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La experiencia de unidad

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Concibo la experiencia de unidad

como el fundamento mismo de la mente humana

y, por lo tanto, como algo accesible a toda persona

dispuesta a comprometerse en un trabajo de comprensión

de su naturaleza más profunda.

Compartiremos aquí una concepción de la experiencia cósmica que no se basa en descripciones idealizadas, como las que tradicionalmente rodean a aquello que ha sido denominado la “iluminación”.

La idea tradicional del “iluminado” es la de un ser poco menos que sobrehumano, que ha trascendido por completo toda necesidad terrenal y que vive más allá del cuerpo y de la mente, en un espacio inaccesible para los simples mortales. Este mito del “iluminado” se ha terminado convirtiendo en un factor más de alienación para la humanidad, con dos consecuencias muy graves que se potencian entre sí. Por un lado, ha conseguido que la experiencia cósmica aparezca como algo tan elevado, tan lejano a la vida misma, que ni siquiera vale la pena intentar alcanzarla. Por otro, ha ubicado a los supuestos “iluminados” en un trono celestial tan ultramundano que la sola demostración de un rasgo humano, de una simple necesidad o de cualquier forma de defecto personal por parte de un “maestro”, se convierte en argumento de los cínicos nihilistas. O suele ser razón suficiente para que los idealistas discípulos huyan a buscar un nuevo gurú en quien poder depositar nuevamente sus proyecciones idealizadas. Pero, tarde o temprano, el nuevo gurú evidenciará su lado humano, vendrá una nueva decepción y la búsqueda empezará otra vez. En esta carrera de un gurú a otro, de una religión a otra, infinidades de personas suelen pasarse la vida entera, sin que puedan encontrar jamás esa perfección idealista que proyectan afuera, en lugar de buscar la belleza irrepetible que albergan en su interior.

La mirada de las Interacciones Primordiales es radicalmente distinta. Concibo la experiencia de unidad como el fundamento mismo de la mente humana y, por lo tanto, como algo accesible a toda persona dispuesta a comprometerse en un trabajo de comprensión de su naturaleza más profunda y en la realización de una sencilla práctica cotidiana, para la cual no es preciso abandonar el mundo, el trabajo, la familia, el servicio social o la propia religión sino, muy por el contrario, colmar de intensidad y pasión cada uno de estos espacios cotidianos.

Vivir el aquí y ahora desde la consciencia de unidad no implica nada extraordinario. Por el contrario, encarna la mayor simpleza. Sentir que somos Universo humanizado no implica lograr algo especial, sino simplemente percatarnos de lo que siempre ha sido así. Esto lo han reconocido las tradiciones contemplativas de todas las religiones.

Procuraré demostrar a lo largo de estas páginas, basándome en evidencias verificables, que la consciencia unitiva, lejos de implicar una idea romántica, un concepto idealista o un fenómeno esotérico, constituye la percepción más precisa que podemos tener de nosotros mismos. Somos seres cósmicos, estamos hechos de mar, de sol, de montaña, de viento. Éstas no son metáforas poéticas, sino descripciones de fenómenos observables y comprobables incluso desde la física y la astrobiología modernas.

En una oportunidad, un joven discípulo visiblemente exaltado se acercó a su maestro sin poder contener sus emociones y casi sin respirar le dijo: “¡Maestro, Maestro, lo he logrado! ¡Estaba en medio de mi meditación cuando de pronto comencé a levitar! Mientras me despegaba del piso, súbitamente mi mente estalló en miles de colores. Coros celestiales sonaron en mi cabeza. Los sublimes sabores del néctar del espíritu se derramaron generosamente sobre mi boca y todos los secretos se revelaron ante mi mirada. ¡Maestro, lo veo todo, lo entiendo todo, lo sé todo!”. El maestro respiró profundo y con gran compasión le susurró al oído: “No se preocupe, hijo, ya se le va a pasar…”.

