Читать книгу El vínculo primordial - Daniel Taroppio - Страница 11

Prefacio

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Estamos viviendo tiempos muy turbulentos. Todo cambia a una velocidad vertiginosa. Ya no quedan modelos, teorías ni mucho menos dogmas que no se estén resquebrajando. ¿Dónde podemos encontrar un punto de anclaje, una base sobre la cual ponernos de pie frente a esta realidad cada vez más desafiante?

La crisis de estos tiempos afecta todos los planos de nuestra vida: lo emotivo, lo afectivo, lo financiero, lo laboral, lo sociocultural, por citar sólo unos pocos ejemplos. Pero detrás de todos estos problemas puntuales se despliega un tema central: la situación del mundo actual nos está llevando a preguntarnos cada vez con más seriedad y profundidad quiénes somos en realidad. Y vivimos en una cultura que, por lo general y lamentablemente, se ha desentendido de esta pregunta, llegando incluso a considerar como un enfermo a quien se la realiza. Somos la primera civilización en la historia de la humanidad que ha perdido el sentido de tener raíces universales, de formar parte de un proyecto cósmico que le dé sentido. Formamos parte de una civilización que flota en un abismo que le resulta insoportable y que no sabe cómo llenar.

Sin embargo, mientras las filosofías y los dogmas caen, el más sabio y sagrado de los libros sigue estando a nuestra disposición para que aprendamos de él minuto a minuto. Esta obra magna, la mayor de las revelaciones, es el Universo mismo, la naturaleza, nuestro organismo, y en él nuestro mundo interno, nuestro corazón, nuestra mente, nuestros sueños.

No necesitamos ir más lejos, nuestro cuerpo está colmado de información universal. Millones de años de evolución se sintetizan en cada ser humano conjugando una sabiduría extraordinaria. Y está aquí, a nuestra disposición. Emergimos de la tierra como las montañas emergen de las llanuras, como las manzanas emergen del manzano, como las olas se elevan desde lo profundo del mar. Y lo hicimos de una tierra que se formó por la condensación de gases que provenían de explosiones solares. Es decir que estamos hechos de energía solar, somos seres cósmicos por naturaleza. Somos hijos de la luz. Y esta no es una frase poética, sino una afirmación literal. Esta es nuestra identidad cósmica, tal como lo afirma la ciencia moderna. Y, curiosamente, es lo mismo que nos repiten las tradiciones espirituales de la humanidad desde hace milenios.

La historia de la evolución cósmica recorre nuestras venas. Somos portadores de una información más antigua aún que nuestro planeta. El sagrado pulso del Universo late en cada una de nuestras células. Pero en la mayoría de los casos hemos perdido el acceso a este saber primordial.

Necesitamos entonces remover los bloqueos que nos han hecho perder la memoria y comenzar a recordar nuestros orígenes, nuestra naturaleza original, nuestra identidad cósmica: el Vínculo Primordial. Es preciso que nos liberemos de los elementos artificiales, dogmáticos y neuróticos de nuestra personalidad, permitiendo que nuestra identidad se vaya asentando cada vez más en nuestra realidad interior, en nuestra naturaleza vital, en nuestro origen universal. Esto no resolverá mágicamente todos los problemas de nuestra vida, pero nos permitirá pararnos desde un lugar donde el panorama completo de la existencia se transforme radicalmente, y donde las potencias del Universo, que todos encarnamos, vuelvan a estar a nuestra disposición.

Cuando recuperamos la memoria, cuando podemos sentir en nuestro corazón que somos vibración universal manifestada y que el Cosmos entero pulsa dentro nuestro, en ese momento, somos uno con la totalidad de la vida y entonces el éxtasis es la consecuencia natural.

El principio fundamental que desarrollaremos a lo largo de este libro es que el gran secreto de la existencia no es algo que se aprende sino que se recuerda.

Esta búsqueda del recuerdo primordial ha estado presente en todas las tradiciones espirituales de la antigüedad. Pero, salvando honrosas excepciones, lo hizo basándose en una metafísica que hoy nos resulta muy difícil de aceptar.

En la antigüedad, por lo general, el universo fue concebido como la obra de un ser inmutable cuya creación era inmutable también. Todo estaba preestablecido, meticulosamente planeado desde el comienzo al fin. No había entonces espacio para la libertad y mucho menos para la creatividad. Vivir una vida espiritual consistía en parecerse a ese ser inmutable que había dejado en nosotros una huella preestablecida, que sólo era cuestión de seguir. Recordar, entonces, implicaba recuperar nuestra esencia, la cual, por supuesto, había sido definida por otro ser humano que se atribuía la capacidad y el derecho de definir lo que era ser un ser humano. El curso del universo estaba definido y también nuestra propia vida. Aquellos que definían la esencia del hombre se suponían fuera de toda cadena de lenguaje, de todo condicionamiento sociocultural; ellos simplemente expresaban la “verdad”. Toda idea de espiritualidad quedaba anclada a la obediencia. Un ser espiritual era aquel que aceptaba este destino y lo seguía ciegamente.

