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LA HERIDA BÁSICA DEL SER HUMANO CONTEMPORÁNEO: EL SÍNDROME DE INCONSCIENCIA CÓSMICA

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A lo largo de este libro intentaré esclarecer la forma en que los seres humanos nos relacionamos con la trama esencial de la existencia, que circula tanto por las galaxias más lejanas del Cosmos como por nuestro organismo, nuestros sueños y nuestros vínculos. Y procuraré demostrar que, de todos los ámbitos de la experiencia existencial, no hay ninguno más propicio para acceder al conocimiento del Ser que el encuentro humano, la interrelación, el inter-ser.

Afirmábamos que la interacción primordial es aquella en la que los seres humanos se perciben a sí mismos y a su encuentro mutuo como manifestación de un acto de carácter sagrado. Esta dimensión de las relaciones humanas está presente siempre y en todo tipo de encuentro, pero la mayoría de las veces pasa desapercibida, mientras nos debatimos en la oscuridad de nuestras limitaciones neuróticas. La única experiencia que nos permite contemplar al otro en su profundidad, misterio y belleza es la del amor, en todas sus formas y manifestaciones. Exploraremos aquí un camino de sanación de aquellos patrones corporales, mentales y socioculturales que nos impiden la bendición de dar y recibir amor en abundancia y trascender en plenitud. Pero, antes de iniciar un camino de sanación, es preciso comprender la enfermedad misma que queremos sanar.

Las condiciones alienantes de la vida contemporánea afectan todos los planos de nuestra existencia: nuestra salud física, la de nuestras relaciones, profesiones, sociedades y ecosistemas. Si pudiéramos integrar en un solo trabajo todos los estudios contemporáneos sobre los desencadenantes del sufrimiento humano, terminaríamos construyendo una interminable lista de causas generadoras de dolor y patología que podrían ser analizadas desde una mirada psicológica, social, lingüística, cultural, económica, ecológica o geopolítica.

Todas estas causantes poseen su grado de relevancia y cada mirada y estudio específico destinados a resolverlas una por una posee significado y valor. Sin embargo, es también necesario que procuremos, entre tantas variables, acercarnos a algún elemento que podamos considerar fundamental, que esté en la raíz del asunto, que evidencie cierto grado de universalidad.

En mi humilde entender, existe una dimensión central que constituye y determina nuestro estado presente como civilización: lo que define a nuestra crisis actual y la convierte en la más profunda y peligrosa de toda nuestra historia es, en primer lugar, su carácter global, puesto que abarca todas las áreas de la vida humana y todos los rincones del planeta. Y en todos los casos, vamos a encontrar un elemento nuclear en el fondo de las diversas formas que esta crisis adopta: la vivencia de orfandad que nuestra civilización siente con respecto al Cosmos.

Ante la gravedad de la crisis planetaria actual, habremos de armarnos de la voluntad necesaria e intentar integrar (como veremos en el próximo apartado) el pensamiento científico y el religioso, para desde allí revisar todos nuestros conceptos y fundamentalmente los de salud y enfermedad.

Es preciso comprender que nuestra época nos ha deparado una nueva patología que aparece aun en aquellos que reúnen todos nuestros antiguos requisitos de normalidad: es lo que llamo el síndrome de inconsciencia cósmica.

Un individuo indiferente al hecho de que el 10 % de la comunidad mundial consume el 50 % de la producción del planeta; al hecho de que las hambrunas recorren el mundo y que se asesina del modo más cruel a millones de animales para elaborar frivolidades de moda; que se arrasan los pocos espacios verdes que quedan en la tierra en forma indiscriminada; que estamos desangrando en sus reinos humano, animal, vegetal y mineral a un pequeño cuerpo que vaga en un rincón del Cosmos y del que no tendremos probablemente a dónde mudarnos cuando se agote; un individuo indiferente a todo esto, por más que alcance todos los estándares de normalidad de nuestros manuales de diagnóstico, es un individuo gravemente enfermo, y esta grave enfermedad que padece, para colmo, es pandémica.

Como ya he afirmado, formamos parte de una cultura que ha perdido sus raíces universales, que está desarraigada, que no tiene fundamentos en un pasado que le resulte coherente y creíble; que ha perdido el contacto con el presente vital, con el cuerpo, con la naturaleza, y que no puede atisbar ningún futuro trascendente compartido por todos.

