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PICQUART REABRE EL CASO

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El coronel Georges Picquart hace su entrada: en apariencia, es un hombre convencional, no del tipo que cause problemas.

Picquart nació en 1854 en Estrasburgo, Francia, en una familia de soldados y funcionarios, y ascendió en el ejército francés muy joven. Como la mayoría de sus compatriotas, era católico. Y también, como la mayoría de sus compatriotas, era antisemita. Eso sí, no era agresivo. Era un hombre refinado y le parecía que la propaganda antisemita, como la que imprimían los periódicos nacionalistas franceses, era de mal gusto. Pero el antisemitismo estaba en el ambiente, y creció con una instintiva actitud despectiva hacia los judíos.

Por lo tanto, cuando en 1894 Picquart se enteró de que el único miembro judío del ejército francés resultó ser espía, lo creyó sin dudar. Cuando Dreyfus se declaró inocente durante el juicio, Picquart lo estudió de cerca y concluyó que estaba fingiendo. Y durante la ceremonia de “degradación”, cuando le retiraron las insignias a Dreyfus, el propio Picquart hizo el chiste antisemita (“es judío, seguro está calculando el valor de esa insignia de oro”).

Poco después de que desterraran a Dreyfus a la isla del Diablo, ascendieron al coronel Picquart y lo pusieron al mando del departamento de contraespionaje que había dirigido la investigación de Dreyfus. Se le había encargado acumular evidencia adicional contra Dreyfus por si cuestionaban su condena. Picquart comenzó a buscarla, pero no encontró nada.

No obstante, surgió un asunto más urgente y prioritario, ¡había otro espía! Habían descubierto más cartas destruidas dirigidas a los alemanes. En esta ocasión, el culpable parecía ser un oficial francés de nombre Ferdinand Walsin Esterhazy, quien era alcohólico y apostador, tenía muchas deudas, por lo que tenía interés en vender información a Alemania.

Cuando Picquart analizaba las cartas de Esterhazy se dio cuenta de algo: la caligrafía precisa, inclinada, le resultaba asombrosamente familiar… Le recordaba al oficio original que se le atribuyó a Dreyfus. ¿Se lo estaba imaginando? Picquart recuperó el oficio original y lo colocó junto al de Esterhazy. Casi le da un infarto. La caligrafía era idéntica.

Picquart le mostró las cartas de Esterhazy al analista caligráfico interno del ejército, quien había testificado que la letra de Dreyfus era la del oficio original. “Sí, esta letra corresponde con la del oficio”, afirmó el analista.

“¿Qué pasaría si le digo que estas cartas son recientes?”, preguntó Picquart. El analista se encogió de hombros. En ese caso, los judíos deben de haber entrenado al nuevo espía para imitar la letra de Dreyfus. Para Picquart este argumento no era plausible. Con un nudo en la garganta, empezó a aceptar la conclusión inevitable: habían sentenciado a un hombre inocente.

Le quedaba un recurso: el archivo de evidencia que se usó contra Dreyfus en su juicio. Sus colegas le aseguraron que, para convencerse de la culpabilidad de Dreyfus, sólo bastaba con consultarlo. Así que Picquart lo recuperó para revisarlo. Pero una vez más se decepcionó. El archivo incriminatorio no contenía evidencia irrefutable, sólo especulación.

A Picquart le indignaron las racionalizaciones de sus colegas, el desinterés en la pregunta de si habían sentenciado a un hombre inocente a morir en la cárcel. Siguió investigando, pese a que la resistencia del ejército se tornó en una enemistad abierta. Sus superiores lo enviaron a una misión peligrosa esperando que no regresara. Cuando esta estrategia fracasó, lo arrestaron por filtrar información sensible.

Pero después de diez años, de un periodo en la cárcel y múltiples juicios, Picquart tuvo éxito: absolvieron a Dreyfus y lo reincorporaron al ejército.

Dreyfus vivió otros treinta años tras su restitución. Su familia lo recuerda estoico con respecto al calvario, aunque nunca recuperó la buena salud tras años en la isla del Diablo. Esterhazy, el espía real, huyó del país y murió en la pobreza. Y Picquart siguió padeciendo el acoso de los enemigos que había hecho en el ejército. Sin embargo, en 1906 el primer ministro Georges Clemenceau lo designó ministro de Guerra, en virtud de su desempeño durante el que se conoció como “el caso Dreyfus”.

Cuando le preguntaban a Picquart sobre su proceder —por qué sus esfuerzos para desvelar la verdad que exoneró a Dreyfus, poniendo en riesgo su carrera y su libertad— su respuesta era sencilla y siempre la misma: “Porque era mi deber”.

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