Читать книгу Actos de disposición del cuerpo humano - Édgar Cortés - Страница 18

B. ELEMENTOS PARA UNA REFLEXIÓN SOBRE EL MERETRICIO COMO EXPLOTACIÓN ECONÓMICA DEL PROPIO CUERPO EN EL DERECHO ROMANO. LA MORAL SEXUAL EN EL MUNDO ROMANO. POSICIÓN DE LA MERETRIZ

Оглавление

La cultura y la ciencia del mundo clásico reafirmaron enérgicamente el principio de una virtual ataraxia conyugal, que se preocupaba, de las maneras más diversas, pero sustancialmente convergentes, de condenar cualquier forma de sexualidad lúdica o no procreativa, incluso en lexicografía19. Por ejemplo, desde el siglo I a.C., a propósito del beso, un signo/símbolo preliminar y esencial para cualquier acercamiento o contacto personal, se destacará claramente entre los oscula, ascéticos y obligados, reservado para los cónyuges, de los basia/savia, tiernos y apasionados, propios de los amantes (milia multa, de perder la cuenta, pregunta Catulo en el emblemático carme 5): los primeros pertenecen a la oficialidad y al deber (officium), los segundos al amor y la libido. “Quien quiera irse a la cama (cubare) con una mujer, se abra el camino con besos”20, observa en términos directos un esclavo a su joven dueño21.

La libido, el deseo y la pasión, tendencialmente vinculados a la homofilia por la mentalidad clásica y cristiana, se identificaba con la condición despreciable y obsoleta de explotación y miseria de la prostituta (meretrix: el hecho de que en latín los sinónimos de meretrix son más de cincuenta es un signo claro de la propagación de la prostitución en la sociedad romana y su imaginación colectiva): hablo por supuesto, pensando en el varón romano, ya que cada iniciativa femenina contra los hombres, sexual en particular, fue severamente rechazada y, de ser posible, reprimida, porque contradecía clamorosamente la anulación del yo, y de su propio femenino, requerido e impuesto a cada mujer)22.

La sexualidad en general, y la libido en particular, siempre fueron temidas y consideradas peligrosas en cualquier nivel de la ciencia y cultura helenístico-romana por razones fisiológicas, filosóficas y políticas, ciertamente no éticas o moralistas. Téngase en cuenta el variado cuadro que presenta Valerio Máximo sobre el usus veneris y sobre los crimina libidinis23: había preocupación, por supuesto, pero más por la salud intelectual y física del ciudadano que por la mujer en sí. Por otro lado, solo unos pocos médicos se ocuparon de los abortos espontáneos, los nacimientos prematuros y las muertes frecuentes de las esposas-niñas (condición que todavía hoy sufren al menos 70.000.000 de mujeres en la pubertad en África subsahariana y Asia meridional)24.

La mulier romana, por definición, existe solo en función y en la sombra del hombre: es parte del todo, vive y actúa en beneficio exclusivo del hombre y su sistema socio-económico. Indudable el sistema de laberinto patriarcal. Y justo frente al heroísmo viril de corte republicano, y luego neoestoico, enfatizado y sublimado en/desde el mos maiorum, lo femenino/la feminidad colisionan y sucumben a diario: la guerra y la vida pública radicalizan la superioridad masculina25.

También en Roma, por otra parte, hablar de mujer –de cualquier mujer– significa hablar de un objeto estructuralmente y legalmente bajo tutela del hombre, incluso la mujer púber26: propiedad del hombre, por derecho, o violencia, o robo, se debe someter y adaptar sin discusión o remordimiento, de acuerdo con una atávica mística de absoluta obediencia y subordinación en el ámbito familiar, civil, y religioso. El derecho romano, además, pero también la literatura y la filosofía (también la neo-estoica, que ya en el siglo I d.C. con Musonio Rufo divulgaba en la Urbe la igual dignidad de la naturaleza humana), hubieron de resaltar, instalar y acendrar un discurso de la supuesta congénita inferioridad jurídico-personal de “un ser constantemente irracional” (aeque imprudens animal)27.

