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I. INTRODUCCIÓN: EL MERETRICIO O PROSTITUCIÓN EN SU ORIGEN. LA VISIÓN DEL JURISTA. RAZÓN DE LA REFLEXIÓN SOBRE EL TEMA

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Los hoy llamados trabajadores sexuales, al igual que en la antigüedad y que en el medioevo, y en todos los tiempos y culturas, deciden disponer libremente del propio cuerpo mediante una prestación de carácter sexual a cambio generalmente de dinero (pretium carnis), bien sea en presencia real de las partes o en presencia virtual (en la actualidad), en el marco del fenómeno conocido como meretricio o prostitución. Con la realidad de la internet se presenta una relectura de expresiones de viejos fenómenos de la sociedad, y lo cierto es que no estamos más cerca de ofrecer mayor seguridad de lo que estábamos en el año 1075 a.C., cuando la ley asiria castigaba con cincuenta latigazos a las meretrices que usaran velos, y además se les arrojaba alquitrán hirviendo sobre su cabeza. La razón de ser de esta disposición era que ninguna “esposa e hija” llegara a ser confundida con una meretriz y, como consecuencia de esa confusión, fuera víctima de abusos sexuales. En todos los tiempos, aunque con variaciones en los motivos detrás de la moral social, la prostitución ha sido vista como un “mal necesario”; castigada unas veces, tolerada de forma velada en otras, hasta llegar hoy en algunos países a ser regulada como trabajo digno, pero al mismo tiempo en otros cada vez más reprochada y con miras a su prohibición total. No obstante, predomina la misma situación histórica en su mayoría vinculada al reproche y la inmoralidad o deshonestidad, deshonra, mala fama, mala reputación (turpitudo) en torno del fenómeno; al mismo tiempo que se tolera, se esconde y se reprocha, se niega el ambiente de degrado, rechazo, pobreza y abuso que rodea en especial a la prostitución “de calle”.

De allí quizás que se diga que en Estados Unidos las recientes y polémicas leyes para detener la trata sexual y extender la lucha contra la trata sexual en línea (SESTA y FOSTA, por sus siglas en inglés) sean una victoria de las víctimas contra el sistema prostituyente que se sirve de internet; aunque no sin polémica por la restricción a las libertades en la web y respecto de las trabajadoras sexuales consensuales. Entonces, la prostitución ha sido tolerada en todos los tiempos y sociedades, y ha consistido siempre en una prestación sexual voluntaria a favor de otro a cambio de dinero, independientemente de la moral social de la época; pero al mismo tiempo se considera en todo tiempo una actividad inmoral, contraria a la moral social, y cuyo objeto desde el punto de vista de la prestación sería, por esto, ilícito. Esto es un “problema de negación”, de “gazmoñería”, o de una mentalidad de “apartar de la vista”. Así también en todos los tiempos la prostitución ha estado ligada a la pobreza, la discriminación de la mujer, el rechazo, el abuso al servicio del patriarcado. Habría entonces ilicitud en la prestación por contrariedad a boni mores no por contrariar el orden jurídico. Empero quien recibe dinero por este tipo de prestación sí tendría causa para retener lo pagado a cambio del sexo, tal y como se observa en el derecho romano y en la actualidad. Esto hace pensar que este tipo de prestaciones se mueven no dentro del derecho sino más bien con carácter natural (naturalitier); habría causa inmoral en el que da, pero no en el que recibe. A pesar de que la actividad del que recibe pueda ser reprochable para algunos desde cierto punto de vista moral y civil, no lo sería desde el punto de vista natural.

