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La conspiración del azúcar

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El ataque a Yudkin dirigido por Keys no fue simplemente un acto de rivalidad profesional, sino una acción cuidadosamente premeditada para hundirlo y desacreditar su teoría. El sector azucarero había estado financiando el trabajo de Keys desde principios de los años cuarenta. Este era un investigador respetado al que conocían bien y a quien confiaron la defensa de sus intereses. Gracias a él, la industria azucarera logró desviar la sospecha de que el azúcar fuera una posible causa de las enfermedades cardíacas y culpar en su lugar a la grasa saturada.

Con el fin de ganarse a la comunidad médica y al público en general la industria azucarera desarrolló una campaña de marketing en numerosos frentes que incluía la compra de la lealtad de investigadores de prestigio y la producción de estudios favorables a su sector.

Durante los años cuarenta, a la industria azucarera le preocupaba la creencia general de que el azúcar podría contribuir a una serie de problemas de salud, como la caries y la diabetes. En 1943 se fundó la Sugar Research Foundation (‘fundación para la investigación del azúcar’) –más tarde renombrada Sugar Association (‘asociación del azúcar’)– con el fin de construir una coalición de los principales grupos y productores azucareros de los Estados Unidos. Se creó una filial llamada Sugar Information Inc., para dirigir su campaña de relaciones públicas.

En 1968, la Sugar Association, en un esfuerzo por reclutar a las empresas extranjeras de la industria azucarera y fortalecer su posición e influencia financieras, creó una división de investigación llamada International Sugar Research Foundation (‘fundación internacional de investigación del azúcar’), con objeto de financiar la investigación para contrarrestar lo que ellos denominaban los «conceptos erróneos sobre las causas de la caries dental, la diabetes y los problemas cardíacos». Con el tiempo, la Sugar Association abrió sus puertas a empresas de aperitivos y bebidas como Coca-Cola, Hershey’s, General Mills y Nabisco, para ayudar a financiar su campaña de marketing.

Es posible que de no haber sido por los denodados esfuerzos de la doctora Cristin Kearns, nunca hubiese salido a la luz gran parte de la información sobre la participación clandestina de la industria azucarera en el debate sobre las grasas saturadas. Kearns trabajó como administradora de salud dental para el programa de cuidado dental de Kaiser Permanente. Como parte de su trabajo, asistió a la Conferencia Anual 2007 del Institute for Oral Health (‘instituto de salud bucal’). La conferencia de ese año giraba en torno a los vínculos entre la diabetes y la enfermedad de las encías.

Los conferenciantes aconsejaron a los asistentes opciones alimentarias saludables para los pacientes diabéticos. Sin embargo, estas recomendaciones no le parecieron adecuadas. Como directora dental de clínicas con escasos recursos en Denver, Kearns ­conocía de primera mano el daño que las bebidas y los alimentos azucarados causaban a los dientes; a pesar de ello, en la conferencia no se dijo nada sobre el azúcar.

Una de las ponentes, la doctora Jane Kelly, directora del National Diabetes Education Program for the Centers for Disease Control and Prevention (‘programa nacional de educación sobre la diabetes para los centros de control y prevención de enfermedades’), distribuyó los folletos que los dentistas entregaban a sus pacientes diabéticos. Si bien estos folletos no alentaban claramente el consumo de azúcar, tampoco había ninguna mención sobre su restricción. En cambio recomendaban que bajaran de peso y comieran menos grasas saturadas y sal. En otras palabras, consumir azúcar estaba bien siempre y cuando se mantuviera un peso saludable. Sin embargo, no todos los diabéticos tienen sobrepeso. A Kearns, estas recomendaciones le parecieron ridículas. Era como decirles a los pacientes propensos a la caries dental que podían comer todo el azúcar que quisieran siempre y cuando mantuvieran su peso bajo control. En el folleto de otro de los conferenciantes principales, se incluía como alimento recomendado para los diabéticos el té Lipton Brisk, una bebida que contenía el equivalente a once cucharaditas de azúcar por ración. Cuando el orador abandonaba la conferencia, Kearns lo abordó y le preguntó: «¿Cómo puede decir que el té dulce es sano?». Él le respondió: «No hay ninguna investigación que demuestre que el azúcar causa enfermedades crónicas». Luego se dio media vuelta y se marchó sin decir nada. Kearns se quedó estupefacta. ¿Cómo era posible que los principales expertos en salud ignoraran el papel del azúcar en la diabetes?