Asentar nuestra vida cotidiana en la consciencia de unidad no nos llevará a vivir nada extraordinario, simplemente nos brindará esa paz serena, sencilla y profunda que emerge naturalmente cuando comprendemos que todo lo verdaderamente importante de nuestra vida, lo esencial, lo indispensable, ya nos ha sido dado en forma gratuita y generosamente. Sabernos y sentirnos como el fruto de millones de años de evolución universal nos permite tomar contacto con la maravillosa sabiduría de nuestro cuerpo, percibir que no sabemos cómo, pero nuestro corazón late, nuestros pulmones absorben oxígeno, nuestro sistema digestivo convierte los alimentos en energía y esta a su vez se convierte en acciones, sentimientos y pensamientos. Nuestras glándulas sexuales están colmadas de millones de seres humanos en potencia, nos habita toda una humanidad. Nuestro sistema inmune nos protege y nuestro cerebro, junto al sistema endocrino, coordina todas estas acciones. Es tanta la sabiduría acumulada en cada una de estas pequeñas y simples funciones que no existe una sola computadora en el mundo que pueda realizarlas por nosotros, ni ciencia alguna que pueda comprenderlas. Nos desesperamos por no tener el dinero suficiente para comprar algún artículo de moda, mientras somos poseedores de una auténtica tecnología, fruto de millones de años de sabiduría manifestada en nuestro propio organismo, un milagro evolutivo que no podría ser comprado por todo el dinero del mundo.

Recordemos nuevamente al querido Whitman:

“Para mí, una brizna de hierba no vale menos que la tarea diurna de las estrellas,

e igualmente perfecta es la hormiga, y así un grano de arena y el huevo del reyezuelo,

y la rana arbórea es una obra maestra, digna de egregias personas,

y la mora pudiera adornar los aposentos del cielo,

y en mi mano la articulación más menuda hace burla de todas las máquinas,

y la vaca, rumiando con inclinado testuz, es más bella que cualquier escultura;

y un ratón es milagro capaz de asombrar a millones de infieles”.

Recuperar la conciencia3 primordial implica simplemente relajarnos y descansar, meciéndonos sobre el infinito océano de sabiduría que constituye la evolución universal y de la que somos simplemente una ola más. Reconocer el milagro de la respiración, la bendición de la piel y la magia del sentimiento nos permite mansamente abandonar el trajín, la carrera, la incesante búsqueda de objetivos que jamás nos satisfacen. Descansar en la conciencia de nuestro Ser4 original implica simplemente liberarnos de la gran confusión social. Y debo decirlo: la idea de la iluminación como algo extraordinario que se vende en cuotas es también parte de esa confusión, es otro artículo de mercado.