Es cierto que en nuestros días existen muchos grupos y subculturas que mantienen vivas antiguas tradiciones más arraigadas a la tierra. Pero de ninguna manera podemos considerar que esto refleja la totalidad de nuestra cultura contemporánea. Precisamente un rasgo fundamental que nos caracteriza es el de haber perdido la homogeneidad en nuestras concepciones de la existencia. En las culturas antiguas, la absoluta mayoría de las personas creía en lo mismo. Esta homogeneidad cultural brindaba una profunda sensación de arraigo y coherencia interna y externa. Hoy no podemos aspirar al retorno a modelos culturales tan simples. La diversidad es una característica fundamental de nuestros días, y constituye por cierto un gran avance de nuestra especie. Sin embargo, nos lleva también a la imperiosa necesidad de encontrar caminos alternativos que, al mismo tiempo que honren el derecho a la diversidad, nos permitan arraigarnos en alguna forma de concepción amplia, tolerante e integradora sobre la cual podamos sustentar el respeto por las diferencias.

Somos una civilización en la que la mayoría de las personas flota sobre un vacío que le resulta insoportable y que ya no puede llenar con antiguos dogmas y sistemas de creencias meramente mágicas y míticas. La mayoría de los miembros de esta cultura está desesperada por creer en algo, pero no puede creer en nada. La entronización de la ciencia como única fuente de verdad nos ha liberado del yugo de la mente primitiva, pero nos ha dejado sin raíces y sin magia, en un mundo insulso, yermo y descolorido. La diversidad cultural nos atraviesa. En lo profundo de todos nosotros late la añoranza del pensamiento mítico y su fusión ingenua con la naturaleza. Al mismo tiempo, la duda metódica, característica del pensamiento científico, se desliza insidiosamente por debajo de todas nuestras creencias.

En esta disociación interior hemos perdido el sentido de pertenencia cósmica. Huérfanos del Universo, no sabemos cómo recuperar el contacto con la Gran Madre. Por el contrario, caemos en el grave error de considerar la búsqueda misma como un rasgo de patología, creyendo que todo camino que procure el reencuentro con los orígenes constituye una forma primitiva y neurótica de intento de regreso al útero materno en sentido literal. Por supuesto que existen formas regresivas, involutivas y enfermizas de buscar el reencuentro. Esto lo vemos manifestado claramente en ciertos rituales primitivos, en las adicciones, la promiscuidad o el fundamentalismo; pero de allí a catalogar toda búsqueda de re-unión universal como un rasgo patológico, existe una enorme distancia que no se puede saltar tan livianamente.

Todas las culturas en la historia de la humanidad contaron con alguna forma de mito que les brindaba sentido de origen y trascendencia, y ese mito estaba siempre ligado al Cosmos, provenía de él y a él regresaba en un círculo eterno. La nuestra no. Y no se trata, por supuesto, de retornar al pensamiento mítico y volver a vivir en las cavernas. Nuestro retorno debe honrar la evolución humana y estar a la altura de nuestras capacidades y conocimientos actuales. No se trata de regresar al origen yendo hacia el pasado, sino hacia adentro, en el aquí y ahora. Se trata de recuperar el contacto vital con la totalidad de la existencia; de sentirnos parte de un Universo vivo, orgánico y dinámico en el que podamos sentir que las circunstancias cotidianas forman parte de un proceso milenario que les otorga un sentido intrínseco, inmediato. Y no como resultado de creencias colectivas, sino como fruto de una experiencia directa, celular, de nuestra condición universal, de nuestra vitalidad cósmica.

La herida básica, la alienación fundamental de nuestra cultura, es el origen de la profunda sensación de sinsentido, absurdo y tedio que recorre insidiosamente la mayoría de los espacios de nuestras sociedades. Y en esta percepción de que nada posee un sentido intrínseco florecen la apatía, la indiferencia, la indolencia, la falta de compasión y, por ende, la crueldad y la falta de respeto por la vida del otro.

En el intento de desarrollar un modelo que nos ayude a comprender y sanar esta herida desde sus mismas raíces, brindando herramientas que nos permitan recuperar nuestra natural capacidad de encuentro y trascendencia, nos apoyaremos, por una parte, en los grandes descubrimientos de las escuelas psicológicas contemporáneas, a fin de liberarnos de los patrones neuróticos que nos alejan de la vida, de la alegría y del encuentro. Al mismo tiempo, recuperaremos y reavivaremos la promesa ancestral de las antiguas tradiciones espirituales, del corazón mismo de todas las religiones, que nos invitan a asumir el más maravilloso de los viajes: el retorno a casa, a la inefable dicha del encuentro con nuestro Ser Original, con nuestra Naturaleza Primordial.