Así, pues, a pesar del reproche a la actividad o al tipo de prestación y su objeto, hay causa lícita para retener lo pagado en caso de disposición voluntaria del cuerpo humano en el marco del meretricio. Sin embargo, no parece haber causa jurídica suficiente para considerar una licitud completa y no parece viable conceder eventualmente acciones judiciales por incumplimiento de quien presta el servicio sexual. Pero sí parece viable que esta persona que ha dispuesto del cuerpo tenga causa para retener lo pagado. Entonces, una es la relación entre el(la) trabajador(ra) sexual y el cliente, y otra es la relación entre dicho trabajador y, eventualmente si es del caso, el dueño del establecimiento en el que se desarrolla la actividad. Por esto mismo, y considerada la vulnerabilidad en que generalmente se encuentran las personas en el contexto de la prostitución, la situación de pobreza, de discriminación y abuso en todos los tiempos de la historia, su condición debe ser protegida por el derecho con mayor rigor no, solo desde el punto de vista de la dignidad humana y los derechos fundamentales, para evitar injusta explotación, trata de humanos y otros abusos, sino que también cabe preguntarse si también desde el punto de vista del derecho del trabajo, para que el fenómeno sea ordenado eficazmente por el derecho y cobijado por sus principios en aras de proteger la dignidad de las personas que voluntariamente han decidido disponer del propio cuerpo obligándose a cumplir “prestaciones sexuales” a cambio de dinero.

Para el jurista de hoy, afrontar el fenómeno del meretricio o prostitución obliga a una reflexión compleja que no debe perder de vista la multiplicidad de factores culturales y de aspectos históricos y sociológicos involucrados. Tampoco es posible dejar de ver la posición de la mujer en el fenómeno, notar que va de la mano de la discriminación y del rechazo al servicio de la secular hegemonía del patriarcado. No solo para el jurista, de alguna manera también para el historiador, el meretricio sigue siendo un “sujeto innoble”. De allí la importancia de asumir la reflexión del jurista desde el punto de vista histórico pero con una perspectiva diacrónica1 que permita la búsqueda de elementos o de matices que nos ayuden a comprender mejor ciertas realidades humanas, para que así el jurista pueda ordenarlas desde el derecho con mayor eficacia en relación con los fines de justicia, equidad y solidaridad.

De esta manera el estudio del fenómeno por parte del jurista debe ser también un estudio social que se mira y se explica en cada momento y espacio histórico determinados. Dos aspectos principales se muestran de inmediato: por un lado, el meretricio en el contexto más amplio de la pobreza, y por otro, como un punto de referencia conflictual en la orientación moral, en las instituciones jurídicas y en las relaciones sociales.

Se le ha denominado el “oficio más antiguo del mundo”. Fenómeno pertinaz en la historia, no hay duda, pero se debe observar en relación con los cambios en la cosmovisión y en la estructura social a lo largo del tiempo. El fenómeno en sí mismo tiene un significado concreto (que se identifica como el dato característico de una sociedad con estructuras familiares rígidas y dominantes, con predominio del patriarcado)2, y para el jurista historiador en la perspectiva actual es posible tomar una delimitada muestra en cada periodo histórico y observar las mutaciones internas del fenómeno. De esto que se piense mejor en “formas de prostitución”, y no en “prostitución”3.

Es así como históricamente se observa que el meretricio o prostitución tiene tres formas distintas en la historia antigua y moderna, o, como lo señala Dufour, se traduce en tres grados diferentes vinculados a tres épocas diferentes de la vida de los pueblos: 1. La prostitución hospitalaria; 2. La prostitución sagrada o religiosa; 3. La prostitución legal o política. Estas tres formas principales parecen siempre un ejercicio libre y voluntario de la disposición del cuerpo. La prostitución hospitalaria, la prostitución representa una permuta, un intercambio cortés con el extranjero, con un desconocido que de repente se convierte en el invitado, el amigo; en la religiosa, se compra con el precio del inmolado pudor los favores de la divinidad, y la consagración al sacerdote; la legal, establecida y practicada como todos los oficios, y como tal tiene sus derechos y sus deberes, sus accesorios, sus tiendas, sus prácticas, no le falta nada de lo que ofrecería el comercio más honesto. Dufour hace énfasis en la ventaja económica: “la prostitución vende y gana, su finalidad no es otra que el lucro y las ganancias”4.