La falta de asesoramiento sobre el azúcar a los diabéticos en la conferencia parecía demasiado sospechosa. ¿Realmente apoyaba la ciencia aquella omisión, o había otras fuerzas en juego? Quería respuestas y comenzó a seguir la pista de asociaciones comerciales que promovían el consumo de azúcar, buscando señales de que pudieran estar influyendo en el asesoramiento nutricional que los ­profesionales sanitarios ofrecen a los diabéticos. Investigó por Internet y buscó en las bibliotecas universitarias. Tras varios meses de búsqueda, encontró una biblioteca que tenía en su posesión los ficheros de archivo de una empresa azucarera en quiebra. Al examinar los archivos, descubrió documentos confidenciales, notas internas, actas de reuniones y pistas de otros archivos con más documentos para investigar. Los documentos indicaban con toda claridad la trama de la industria azucarera para influir en la investigación médica, las agencias gubernamentales y la opinión pública. La participación de la industria azucarera era mucho mayor de lo que se había imaginado. Resultó que la «campaña propagandística», como a veces se mencionaba en los documentos, consiguió responsabilizar a las grasas saturadas de las enfermedades cardíacas y otras patologías crónicas, alterando así el curso de la ciencia nutricional durante las seis décadas siguientes.15

Los memorandos internos revelaban que desde el principio la Sugar Association fue consciente de los vínculos entre el azúcar y las enfermedades crónicas. En 1954 realizaron una encuesta y descubrieron que las principales razones por las que los clientes limitaban el consumo de azúcar en ese momento eran:

1 Que engordaba.

2 Que causaba caries.

3 Que causaba diabetes.

Una nota interna acerca de esta encuesta dice lo siguiente: «Por lo tanto, en vista de lo anterior, la campaña publicitaria que estamos a punto de iniciar y que durará varios años deberá desmontar estas falacias y al mismo tiempo convencer a la población de los beneficios del azúcar para la salud» (la cursiva es nuestra).

La Sugar Association comenzó a financiar estudios para sembrar dudas sobre la investigación que vinculaba el consumo de azúcar con diversos problemas de salud. Reclutó a investigadores como Keys, Stare y Hegsted con el fin de promover la hipótesis de la grasa y restarle importancia a cualquier implicación del azúcar en la incidencia creciente de enfermedades cardíacas y diabetes. Había que humillar y hundir a los opositores declarados, como ­Yudkin, para desalentarlos y desacreditar su trabajo.

La industria azucarera movió los hilos para conseguir introducir a profesionales médicos e investigadores que simpatizaran con sus intereses en puestos de autoridad en organismos médicos y gubernamentales. A lo largo de los años sesenta, Keys se aseguró puestos, para él y sus aliados, en las juntas directivas de las organizaciones sanitarias más influyentes de los Estados Unidos, entre ellas la American Heart Association y los National Institutes of Health. La Sugar Association consiguió que otros representantes obtuvieran puestos de liderazgo y en comités consultivos en el US Department of Agriculture, los Centers for Disease Control and Prevention (‘centros para el control y la prevención de enfermedades’) y otras organizaciones influyentes. Desde estos puestos de autoridad, aprobaron la financiación de estudios a los investigadores de ideas afines, se la negaron a quienes no simpatizaban con la industria azucarera, influyeron en las políticas federales y publicaron consejos nutricionales para la nación.

La Sugar Association estableció un supuesto organismo científico independiente compuesto por dentistas y otros médicos para defender el papel del azúcar en una dieta saludable. Se llamaba Food and Nutrition Advisory Council (‘consejo consultivo de alimentos y nutrición’), un nombre muy científico e imparcial que le daría a la organización la apariencia de la legitimidad y la autoridad científica. El recién creado Food and Nutrition Advisory Council se apresuró a confeccionar un folleto de ochenta y ocho páginas titulado Sugar in the Diet of Man [El azúcar en la dieta humana]. El objetivo declarado del folleto era exponer los datos científicos existentes sobre el azúcar para disipar los temores acerca de esta sustancia. La Sugar Association distribuyó veinticinco mil copias a los medios de comunicación y a los líderes de opinión. El folleto venía acompañado de un comunicado de prensa con el titular «Los científicos disipan los temores sobre el azúcar». Con frecuencia los periódicos reproducen los comunicados de prensa palabra por palabra o los editan ligeramente para publicarlos como noticias.

Desde el principio, la Sugar Association sabía que el azúcar se vendería si conseguían darle una imagen saludable. Por lo tanto, trató de transformarlo en un alimento sano utilizando el poder de la publicidad persuasiva. Aunque es una sustancia sin ningún valor para la salud, se le atribuyeron beneficios ficticios a los que se dio una enorme difusión. Es bien sabido que, a menudo, una mentira repetida termina aceptándose como verdad. El mensaje se repitió constantemente. Los anuncios que promovían la imagen saludable del azúcar aparecieron por todas partes en revistas, periódicos y boletines y se difundieron por radio y televisión.

