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IMAGEN: ELEGIR CREENCIAS QUE NOS HACEN QUEDAR BIEN

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Cuando escogemos qué ponernos, un traje o jeans, piel o algodón, zapatos de tacón o calzado deportivo, la pregunta implícita es: “¿Qué clase de persona vestiría así? ¿Alguien sofisticado, de espíritu libre, diferente, centrado? ¿Así quiero que me vean los demás?”.

Elegimos nuestras creencias de modo similar.17 La psicología lo denomina gestión de la impresión y la psicología evolutiva, teoría de señales: cuando contemplamos una idea, de manera implícita nos preguntamos: “¿Qué clase de persona creería algo así? ¿Así quiero que me vean los demás?”.

Las personas se presentan de distintas maneras mediante su ropa, y es el mismo caso con las creencias. A alguien le puede atraer el nihilismo porque lo hace ver provocador; a alguien más, el optimismo porque así parece simpático; otro puede recurrir a posturas moderadas en temas controvertidos para parecer maduro. El objetivo no es que los demás compartan tus creencias, como en la persuasión. El nihilista no intenta sumar adeptos al nihilismo. Sino que crean que él cree en el nihilismo.

Así como en la moda hay tendencias, también las hay en el mundo de las ideas. Cuando en tus círculos sociales se empiezan a popularizar ideas como “el socialismo es mejor que el capitalismo” o “el aprendizaje de las máquinas cambiará el mundo”, podrías estar tentado a adoptarlas para estar a la moda. A menos que llevar la contraria sea parte de tu imagen; en cuyo caso, cuando una idea se populariza, te vuelves menos receptivo a ella.

Algunas preferencias en torno a la presentación de uno mismo son casi universales, pese a la inmensa variedad. Casi nadie prefiere ir sucio o con la ropa manchada. Del mismo modo, casi nadie quiere parecer desequilibrado o egoísta por sus creencias. Así que, en beneficio de nuestra imagen, recurrimos a explicaciones defendibles de nuestra conducta como: “El motivo por el que me opongo a las nuevas construcciones en mi barrio es porque me preocupa el efecto en el medio ambiente. ¡No porque no quiera que suba el valor de la propiedad!”.

Una vez más, la incapacidad de entender algo puede ser útil. Recuerdo estar sentada con mis compañeros de clase en la preparatoria, hablando de que un conocido resentía el éxito de su amigo. Una chica en el grupo, Dana, expresó asombro:

—¿Por qué le tendrías celos a un amigo?

—Ay, Dana es tan inocente que ni siquiera entiende el concepto de celos —alguien contestó enternecido.

—Ya, en serio, ¡no entiendo! —Dana protestó acallando el coro—. ¿Por qué no te alegra que tu amigo esté feliz?

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