En los tiempos remotos pudo ya existir la prostitución: la mujer, para obtener del hombre una parte de la caza, o de la pesca, sin duda aceptará abandonarse a un ardor que no desea y no comparte: por un caparazón de madreperla, por una pluma de pájaro con colores vivos, por una pieza de metal brillante, otorgará sin simpatía y sin placer los privilegios del amor a la brutalidad ciega, como nos ilustra de nuevo Dufour. Se piensa que esta “prostitución salvaje” es anterior a toda religión, a toda legislación y, por lo tanto, desde estos tiempos primitivos de la infancia de las naciones se podría pensar que la mujer no cede a la servidumbre, sino a su libre voluntad, a su elección. Cuando el vínculo social divide a las personas en familias, cuando la necesidad de amarse y ayudarse recíprocamente consolidó uniones estables y duraderas, el dogma de la hospitalidad engendró otra especie de prostitución, que debe ser anterior a las leyes del rey nemorensis religioso y moral5.

La hospitalidad no era otra cosa sino la aplicación del precepto, quizás innato en el corazón del hombre, y que deriva más bien de una posición egoísta, de la generosidad desinteresada de la vida. De hecho, en medio del bosque donde vivía, el hombre antiguo sentía la necesidad de encontrar siempre y en todas partes con su vecino un lugar en el fuego y en la mesa, cuando por sus cacerías o sus excursiones deambulan lejos de su cabaña, y de su cama de piel de bestias: por lo tanto, todavía con Dafour, era una condición de utilidad general que había hecho de la hospitalidad un dogma sagrado, una ley inviolable. El invitado de todos los pueblos antiguos era bienvenido con respeto y alegría; su llegada parecía ser un buen augurio; su presencia traía buena suerte al techo que lo había recibido6.

La prostitución sagrada es casi contemporánea de esta primera prostitución, que de alguna manera fue uno de los misterios del culto a la hospitalidad. El miedo, engendrado por las grandes emociones de la naturaleza, inspiró la religión en el corazón del hombre; pero tan pronto como el volcán, la tormenta, el rayo, el terremoto inventaron los dioses, la prostitución se ofreció a estos dioses terribles e implacables, mientras que los sacerdotes tomaron para sí una ofrenda de la cual los dioses que representaban no se podían aprovechar. Los hombres ignorantes y crédulos llevaban al altar lo más precioso que tenían, la leche de sus vacas y la carne de sus toros, el fruto y la cosecha de los campos, el producto de la caza y la pesca, las obras de sus manos; las mujeres se apresuraron a ofrecer su cuerpo a Dios, al ídolo o a su sacerdote; ídolo o sacerdote que recibía en holocausto sea la virginidad de la doncella soltera, sea el pudor de la mujer casada7.

La prostitución inevitablemente tenía que pasar de la religión a las costumbres y las leyes; por lo tanto, la prostitución legal fue la que se apoderó de la sociedad, y la sobornó en el corazón. Esta prostitución, que era mucho más peligrosa que la otra escondida en la sombra del altar y los bosques sagrados, se mostraba sin velo ante los ojos de todos, y no estaba cubierta con el pretexto engañoso de la necesidad pública: prostitución que tenía como hija la lascivia generadora de todo vicio y fealdad. Los legisladores entonces movidos por el peligro al que se enfrentaba la sociedad, tuvieron el coraje de tocar el mal y de restringirlo entre límites sabios; algunos gobernantes incluso trataron de suprimirlo, aniquilarlo y fracasaron, pero nadie se atrevió a perseguir la prostitución hasta los jardines infantiles inviolables, que la religión le abrió en ciertas fiestas y en muchas ocasiones solemnes. Ceres, Baco, Venus, Príapo, la protegieron contra la autoridad de los magistrados y, además, la costumbre de los pueblos la había adoptado como parte integral del culto religioso. Una nueva religión solo podría venir en ayuda de la misión del legislador político, para hacer desaparecer la prostitución sagrada e imponer un freno saludable a la prostitución legal. Este fue el trabajo del cristianismo, que al destronar el culto de los sentidos proclamó el triunfo del espíritu sobre la materia8.