El título de un anuncio de 1954 dice: «¿Qué es lo que nos engorda?». A continuación, viene el siguiente texto: «Engordamos sencillamente porque comemos en exceso. ¿Por qué comemos en exceso? Porque tenemos hambre. ¿Por qué tenemos hambre? Una de las razones por las que las personas sanas tenemos hambre es que nuestro nivel de azúcar en la sangre está bajo. ¿Cuál es la forma más rápida de elevar el nivel de azúcar en sangre y ayudar a evitar comer en exceso? ¡Tomar azúcar y todos esos alimentos deliciosos que lo contienen!».


Propaganda publicitaria patrocinada por la industria azucarera.

El anuncio continúa: «Las investigaciones nutricionales han reconsiderado nuestro principal problema de salud y han descubierto cómo el azúcar nos ayuda a controlar el apetito y el peso».

El mensaje principal que se nos quiere transmitir con esto es que engordamos por no tomar suficiente azúcar. Toma más azúcar y así dejarás de tener hambre y no comerás otros alimentos. El texto alude a algunas «investigaciones nutricionales» no especificadas que supuestamente dan legitimidad científica a estas afirmaciones, por lo que deben de ser ciertas.

El título de otro anuncio de 1959 dice: «¿Estás tomando suficiente azúcar para controlar el peso?». El texto sigue:

Esto puede sonar raro hasta que te planteas la necesidad de controlar el apetito al seguir una dieta. ¿Cómo controlar un apetito desmesurado? La forma más sencilla es tomar azúcar. Ningún otro alimento satisface tu apetito tan rápido y con tan pocas calorías. Por eso encontrarás azúcar en tantas dietas actuales para adelgazar.

¿Por qué las mujeres activas de hoy necesitan más azúcar? No encontrarás a la mujer moderna sentada en una mecedora en el porche. Sale a jugar a los bolos o al golf los fines de semana y entre una cosa y otra participa en las actividades de sus hijos. Esta vida extenuante requiere energía, la clase de energía que proporciona el azúcar. Por eso, las personas activas que son conscientes de sus necesidades energéticas incluyen el azúcar en su alimentación.

Este anuncio está escrito para atraer a la mujer «moderna», más sofisticada e inteligente que sus padres, que están demasiado anticuados para apreciar los beneficios del azúcar. La generación anterior se pasa la vida sentada en una mecedora porque carece de energía, no toma suficiente azúcar. En cambio, las mujeres de hoy en día son activas y necesitan la energía que proporciona el azúcar para lograr todo lo que quieren hacer.

El anuncio continúa:

¡El azúcar hace que un melocotón sepa aún más a melocotón! Todos hablamos de degustar los alimentos, pero ahora la ciencia nos dice que el sentido del olfato también es muy importante para el reconocimiento de sabores. Experimentos recientes indican que el azúcar libera vapores ocultos de los alimentos, intensifica su sabor y nos ayuda a distinguir matices ­sutiles.

Ahí lo tienes. La ciencia lo demuestra: es mejor tomar azúcar. Basta con añadir azúcar a los alimentos para destapar vapores ocultos que activan los receptores olfativos y mejoran el sabor de lo que comemos. Suena bastante convincente, pero ¿dónde se hicieron estos estudios y quién los llevó a cabo? ¿Cómo sabemos si estas afirmaciones son verdaderas o se trata solo de las fantasías de algún redactor publicitario? Ten en cuenta que por aquellos días no existían todas las leyes que tenemos ahora que prohíben la publicidad falsa y engañosa, por lo que un anunciante podía decir lo que quisiera por muy absurdo que fuera sin ningún problema.

Lo creas o no, el titular de un anuncio de 1971 recomienda:

Un helado al día [...] Puede que el azúcar sea la fuerza de voluntad que necesitas para comer menos.

El anuncio continúa:

Cuando tienes hambre, normalmente eso significa que tu nivel de energía está bajo. Comer algo con azúcar puede proporcionarte energía rápidamente. De hecho, el azúcar es el alimento energético más rápido que existe. Y cuando recuperes la energía, es muy posible que tengas la fuerza de voluntad para comer menos en la mesa. ¿A que es una idea muy dulce? El azúcar [...] con tan solo dieciocho calorías por cucharadita, es todo energía.

