o en la adolescencia. La mencionada tensión entre alienación y solipsismo narcisista puede ser resuelta zambulléndose sin reparos en la primera. Apuestan por la pertenencia al grupo de los normales como modo de obtener validación y aceptación social; su vivencia de excomunión les causa una ansiedad tan intensa que pueden llegar a desarrollar lo que, de manera independiente, Christopher Bollas y Joyce McDougall han denominado normopatía37. No es una idea nueva, aunque el término haya permanecido confinado a los círculos psicoanalíticos, en realidad, comparte campo semántico con otros términos como alienación o enajenación del ámbito de la reflexión marxista, también con el concepto de “falso self” de Winnicott38, la personalidad as if de Deutsch39 (1965) o la “conformidad automática” que describe From (1974)40. Es un asunto que se observa desde siempre que en el contexto que nos ocupa cobra especial relevancia.

Ser normales, haciendo lo que hacen otros, deseando lo que todos desean, aspirando a lo que todos aspiran; viviendo, pensando y sintiendo “como la gente normal”. Según describe McDougall41, se mueven en el mundo como autómatas, se expresan en lenguajes planos sin matices, tienen opiniones banales y utilizan clichés y lugares comunes; son personas sobre-adaptadas que carecen de todo deseo de explorar, entender o conocer por sí mismos mucho menos de exponerse en su individualidad. Poco a poco van limitando su pensamiento a cuestiones operativas al servicio de su vivencia de inclusión sin preguntarse qué hay en su interior o en el de los demás. Se trata de un impulso anormal hacia una supuesta normalidad, es decir, una normalidad enfermiza por cuanto no es expresión genuina de la originalidad personal sino, más bien, un sometimiento defensivo para evitar la ansiedad que produce verse marcado como diferente y marginado. Esta solución de compromiso, la normopatía, se logra a costa de un precio: déficit en los mecanismos de introspección, dificultad para conocerse bien, por tanto, para aprehender la originalidad inherente a todo ser humano y vivir conforme a ella; le aterra descubrirse diferente. En lugar de ir conociéndose mejor en sus preocupaciones personales, deseos, motivaciones, esta persona está focalizada en obtener validación social. Evidentemente su bienestar psicosocial se ve enormemente afectado con vivencias de vacío y sin sentido propias de quien vive desde un rol inadvertidamente prestado; al final, por más aparentemente integrado que esté en el colectivo que entiende como normal, eso no le reporta la satisfacción esperada. Ausencia de miedo nunca es presencia de bienestar. Ogden42, siguiendo a Fairbairn llega a hablar de “muerte psíquica” para referirse a los casos extremos de normopatía en los que el vacío interior es grande y toda la vida del sujeto está volcada al exterior en un deseo de “ser igual”. Un falso yo que pierde su función defensiva para convertirse en una auténtica prisión interior. Las personas así autosometidas trabajarán mejor en contextos donde están claros los protocolos a seguir, para cumplirlos; donde la identidad grupal sea fuerte y bien definida, para apropiarse de ese discurso colectivo; donde la pertenencia y el sometimiento a la identidad grupal enunciada se valore por encima de cualquier disenso individual, para confirmar que está donde debe de estar y sin poder explicarse su vacío y sin sentido. Ha renunciado a sí mismo, a cambio de vivir en paz y experimenta un extraño sentimiento de nostalgia o de pérdida que produce un estado de melancolía difícil de justificar43.

Este sometimiento puede hacerse ante una cultura determinada, un contexto sociocultural, una familia, una institución, un grupo religioso. Cualquier contexto relacional en el que la persona aterrada de sí pueda zambullirse para sentir que no desentona, que es uno más, que está a salvo; simplemente se deja llevar de modo pasivo. Ciertamente, los modos contemporáneos de interacción social de carácter tecnológico no ayudan. Pasar mucho tiempo ante redes sociales vuelca la atención hacia otros y no tanto ante uno mismo de modo que es un auténtico catalizador de lo que estamos hablando.

Contrario a lo que pudiera parecer, contemporáneamente son muchos los contextos que buscan personas con normopatia44. Se adaptan bien a las reglas y normas sin cuestionar nada; asumiendo que la opinión mayoritaria no puede estar equivocada. Más aún, ante el disidente, quien piensa por sí mismo, el normopata hará lo que más teme que le ocurra a él: estigmatizar, marginar.

Dignidad y equidad amenazadas en la sociedad contemporánea

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