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¿CUÁNDO DIRÁ RAJOY: «VOSOTROS LOS CATALANES»?
ОглавлениеNo hay prima europea para la independencia, pero ¿la hay para el inmovilismo después de la gigantesca manifestación del once del nueve?
El Onze de Setembre catalán figura en las portadas y en las páginas de los periódicos más influyentes del mundo. En las portadas de la prensa española, ningún periódico discute el éxito de la movilización, aunque el malhumor de alguna primera página madrileña podría estar mejor disimulado. Destacaría la elegancia de la portada de La Vanguardia («V mayúscula») y la lucidez política del titular del El Correo vasco: «Cataluña se aboca a un adelanto electoral tras un nuevo clamor independentista». En situaciones de complejidad política, la percepción de los vascos siempre debe ser tenida en cuenta.
Una gigantesca movilización social. Más que una manifestación ha sido un acontecimiento «olímpico». Lo he escrito ya y lo reitero. Hemos asistido a una enorme puesta en escena ciudadana, pensada para llamar la atención de los medios de comunicación de todo el mundo, previa movilización de las redes sociales. Estos dos objetivos han sido plenamente conseguidos por los organizadores de la V de Barcelona.
Centenares de miles de manifestantes formando un gigantesco mosaico humano con los colores de la bandera catalana. Un espectáculo digno de la ceremonia de inauguración de unos Juegos Olímpicos. Barcelona, ciudad organizadora de los magníficos Juegos de 1992, tiene gran experiencia en la materia. El filósofo alemán Peter Sloterdijk, del cual me confieso admirador, engloba este tipo de acontecimientos dentro de lo que él denomina, críticamente, la «cultura de estadio». El ciudadano-figurante al servicio del ágora mundial. La celebración de ayer fue cívicamente ejemplar. Ningún incidente. Ningún cristal roto. Un engranaje perfecto como en 2012 y 2013. Tres años consecutivos así.
Es casi imposible encontrar un precedente en Europa. La Barcelona que goza mostrándose al mundo ha vuelto a superarse a sí misma. Por mi parte, solo una objeción: me gustan más las manifestaciones sin uniformidad y sin «cultura de estadio», cada uno a su aire y sin el deber de componer mosaicos o figuras geométricas para el ojo de Google que todo lo ve. Cada uno con su radical individualidad. Pero no es ese el signo de los tiempos. Google es el dios oculto de nuestro tiempo.
No recordamos nada parecido de Escocia, aunque la cuestión de los escoceses consiguió llegar a los cines y televisiones de todo el mundo gracias a la película Braveheart, basada en la vida de William Wallace, héroe nacional escocés, interpretado por Mel Gibson. Cinco Oscar en 1995, entre ellos, el premio a la mejor película. Irlandeses y escoceses tienen buenos resortes en Estados Unidos. El soberanismo catalán aún no ha conquistado Hollywood y no parece que esté en vías de conseguirlo. Pero acaba de generar una gran producción audiovisual desde las dos principales avenidas de Barcelona y cuenta con el entusiasta apoyo de miles de jóvenes estudiantes y profesionales repartidos por casi todos los países del mundo. Y con innegables figuras de referencia, como el entrenador de fútbol Pep Guardiola.
Las dos gigantescas banderas catalanas de Barcelona comparten foco con Escocia, al alza en el quiosco internacional desde que se supo que su referéndum se presenta muy incierto. Hay mucha expectación. Con motivo: la victoria del sí provocaría un terremoto de inciertas consecuencias en Gran Bretaña, en toda la Unión Europea e incluso en la OTAN. En estas especiales circunstancias, el vector Escocia y el vector Cataluña se han cruzado en un punto seguramente inesperado, subrayando el despertar de las viejas nacionalidades europeas sin estado nacional específico. Este asunto está sobre la mesa de las preocupaciones europeas, a la espera del resultado del referéndum del 18 de septiembre.
El vector principal es Escocia, está claro, pero la magnitud, constancia y civismo de la movilización catalana no deja de ganar peso en los circuitos internacionales de información y opinión. El caso de Cataluña subraya la importancia del referéndum escocés. Y la incertidumbre de Escocia da profundidad a la movilización de Cataluña. El día 18 esta unidad dialéctica se verá reforzada o disminuida, pero no anulada o borrada.
Al final del día, el mensaje resultante es que Europa se está complicando a marchas forzadas. Y en la medida en que ello es así, de manera descarnada, el Gobierno de España adquiere una buena baza para ofrecerse como factor de estabilidad. Este es el camino emprendido por Mariano Rajoy en los últimos meses, con la explícita ayuda de Angela Merkel. España como factor de orden, estabilidad y seguridad.
La línea marianista está perfectamente trazada, pero la reacción del Gobierno de Londres intentando convencer a los escoceses de que no se vayan con una promesa formal de mayor autonomía, soberanía fiscal y consideración política lanza un mensaje contrapuesto a la resistencia berroqueña de la derecha española. Realza la vía de la conciliación.
A ninguno de los grandes países europeos le entusiasma la hipótesis de la secesión catalana. A ninguno. No hay prima europea a la independencia. Hasta aquí, de acuerdo. ¿Pero hay en estos momentos prima europea al inmovilismo de Madrid? Esta es la cuestión. Una cuestión que no podremos enfocar con total nitidez hasta el próximo jueves por la noche, en Edimburgo.
No creo que la gran manifestación de ayer en Barcelona imponga cambios inmediatos en la política española. No. Pero también creo que esa unidad dialéctica Escocia-Cataluña nadie se la esperaba de una manera tan intensa, basta leer la prensa anglosajona. El poder inglés ha decidido dirigirse de manera explícita a los escoceses con un amable y significativo «vosotros». Ese paso es el que la derecha española no se atreve a dar. Rajoy nunca se dirige a los catalanes con un «vosotros». ¿Decidirá hacerlo algún día, o se lo le pedirán desde Bruselas y Berlín?
Pasar del «ellos» al «vosotros». Esta puede ser la clave. La Constitución no lo prohíbe.