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Prólogo I

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“En el mundo de los símbolos nada es ni puede ser casual.

Las figuras ancestrales se hacen presentes, lo desunido se une, lo incoherente adquiere sentido”.

Mario Satz

Uno puede imaginar el tejido de las relaciones como un proceso que cincela la personalidad hasta hacerla vivir en el cobijo del alma. De tal modo que los frutos de la coexistencia no son ociosos y ni siquiera casuales, sino que escenifican, en la dramática de la vida, el mito personal que nace en cada uno de nosotros desde las profundidades de la memoria inconsciente. Mito que es el mapa de la senda por la cual nos corresponde caminar en la escuela de la Tierra para realizar el trabajo del alma.

Cuando este mito se hace carne en la conciencia, se transforma en una poderosa herramienta mediante la cual el Ego alcanza la posibilidad de indagar su sombra, buscando respuestas, formulando preguntas, advirtiendo misterios. Así, se convierte en puente que permite el tránsito, de una orilla a la otra, del río de lo anímico.

Pero no sólo eso, ya que, del mismo modo que el mito articula el Yo con lo Otro, crea el espacio y el tiempo de todo encuentro para que, así, los vínculos ocurran.

Es cierto que los mitos son argumentos relacionales pero, también, que los vínculos son ritos. Ritos que recrean condiciones ancestrales, primordiales, pero que, en especial, permiten que la personalidad se entregue al abrazo del alma. El rito es, en esa dirección, una llave que abre las puertas de la personalidad a la luz del alma.

Y un libro, en ocasiones, reedita un mito y da forma a un rito. En suma, se hace vínculo, tejido que entreteje, en el telar de su propuesta, hilos que, hasta su nacimiento, vagaban dispersos. Cuando así acontece, las páginas de ese libro no están a la intemperie del alma, sino que, por el contrario, están tan llenas de ella que arrojan al lector a ese instante conmovedor que los griegos llamaban “estado de gracia”, la certidumbre de la esperanza cumplida: una revelación. Ese texto es, entonces, una epifanía.

A medida que el tiempo pasa y las lecturas abundan, me resulta cada día más raro acercarme a un libro que me produzca asombro y que me invite a dialogar con él. Y éste es el caso, un bello y profundo libro, que fascina no sólo por el tema que emprende, sino por la mirada con la cual lo hace.

En muchos sentidos los héroes mitológicos Jasón y Ulises representan arquetipos contrapuestos. El primero, durante la navegación del Argos, parece un hombre confundido, dubitativo y hasta por momentos incapaz de liderar el viaje. Pero, al llegar a tierra, la confusión se disipa y se convierte en un audaz y efectivo buscador de su meta: el vellocino de oro.

Por su parte, Ulises es, en todo el tránsito de su itinerario por el mar, un hábil timonel, capaz de evitar los peligros y los cantos de las sirenas que pretenden alejarlo del regreso a su hogar. Pero su vida es navegar. No permanece en Ítaca con la encantadora Penélope, al volver de Troya, sino que sigue navegando y, al final, muere en el mar, realizando el destino de todo peregrino: peregrinar.

Hay libros en los que, como Jasón, se disfruta el punto al cual arriba y en otros, como Ulises, su recorrido. Pero hay algunos más en los que el gozo radica tanto en descubrir su propósito como transitar el proceso de su construcción. Hay libros que invitan a quedarse y otros a seguir buscando. Y otros, los menos, conjugan ambas vertientes. Éste es un libro de tal naturaleza.

En él se une la sabiduría permanente y el lenguaje conceptual contemporáneo, pero no sólo como una síntesis armoniosa, sino que, a partir de ella, se crea una nueva cosmovisión, provocativa, apasionada y concreta, para comprender el sentido de las relaciones en la vida, que parte de la comprensión de que la pertenencia no es un accidente sino la esencia, la sal de la existencia. Que existir es coexistir y que no hay auténtica coexistencia que esté fuera del amor. Punto crucial en donde cuerpo, psique y alma se unen en una totalidad y donde cada totalidad se hermana con el universo de totalidades en la experiencia trascendente del aquí y ahora.

DR. EDUARDO H. GRECCO

El vínculo primordial

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