En este punto ya es posible anticipar que la moral sexual romana era más una cuestión de status que de virtud y, en este sentido, difería del significado moderno. Destaca la actitud ambigua que el derecho romano asumió hacia algunas personas consideradas “infames” como las prostitutas28. Como se sabe, el mundo romano exorcizaba el eros integrándolo en sus estructuras sociojurídicas a través del matrimonio, del conubium, y, para el hombre, limitándolo a un desfogo fisiológico con mujeres de las clases bajas o, aunque no oficialmente, con varones adolescentes.

La volubilidad, mutabilidad y debilidad decisional (levitas animi e infirmitas consilii), con falta de fiabilidad, impulsividad e incapacidad de dominar a nivel fisiológico y social (impotentia muliebris), acompañan la consideración del género femenino en la historia y en el imaginario colectivo hasta la época imperial avanzada. Incluso el antiguo topos de la muerte materna por la alegría del regreso inesperado del hijo que sobrevivió a la sangrienta guerra, es descartado por el llamado sentido común (masculino) como algo típico de las mujeres29.

Para la “satisfacción” de su propio placer carnal, entonces el hombre se dirige –además de al esclavo (puer), que podía convivir en la domus con su esposa legítima, tal vez como en el caso de Trimalción30– a las libertas y las esclavas de la casa (sobre las cuales, en el latifundio, disfruta de un verdadero derecho de pernada (ius primae noctis)31, las cortesanas y las prostitutas, sobre todo si se tiene que “respetar” a la cónyuge que no puede estar involucrada en “desenfrenos y libertinaje marital”. Recuerda Plutarco32: que quizá solamente el filósofo neo-estoico Musonio Rufo, en época de los Flavios, sostuvo la igualdad de las mujeres también en esto (Diatriba XII). Por lo demás, nótese la particular exaltación del acuerdo sobre prestación sexual en Marcial33, y en especial cuando podría chocar con los intereses del Estado: las vírgenes, en efecto, son potencialmente las madres de los futuros ciudadanos y soldados de Roma.

De hecho, se dice que Catón el Viejo saludó a un conocido caballero que salía de un fornix con la frase de felicitación, “macte virtute esto” (¡Bien hecho!’)34, alabando su decisión de mitigar su lujuria con prostitutas en lugar de con las esposas de otros hombres; aunque más tarde añadió, después de conocer varias veces al mismo hombre en la misma situación, que su aprobación se extendía solo a la visita ocasional al burdel, y no a convertirlo en su casa. A pesar de, o debido a su degradación y deshonor, la meretrix era un objeto sexual perfectamente apropiado para el hombre romano, pero uno para ser disfrutado, como todo lo demás, con moderación; los servicios sexuales que brindó fueron socialmente útiles, aunque no sin calificación35.

Lo importante era que el hombre romano evitara cargos por relaciones sexuales con menores de edad libres y con virginesnubende o viudas (que se podían volver a casar después de un duelo de diez meses36)– potenciales madres de los futuros ciudadanos o con una mujer casada, propiedad de otros: en el primer caso habría sido violación (stuprum), en el segundo adulterium. Así lo refiere Plauto, a principios del siglo II antes de Cristo, ama a quien quieras, siempre y cuando te mantengas alejado de “nupta, viuda, virgen, iuventute et pueris liberis...”37.