La sabiduría ancestral del Universo palpita en cada una de nuestras células. Eones de evolución cósmica se sintetizan en lo más profundo de nuestro Ser. Nuestro propio ADN constituye un código universal que es evocado hasta en la forma espiral de las galaxias. La misma energía que estalla en el trueno mueve los mares o susurra en la flor más delicada, es la que late en cada una de nuestras moléculas. La física moderna está penetrando cada vez más en la estructura de la materia, y lo que encuentra es siempre una danza más y más sutil de energía, un vacío inconmensurable lleno de vida. Este vacío, aparentemente caótico, contiene la información, la memoria que misteriosamente da forma y organiza la materia. En su infinita creatividad genera todo lo que existe en infinidad de formas, texturas y colores. Información, memoria, creatividad. En lo profundo de la materia se oculta el mayor de los misterios: la conciencia. Esta Conciencia Universal que todo lo interpenetra y lo organiza se ha desplegado desde antes del mismo Big Bang, del espacio y del tiempo, para llegar a nosotros y adoptar nuestra forma humana. Somos la manifestación viva de la evolución universal. Somos una obra de arte del Universo, no menos que las estrellas, los océanos, los árboles o las mariposas. Podemos asumirnos como parte de una maravillosa danza de conciencia, capaz de adoptar todas las formas, colores y vibraciones que podamos imaginar y mucho más. Considero que esta inaprensible Sabiduría Primordial constituye nuestra naturaleza original. Ningún iluminado puede darnos esta sabiduría y mucho menos vendérnosla. La majestuosidad del Universo juega a convertirse en galaxias, planetas, montañas, lagos y especies vivientes, adoptando también nuestra forma. Se manifiesta en nosotros no sólo en innumerables procesos orgánicos, sino también bajo el aspecto de emociones: delicadeza, ternura, furia, coraje, determinación, nostalgia, devoción o pasión. Por eso mismo nadie puede darnos esta sabiduría, pues a nadie pertenece. Fluye por el Universo más allá del espacio y del tiempo, trascendiendo toda noción humana de pertenencia. Constituye nuestra naturaleza original, nuestra belleza primigenia. Cuando alguien recuerda la Sabiduría Primordial, lo primero que anhela es compartirla. Pero no puede dárnosla. Sólo puede mostrar señales para que cada uno la vea con sus propios ojos. Podemos crear espacios internos y externos donde otros recuerden. Podemos dejar señales, mostrar puentes, alumbrar caminos, brindar apoyo y sentido de comunidad durante la práctica. Pero el recuerdo íntimo de la Fuente y el despertar le pertenecen a cada uno. Liberar la Sabiduría Primordial y la energía cósmica que nos habitan, recuperar nuestro Vínculo Primordial, constituyen nuestra responsabilidad y derecho inalienables. Aunque todo parezca decirnos lo contrario, nunca hemos estado fuera de la verdad inicial, de la riqueza primigenia, de la belleza primordial. En lo más profundo, la soledad es sólo una ilusión. Por ello precisamos de espacios donde reencontrarnos. No existe mayor dicha en esta vida que recuperar nuestra unidad original. Y esta unidad descansa en lo profundo de nuestro cuerpo, en nuestra respiración, en el latido de nuestro corazón, en esa sabiduría silenciosa y sagrada que trasciende a la mente conceptual. No podemos volver a la naturaleza, pues nunca nos hemos ido de ella. Sólo necesitamos un espacio donde recordar. Y no existe espacio más simple y profundo para recuperar la memoria que el encuentro con el otro en el amor.

Sin embargo, como iremos descubriendo a lo largo de todo este libro, podemos olvidar nuestro Vínculo Primordial.

Desde mi mirada, la pérdida de esta sencilla y humilde consciencia de unidad cósmica constituye la herida básica alrededor de la cual se desarrollan todos los desequilibrios y trastornos mentales y sociales.

Cuando el ser humano pierde esta conexión inmediata con la vida comienza a desarrollar una profunda sensación de desarraigo y desamparo. Tan desoladora es esta experiencia que la inmensa mayoría de las personas necesita evitarla, por todos los medios a su alcance, a fin de sostener su existencia en el mundo cotidiano. Comienza así una desenfrenada carrera de evasión, y una búsqueda incesante de compensaciones materiales y sensoriales que jamás satisfacen esta sed esencial.

Este desequilibrio fundamental puede manifestarse en infinidad de formas y trastornos: comunicacionales, alimenticios, relacionales, laborales, sexuales, y en toda forma de adicciones y compulsiones. Por supuesto, cada uno de estos desequilibrios debe ser abordado con una metodología específica. Sin embargo, si en algún momento del proceso de sanación, y por supuesto, sólo cuando el consultante lo requiere, el terapeuta5 no se atreve a abordar el tema básico que subyace a todas estas formas disfuncionales, la terapia se convierte en una interminable tarea de poner parches sobre parches, sin alcanzar nunca la raíz del mal que se pretende curar.