Si tienes más energía, serás capaz de resistir la tentación de comer en exceso, así que adelante, disfruta de ese helado y así luego comerás menos en la cena. Yo no sé tú, pero a mí comer helado nunca me redujo el apetito. El azúcar se digiere tan rápido que una hora más tarde vuelves a tener hambre.

El título de otro anuncio de los años setenta dice: «Si el azúcar engorda tanto, ¿cómo es que muchos niños están tan delgados?». Ese anuncio no se publicaría hoy en día. Las tasas de obesidad en adultos y niños se han disparado. En 2010, en los Estados Unidos, el 17 % de los niños y los jóvenes en edades comprendidas entre los dos y los diecinueve años eran obesos.

En 1976 en el escenario de un salón de baile de Chicago, John Tatem Jr., director de la Sugar Association, y Jack O’Connell Jr., director de relaciones públicas de la asociación, fueron galardonados con el codiciado premio Silver Anvil. El sector de las relaciones públicas otorga este prestigioso honor a la excelencia en «la forja de la opinión pública». Bajo la dirección de estos hombres, la Sugar Association obtuvo uno de los mayores éxitos en la historia de las relaciones públicas. Durante casi una década, la industria azucarera había resistido repetidas críticas de los científicos y del público, que acusaban al azúcar de causar obesidad, diabetes y enfermedades cardíacas, entre otros problemas de salud. La Federal Trade Commission (‘comisión federal de comercio’) y la Food and Drug Administration (‘administración de alimentos y medicamentos’) cuestionaron los anuncios que afirmaban que el azúcar era una ayuda eficaz para perder peso e impulsaron una revisión de las evidencias para comprobar incluso si el azúcar era una sustancia que se pudiera tomar sin peligro para la salud. La campaña de propaganda cuidadosamente elaborada de la Sugar Association desvió con éxito la investigación y se metió en el bolsillo a la opinión pública. Los estudios patrocinados por la asociación crearon dudas sobre la reputación negativa del azúcar y derivaron la culpa hacia la grasa saturada. Al final, la grasa saturada se convirtió en el culpable oficial y el azúcar se libró. En 1980, después de mucha deliberación por parte de un grupo selecto formado por algunos de los científicos de nutrición más distinguidos de los Estados Unidos, el Gobierno emitió sus primeras pautas dietéticas para los estadounidenses. La característica más destacada de las pautas era la recomendación de reducir el consumo de grasa, grasas saturadas y colesterol. Evitar el consumo excesivo de azúcar, principalmente en forma de caramelo, se consideraba solo un medio para reducir el riesgo de caries y nada más. La limitación del azúcar en otros alimentos ni siquiera se mencionaba. Se nos decía que comiéramos pescado, aves de corral y carne magra y elimináramos todo el exceso de grasa de las carnes. También se nos recomendaba que limitáramos la ingesta de todas las fuentes de grasas saturadas y colesterol, como huevos, mantequilla, nata, leche entera, aceite de coco y vísceras.

El Gobierno había publicado sus recomendaciones oficiales sobre una dieta sana basadas en las últimas evidencias científicas, por lo que tenía que estar en lo cierto. Los médicos fundamentaron sus consejos en estas nuevas pautas y las empresas alimentarias desarrollaron productos para cumplirlas. Las dietas bajas en grasas se pusieron de moda. Estas pautas moldearon las dietas de cientos de millones de personas no solo en los Estados Unidos, sino en todo el mundo. En 1983, el Gobierno del Reino Unido publicó unas recomendaciones prácticamente idénticas a las pautas estadounidenses. Al poco tiempo muchos otros países siguieron el ejemplo. Adoptamos obedientemente las recomendaciones dietéticas. Reemplazamos los bistecs y las salchichas por pasta y arroz, la mantequilla por margarina y aceites vegetales, los huevos por cereales para el desayuno y tortitas, y la leche entera por leche semidesnatada o zumo de naranja. Pero en lugar de volvernos más esbeltos y sanos, engordamos y enfermamos más. Al eliminar las grasas saturadas y el colesterol, comenzamos a consumir más carbohidratos, principalmente en forma de cereales y azúcares refinados.

En el año 1999 el consumo de los estadounidenses de edulcorantes añadidos, principalmente en forma de sacarosa y jarabe de maíz de alta fructosa, alcanzó la cifra récord de sesenta y nueve kilos al año. Esto significa diecinueve kilos y medio más de lo que se consumía durante los años cincuenta. Huelga decir que las directrices oficiales no consiguieron el objetivo previsto sino que, por el contrario, nos llevaron a un desastre sanitario que se ha prolongado durante décadas.

La grasa cura. El azúcar mata

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