Así, desde la perspectiva del cristianismo, Jesucristo en su Evangelio restableció a la cortesana, realzó a la Magdalena y admitió a esta pecadora al banquete de la palabra divina; Jesucristo había llamado tanto a las vírgenes prudentes, como a las vírgenes insanas, pero inaugurando la era del arrepentimiento y la expiación, había enseñado moderación y continencia (cfr. Juan 7:53-8:11; Lucas 7:36-50). Sus apóstoles y sus sucesores, para sacudir los cimientos del altar de los dioses impúdicos, anunciaron al mundo cristiano que el verdadero Dios no se comunicaba sino con las almas castas, y no se encarnaba sino en los cuerpos desprovistos de suciedad y pecado. Empero, no es clara la idea de un Dios selectivo y excluyente, sino más bien el mensaje de un Dios de perdón y misericordia. En estos tiempos de civilización progresiva, la prostitución hospitalaria ya no existía; la prostitución sagrada, que por primera vez se la apreciaba con vergüenza, se encerró en sus templos ya disputados por un culto nuevo, más moral y menos sensual. El paganismo, amenazado, asaltado por todos lados, ni siquiera trató de defender esta prostitución como una de sus formas favoritas, y la conciencia pública la rechazó con horror. Así, la prostitución sagrada dejó de existir, al menos abiertamente, antes de que el paganismo abdicara por completo de su culto y sus templos; la religión del Evangelio había enseñado a sus neófitos a respetarse a sí mismos; la castidad y la continencia eran ahora virtudes obligatorias para todos, y ya no un privilegio exclusivo de algún filósofo; la prostitución no tenía ya razón de ser ni espacio para acomodarse en el manto de la religión ni de esconderse en la oscuridad del santuario9.

Pero una cosa debe estar claramente establecida, y es la inmensa distancia que corre entre la prostitución antigua y la moderna. Esto es puramente legal, no permitido pero tolerado y sujeto a la doble censura de la religión y la moralidad; mientras que, por otro lado, eso, aunque condenado por la filosofía, fue consagrado por costumbres y dogmas religiosos. Antes del cristianismo, la prostitución se encuentra en todas partes, en el santuario doméstico, en los templos y en triviums; en el reino del Evangelio, ya no se atreve a mostrarse a ciertas horas nocturnas en lugares reservados y lejos de la gente decente10.

La prostitución en tres formas particulares según las leyes de la hospitalidad, la religión y la política. Las fuentes y materiales abundan y tratar esta materia podría ocupar la extensión de muchos volúmenes. Las cartas de Alcifrón, los Deinosofistas de Ateneo y los diálogos de Luciano nos hacen menos grave la pérdida de los tratados históricos compilados por Gorgias, por Amonio, por Antífanes, por Apolodoro y otros escritores griegos, sobre la vida y costumbres de las cortesanas o etarias. Meursio, Musonio y muchos eruditos modernos, y entre otros, el profesor Jacobs de Gotha no juzgaron este tema indigno de sus más serias disertaciones. La Antigua Roma no nos ha dejado ningún libro especialmente dedicado a este tema, aunque no era ajena a él, pero los autores latinos, y más aún los poetas, contienen más material del que podemos usar11.

En este escrito se pretende entonces dar una mirada al fenómeno en la sociedad y en el derecho romano desde una perspectiva diacrónica, y plantear y contribuir a una reflexión en sentido moderno o actual que aporte elementos para una interpretación con base en la dignidad humana y en la libertad.

Actos de disposición del cuerpo humano

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