El principio fundamental del modelo de las Interacciones Primordiales sostiene que son muchos los medios y los caminos mediante los cuales podemos recuperar nuestra unidad. El sistema práctico de este modelo incorpora muchas opciones de trabajo que permiten sanar nuestra herida básica, tales como la psicoterapia profunda, el trabajo corporal, las técnicas respiratorias, las prácticas meditativas, los cantos y danzas sagrados, el retorno a la naturaleza, etc. Pero remarca que, entre todos ellos, los más poderosos y necesarios para este momento de la humanidad son al mismo tiempo los más simples y accesibles: recuperar nuestra corporalidad sentida y nuestra capacidad de mantener vínculos significativos.

Recuperar la corporalidad implica descubrir que nuestro cuerpo constituye una síntesis del Universo, encarnada en los infinitos misterios que la sabiduría de nuestros propios organismos esconden. La consciencia de unidad con el Universo no se recupera realizando un viaje a las galaxias lejanas a bordo de una nave espacial, sino cerrando los ojos, armonizando la respiración y sintiendo el pulso cósmico latiendo en nuestro corazón. Nuestra cultura parece estar muy centrada en la corporalidad, pero esto es sólo en apariencia. El cuerpo que a nuestra cultura le preocupa es el cuerpo funcional, el cuerpo como cosa, el que se usa (y del que se abusa). Es un cuerpo no amado, y por lo tanto des-almado. Este cuerpo entendido como instrumento para obtener placer, o como una máquina sobre la que hay que trabajar para lucirlo esbelto, o al que hay que cuidar de vez en cuando sólo para que dure mucho, tiene muy poco que ver con el cuerpo sentido, vivido desde adentro. El cuerpo que nos reconecta con el Universo es el cuerpo de la sensibilidad, el cuerpo interior, profundo, con todos sus abismales misterios y sus poderes aún inexplorados. Es el cuerpo de la introspección, la meditación, la respiración, la caricia, el abrazo, la pasión, los flujos de energía, el pulso que resuena con el latido de la tierra, la danza y el vuelo.

Al mismo tiempo, en el encuentro humano, el Universo se encuentra consigo mismo, se reconoce y se celebra. Desde este modelo, toda relación humana (en realidad, toda actividad humana), aun la más primitiva, constituye un intento de trascender la alienación y recuperar nuestra condición original.

El cuerpo y el encuentro, la sensibilidad y el amor. Respirar, latir, vibrar, danzar, pulsar y amar en el eterno aquí y ahora. Podemos pasarnos toda la existencia procurando develar misterios que creemos guardados en distantes lugares, mientras no percibimos que la savia de la vida, el mayor de los misterios, nos transita por dentro y se devela en el encuentro con el otro. El Universo ha trabajado durante millones de años para deleitarse en esta magia. Hemos sido concebidos desde y para esto. Como ocurre con todo lo que existe en el Cosmos, el encuentro es nuestro origen y nuestro destino.

Aun en la mayor inconsciencia, estamos siempre viviendo nuestra corporalidad y buscando la completud en el encuentro humano. Sin embargo, estos intentos pueden ser a veces tan disfuncionales que sólo terminan produciendo mayor aislamiento y soledad.

Como afirmábamos más arriba, esta búsqueda de completud se esconde en lo profundo de todas las formas de relaciones humanas, pero probablemente en ninguna se expresa con tanta claridad como en la relación de pareja. La intensidad, la complejidad y la cualidad tormentosa que suelen caracterizar a este tipo de relación humana se deben a que en ninguna otra forma de vínculo ponemos tantas expectativas relacionadas con la necesidad de completarnos. La búsqueda de pareja es siempre, de uno u otro modo, una búsqueda de completud. Sin embargo, esta unidad nunca puede sernos dada por otro, sino que, por el contrario, es sólo cuando la realizamos en nuestro interior que podemos compartirla. Por ello, la relación de pareja, que en principio constituiría un espacio óptimo para el despertar espiritual, suele terminar convirtiéndose en un espacio de batalla, en el cual la frustración por no alcanzar la tan añorada completud se revierte sobre el otro en las infinitas formas de violencia (sutil o grosera) que los seres humanos podemos desplegar. Así como las relaciones humanas constituyen la “vía regia” para la expansión de la consciencia, también implican un enorme riesgo y están llenas de dificultades.