Alcanzar la plena unidad interior, la dicha inefable que acompaña a este despertar y la armonía en las relaciones interpersonales no es en apariencia una tarea sencilla. Para lograr este objetivo, es preciso comenzar trascendiendo una disociación que ha afectado la libre investigación sobre este tema y que ha causado mucho daño en nuestra cultura: el enfrentamiento entre la ciencia materialista (y dentro de ella la psicología mecanicista) y la religiosidad mítica, fundamentalista y dogmática. De este primer paso, como requisito previo a la integración, trata el próximo capítulo.

3 En el castellano se confunde con mucha frecuencia los términos consciencia (con s), que hace referencia al simple darse cuenta de la realidad en el estado de vigilia, y conciencia, que se relaciona con la capacidad moral y ética. Además, no existe un término específico para determinar a la conciencia de unidad con el Universo, que encierra aspectos que pueden incluirse en ambos términos, pero a la vez los trasciende. Por lo tanto, pese a no ser lo mismo, me tomaré la licencia de asimilar el término conciencia (sin s) a la noción de conciencia espiritual y distinguirlo del mero percatarse de la realidad (consciencia con s). A lo largo de este trabajo se encontrará este término en ambas acepciones, aunque en algunos casos no es simple determinar cuál es la más apropiada.

4 Escribo Ser con mayúsculas para designarlo como el Fundamento de la Existencia, así como la instancia superior del individuo.

5 Así como el médico, profesor, coach, counselor, facilitador o quien sea que realice una tarea asistencial.

6 Considero importante aclarar desde el comienzo que cuando me refiero aquí a la cotidianeidad no estoy hablando de lo cotidiano en el sentido de lo rutinario, de la existencia inauténtica que describe Heidegger sino de todo lo contrario, es decir, no de una cotidianeidad mecánica utilizada para escapar de la angustia sino de una cotidianeidad plenamente consciente y vital (ver nota final XI).

7 En los últimos tiempos se ha desatado una polémica acerca de si Wilber e Integralidad son sinónimos. Considero que nadie ha trabajado en pos de la integralidad con más dedicación que Wilber, sin embargo, esto no debería llevarnos a considerar que la discusión sobre el enfoque integral se agota con su obra. Existen muchos autores preocupados por esta temática que están haciendo aportes valiosísimos y que merecen ser tenidos en cuenta. En algunas ocasiones, algunos de ellos parecen estar más preocupados en expresar su enojo contra Wilber que en hacer aportes novedosos, pero en otras brindan contribuciones que, a mi criterio, son pertinentes. Quienes tengan interés pueden encontrar ambos tipos en la página web de Frank Visser: www.integralworld.net

8 La teoría M en física está planteando la existencia de un universo de once dimensiones.

9 Ver Apéndice 1, en el que menciono a la mayoría de ellos y desarrollo con algo más de espacio el tema de la metodología.

Puede hallarse una descripción más detallada de estos métodos en Danza Primal, Daniel Taroppio, Ed. FUDEI, 2003, 2010, y Ed. Continente, 2012; Comunicación Primordial, Daniel Taroppio, Ediciones FUDEI, 2006; Interacciones Primordiales, Daniel Taroppio, Ediciones FUDEI, 2007; Meditación Orgánica, Daniel Taroppio, Ediciones FUDEI, 2010; Meditación Primordial. El Arte de Vivir en la Presencia, Daniel Taroppio, Ediciones Continente, 2020.

10 Ver Comunicación Primordial, Daniel Taroppio, Ed. Eleusis, 2007.

11 Veremos más adelante que denominamos a estos sistemas de patrones perceptivos Configuraciones Emotivo-Cognitivas o CEC.

12 Me he referido a la diferencia entre coaching y psicoterapia, que considero fundamental tener muy en cuenta y con claridad, en mi artículo “Coaching y Psicoterapia Primordial”, al que se puede acceder en www.transpersonals.com y en mi libro Comunicación Primordial, op. cit.

13 Ver Primera Parte, Sección V.

14 Ver Apéndice 2.

El vínculo primordial

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