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EL GRAN PENSADOR
ОглавлениеSiempre que los conocedores hablaban de crímenes, o de criminales, salía el nombre de Waldron Honeywell. Era todo un símbolo —tanto para la gente de Punta Arenas como para la de Tammerfors— de lo último en prevención y detección de crímenes. Nacido en Estados Unidos, Honeywell había superado con su trabajo las fronteras nacionales. Treinta años de guerra contra el crimen lo habían llevado a todos los rincones del globo y su fama llegaba a cualquier punto en que existiera la letra impresa.
Al aplicar a su trabajo un intelecto singularmente perspicaz y combinarlo con un conocimiento exhaustivo tanto de las fases científicas de su profesión como de las más pragmáticas, lo había convertido en la ciencia más exacta posible; nunca nadie había discutido su supremacía en ese terreno.
Había desmontado las teorías de Lombroso en un momento en que el mundo científico contemplaba al italiano como un Mesías. El tratado en que había desarmado la creencia —sostenida nada menos que por una autoridad como W. J. Burns— de que sir Arthur Conan Doyle hubiera triunfado como detective y demostraba que los misterios a que se enfrentaba Sherlock Holmes podían abordarse con los métodos rutinarios de los policías ordinarios, era conocido por lectores en ocho lenguas. El magisterio con que desenterró y frustró la trama para poner una bomba en Versalles antes de que llegara a funcionar; la diligencia con que recuperó los papeles de aquel programa de aviación; su triunfo al encontrar al asesino del emperador de Abisinia, cuyos detalles se escondieron por alguna oscura razón política; la eficacia con que se enfrentó a la epidemia de robos postales... Eran detalles que habían pasado a la historia, pero no más notables que otros millares de logros en los que había participado.
Se le depararon honores y condecoraciones, los gobiernos buscaban su consejo, los científicos lo trataban con deferencia, los delincuentes se echaban a temblar al oír su nombre (uno que llevaba diecisiete años esquivando el arresto se entregó al primer policía que vio al enterarse de que habían contratado a Honeywell para perseguirlo) y obtuvo enormes recompensas en dinero.
Waldron Honeywell murió a principios de 1922 y dejó una herencia de 182,65 dólares en efectivo; 37.500 acciones de la International Solar Power Corporation; 42.555 acciones de la Cousin Tilly Gold, Platinum & Diamond Mining Company; 6.430 acciones preferenciales de la Universal Petroleum Corporation of Uruguay, S. A., y 75.000 acciones de la New Era Fuelles Motor Company.