Cuando la búsqueda de completud es correctamente interpretada como un proceso interno, que implica, en primer lugar, experimentar y trascender la soledad y la alienación, el resultado consiste en una profunda e íntima experiencia de encuentro y compasión hacia todo lo que existe, y sus manifestaciones inmediatas son el amor y el servicio. Por el contrario, cuando una persona o grupo proyectan sobre algo o alguien sus posibilidades de completarse, la búsqueda de este objeto idealizado se torna compulsiva. En estos casos, en lugar de primar la necesidad auténticamente espiritual de trascender los límites del ego y expandir la consciencia en el amor, predominan impulsos primitivos, necesidades infantiles no satisfechas, frustraciones y agresividad no asumidas, y la búsqueda se vuelve entonces patológica y dañina, tanto para el sí mismo como para el entorno. Ya sea que se trate del alcohol, las drogas, el sexo, el dinero, el poder o hasta el mismo conocimiento, nada puede detener el impulso a obtenerlo, sin importar el costo, a menos que un profundo trabajo interior permita comprender que la completud nunca se logra alcanzando logros o poseyendo objetos externos. Y cuando algo se interpone en el camino entre un individuo o grupo y aquello que consideran que va a completarlos, los seres humanos somos capaces de cualquier cosa para superarlo. Y cuando digo cualquier cosa, lo hago en forma literal: podemos ir desde la maravilla hasta el horror. Cuando los cristianos consideraron que lo único que los separaba de Dios eran los leones hambrientos del circo romano, caminaron hacia esa horrenda muerte cantando alabanzas. Cuando el pueblo alemán fue siniestramente convencido de que su completud sólo sería alcanzada mediante la conquista de Europa y que su mayor obstáculo era el pueblo judío, todos sabemos lo que ocurrió. Por ello, un camino de crecimiento personal centrado en la cotidianeidad6, en la simpleza y en los vínculos, debe necesariamente incluir una comprensión profunda, práctica y sencilla de la naturaleza misma de la búsqueda de completud. Y es preciso reconocer desde el primer momento que los componentes primitivos y patológicos estarán siempre entremezclados con los auténticamente espirituales. Esta complejidad es parte de nuestra naturaleza, y cuando un camino de crecimiento no la reconoce, sus resultados son siempre frágiles e inestables, cuando no explícitamente negativos.

La sed del alma es una sed vital. Ningún sistema de creencias, ningún dogma, ninguna filosofía por sí solos pueden calmarla. Nuestra necesidad básica no pasa por aprender nuevos conceptos, sino por reencontrarnos con nuestras raíces universales desde un nivel molecular, de un modo práctico, vital, orgánico.

A lo largo de este libro procuraremos comprender tanto la naturaleza de esta conexión como la forma en que la perdemos, para introducirnos luego en la descripción de un camino que nos permitirá recuperar nuestra conexión esencial con todo lo que existe. Todo concepto que aquí desarrollemos tendrá como objetivo servir como mapa, como guía práctica de autoexploración. Procuraremos evitar en todo momento el despliegue de la teoría por la teoría misma.

Sacar la experiencia de unidad del ámbito de lo esotérico y traerla al espacio de la vida cotidiana y la educación no es una empresa fácil. Por ello, habremos de abordarla con consciencia de nuestras limitaciones, es decir, con humildad. La consciencia de los propios límites va acompañada de la necesidad de contar con principios orientadores que sirvan de guía a lo largo del camino. Dada la magnitud de este objetivo, un principio habrá de orientarnos desde el mismo comienzo: no es posible emprender esta tarea desde una concepción parcial y reduccionista de la naturaleza humana. Tanto nuestra concepción de la mujer y el hombre como de los métodos con que favorecer su pleno desarrollo habrán de ser integrales. Debemos comenzar entonces por comprender qué es lo integral desde nuestra mirada.

El vínculo primordial

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