La posición particular tomada por el derecho romano también surge de las palabras de Cantarella38 cuando subraya cómo a diferencia de las mujeres “decentes” (quienes si fallaban en sus deberes eran procesadas en casa, donde los padres y maridos juzgaban y castigaban, como si fueran, como dice Séneca, “magistrados domésticos”), las prostitutas eran juzgadas y condenadas por los tribunales ordinarios. Hasta cierto punto, uno podría decir que tenían una relación más cercana con la res publica. Sin la protección de un cabeza de familia masculino, las prostitutas –a diferencia de las mujeres honestas– eran interlocutoras directas de la res publica: a veces de la cosa pública también obtenían protección y reconocimiento de sus derechos, como en el famoso caso de la prostituta Manilia que fue absuelta por los tribunos de la plebe de las acusaciones levantadas por el edil Mancino39. Sin embargo, no se olvide que en la cultura romana el cuerpo de la mujer se consideraba muy diferente al del hombre, ya que se percibía como una entidad “violable por naturaleza”. No es por casualidad que, para indicar las prácticas de penetración homosexual, se usó la expresión mulieri pati, que es “sufrir como las mujeres”40.

Así, la violación, no pocas veces colectiva en Italia, contra las niñas/mujeres de las clases bajas, o cortesanas41, sería atribuida paradójicamente a ellas: porque presuntamente a priori son consideradas culpables en cualquier caso a priori –de acuerdo con una evaluación universal (masculina) de uso corriente en área mediterránea– por seducción, o poca defensa, o por no haber gritado, etcétera42. De nuevo la estructura del sistema patriarcal y su laberinto excluyente.

La Venus tuta43, el amor seguro y sin problemas para el hombre, de acuerdo con las inclinaciones e ideologías personales, naturalmente encontró tipificaciones precisas entre los autores. Dando por descontado que, en la autorizada opinión de Catón el Censor44, y en el mismo sentido Cicerón45, para el mos maiorum es mejor recurrir a una prostituta –nunca se habla de prostitutos, generalizados también ellos– en uno de los 45 burdeles de la Urbe, en lugar de socavar a las matronas o esposas de otros. Horacio declaró abiertamente su propensión por la libertad46; Ovidio, por la mujer plebeya, a quien le dedicó su código erótico el Arte de amar47; Marcial, aunque prefiere la libre desde el nacimiento (ingenua), no descarta la esclava doméstica, y refiere que podrá escogerla si, por su buen aspecto, le pareciera una verdadera señora48.

A comienzos de la época imperial parece que solamente Ovidio, a su manera, intuye y divulga lo positivo de la búsqueda del placer mutuo, recordando con gran sentido común y de modernidad que “el placer está completo cuando la mujer y el hombre yacen juntos abrumados en igual medida”49. Además, el hecho de que la mujer tome la iniciativa respecto del hombre, por lo demás rechazado con dureza por los griegos, fue en su mayoría censurado por los romanos, porque contradecía clamorosamente la anulación de sí misma y el papel femenino requerido e impuesto por la tradición50.

Por otra parte, se tenga en cuenta que la ética y la filosofía de herencia platónico-aristotélica fueron bastante severas contra las relaciones sexuales no encaminadas y dirigidas exclusivamente a la procreación. Séneca el Rétor dice que “nada es más vergonzoso que amar a su cónyuge como si se tratara de una mujer de otro”51, o bien, adultera. El derecho romano entre los siglos II-III d.C. incluso declara adulter, sin juego de palabras, a quien “ama a su esposa con excesivo ardor”52. Y no muy lejos un Filón de Alejandría o un Musonio Rufo, así como los apologistas cristianos, las estigmatizaron con dureza como pecaminosas53, debido a que por la costumbre antigua la uxor tenía que ser “respetada” por el cónyuge y no le era lícito involucrarse en las fantasías eróticas del marido54 o en prácticas sexuales no maritales y no generativas (en cualquier caso, la lujuria o la embriaguez del hombre en época de Constantino no era causa suficiente para conceder a la mujer el divorcio55: por el contrario, incluso los Padres de la Iglesia56 aconsejaban a las esposas que recomendaran a sus cónyuges las prostitutas57. El laberinto patriarcal acá toma derivaciones realmente sorprendentes.

Actos de disposición del cuerpo humano

Подняться наверх