La aparición del pensamiento científico puso fin a este modelo autoritario de espiritualidad y despojó a todo ser humano de la pretensión de definir lo que eran los otros seres humanos.

Esto produjo una de las más grandes revoluciones en la aventura de la evolución humana. Sin embargo, con el tiempo, esta poderosa fuerza revolucionaria derivó en un materialismo positivista, estrecho y enemigo de la imaginación, que terminó sumiendo a la humanidad en la pesadilla del nihilismo.

Es tiempo entonces de intentar trascender la brecha aparentemente insalvable entre religión dogmática, fundamentalista y autoritaria y ciencia materialista, positivista y nihilista.

Cuando hablo entonces de recordar, me estoy refiriendo a algo mucho más profundo que intentar parecernos a lo que otros han definido como nuestra esencia. Estoy invitando a contemplar el universo como una realidad orgánica, viviente, dinámica, creativa e impredecible, y a nosotros mismos como expresión viva de su naturaleza indefinible. Estoy proponiendo un regreso a la Fuente que de ninguna manera consiste en depositar la propia libertad en manos de otros sino, por el contrario, en asumir que somos la manifestación de un poder abismal en permanente transformación, donde nada está predefinido. Se trata de una dimensión que sólo podemos abrazar si estamos dispuestos a asumir el vértigo de la libertad, la responsabilidad y la creatividad permanentes.

Si algo pudiéramos intentar “definir” como la “naturaleza humana” sería quizás esta cualidad abismal, vertiginosa, inefable, inasible e indeterminada que compartimos con la totalidad del Cosmos. El recordar, en la forma en que aquí lo concibo, consiste entonces en respirar esta libertad mientras latimos al unísono con la libertad del universo, con el cambio eterno.

Esto nos brinda como seres humanos un poder de transformación antes inimaginable. Liberados de toda definición previa que nos imponga una esencia predefinida por otros y pudiendo al mismo tiempo armonizarnos con un proceso creativo de dimensiones cósmicas, que a su vez late en nuestro propio corazón, estamos a las puertas de una aventura existencial verdaderamente apasionante.

Al recordar desde esta perspectiva, comprendemos visceralmente qué es Lo Primordial, lo primario, lo original, y percibimos que no se trata de algo inmutable sino de una Fuente Viva, dinámica, en permanente transformación y despliegue. Y redescubrimos que nuestro origen hunde sus raíces en una dimensión que va más allá de lo biológico: es nuestra naturaleza cósmica. Antes de ser seres vivos fuimos polvo de estrellas; antes de ser estrellas somos vibración cósmica y somos un vacío rezumante de ser aun antes de ser vibración.

Cuando realizamos esta plena consciencia de nuestros orígenes universales, en ese instante milagroso, somos vacío, tierra, fuego, agua, viento, árbol, primate, hombre, mujer, silencio. Nos recorre la lava de los volcanes, la sal de los mares, la savia de la jungla. En ese instante recuperamos la memoria de nuestro origen universal y volvemos a sentirnos parte de un movimiento evolutivo de millones de años del que somos cocreadores. Desde este lugar, nuestros problemas cotidianos adquieren su verdadera perspectiva y el poder del Universo está en nuestras manos para transformar nuestra vida. Y no desde una teoría, desde una creencia o dogma, sino desde la vivencia inmediata, íntima e incuestionable de nuestras raíces cósmicas.

Este libro está basado en una comprensión ancestral del ser humano que honra las últimas concepciones de la ciencia contemporánea, y describe un camino simple, vivencial y profundo que puede llevarnos de vuelta a casa, a nuestro verdadero hogar: la experiencia de unidad.

Al vivir esta experiencia unitiva, transracional, el Cosmos entero se completa en nosotros, libres ya de la mirada disociativa que apenas ve piezas sueltas donde sólo hay unidad, flujo, armonía sin fin. Desde esta visión unitaria, comprendemos con súbita claridad que el punto de síntesis y autoconsciencia del Universo es nuestro propio corazón, y que esto sólo se revela en toda su belleza en el encuentro humano.

El Vínculo Primordial es el encuentro del ser humano con la totalidad de la vida y el Cosmos, lo que sólo se consuma en el sencillo encuentro con sus semejantes. De lo infinito a lo inmediato, de la eternidad al instante presente, del poder universal al amor interpersonal.

Al abrirnos a esta dimensión no llegamos al éxtasis, somos éxtasis, expresado en corazones jubilosos de celebrar la magia del encuentro humano, con nuestros semejantes y con la totalidad de la existencia.

Más allá de todas las dificultades, pesares y desafíos que podamos atravesar en la vida, hay una alegría infinita y sencilla latiendo en lo profundo de nuestros corazones. Es la dicha inefable y humilde que sólo se alcanza al recuperar nuestra unidad. Le invito a que exploremos juntos el camino que lleva a ella.

El vínculo primordial

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