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«Y SI GANA ESQUERRA, MEJOR»

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En sectores del PP circula la idea de que una victoria de ERC contribuiría al colapso político catalán

La intervención de Cristóbal Montoro en el Congreso de los Diputados a propósito del caso Pujol ha cosechado algunas críticas en la prensa —no solo en la prensa de Barcelona— por un exceso de trilita en sus palabras. «Ya sabéis cómo es Montoro», se comentaba ayer, en Madrid, en círculos del Partido Popular.

¿Un arrebato? Montoro tiene su carácter, pero todo indica que compareció con un guión preestablecido. Un guión que pasaría por el máximo debilitamiento posible de Convergència Democràtica de Cataluña, el partido guía de la amplia corriente soberanista catalana. «El separatismo se ha quedado sin fetiche y el coloso se convertirá en un pegote, en un pingajo. Ya empiezan a movilizarse los iconoclastas», escribía, a la castiza manera, Raúl del Pozo, para mí el más genuino columnista madrileño (El Mundo). El más expresivo y el que transmite de una manera más colorista la sensibilidad dominante en la capital de España a pie de calle.

No voy a cometer la grosería de adjudicar el timbre fuertemente agresivo del ministro de Hacienda al «código genético» de la derecha española, para no emular al editorialista del diario ABC que atribuía los casos de corrupción detectados en Cataluña al «código genético» del catalanismo. En Alemania, una afirmación de este tipo —apelar a la genética para culpabilizar a un grupo humano— podría acabar ante un tribunal de justicia. Hay cosas que solo se pueden escribir desde un profundo resentimiento, y en tal caso resulta aconsejable pedir auxilio a la psiquiatría.

La acerada intervención del ministro de Hacienda en el Congreso obedece a una estrategia política, fríamente ponderada por los grupos de trabajo formados en la Moncloa para analizar, día tras día, sin pausas, ni vacaciones, la compleja situación catalana. La valiosa información obtenida por la policía fiscal sobre la existencia de unas cuentas de la familia Pujol en Andorra —información que, supuestamente, habría sido facilitada a la UDEF por un directivo de banca dispuesto a vender datos confidenciales— ha abierto una importante brecha. Y cuando se abre una brecha, la artillería no tarda en volver a disparar para agrandar el boquete. Creo que esto es lo que puede ocurrir en breve.

Cien años después de la Gran Guerra, en el tiempo posmoderno, las batallas de verdad, las batallas cruentas, las batallas con muertos y heridos, se producen en las periferias del sistema occidental. Lo estamos viendo en Ucrania, en Oriente Medio, en Sudán, en el Sahel... En el recinto central, en el interior del Palacio de Cristal, como diría el filósofo alemán Sloterdijk, las «batallas» se producen en el terreno de la competición económica, del dominio de la información y de la fabricación de hegemonía cultural. El primer objetivo que batir es la reputación de los adversarios. Lo estamos viendo.

«El soberanismo catalán tiene dos pilares; uno de ellos puede derrumbarse como consecuencia del caso Pujol y de sus secuelas; si ese pilar se derrumba, vamos a ver si el otro pilar es capaz de soportar todo el peso de la situación. Quizás asistamos a la implosión del movimiento soberanista. Digo implosión, no explosión». Este es el diagnóstico que me transmitía hace unos días una persona próxima al Gobierno. Los hechos de las últimas semanas corroboran que esta es la estrategia en curso: debilitar a Convergència Democràtica para que dé marcha atrás o sucumba.

¿El PP desea una próxima victoria electoral de Esquerra Republicana? ¿Quiere tener a ERC como interlocutor?

«Ni lo deseamos, ni lo dejamos de desear. Si un pilar se derrumba, veremos si el otro es capaz de gestionar y resistir la situación creada. Y veremos qué opina la sociedad catalana al respecto», concluyó mi interlocutor.

No es una estrategia nueva. Quien conozca un poco la política madrileña habrá oído más de una vez la siguiente expresión en los últimos meses: «Que Cataluña se cueza en su propia salsa. Que prueben a Esquerra Republicana durante una temporada y ya vendrán a pedir ayuda». José María Aznar lo formuló de una manera más cruda y directa hace dos años: «Antes de que se rompa España, se romperá Cataluña». Según algunos observadores madrileños, este escenario podría estar próximo. En el momento de escribir estas líneas —en estos momentos, insisto—, el pensamiento dominante en el Partido Popular y en el Gobierno parece ir en esta dirección. Ello ayudaría a explicar la virulencia de Montoro en el Congreso, aderezada por su estilo personal.

Hay más factores en juego, sin embargo. Una potente focalización del caso Pujol relativiza de alguna manera el caso Bárcenas, el caso Gürtel, el caso ERE, el caso Nóos y otros asuntos sucios, multiplicando el nihilismo social —«¡todos son iguales!»—, incrementando la indignación ciudadana y los deseos de enviar todo el sistema político e institucional a paseo. El escándalo de los Pujol ha abierto un enorme cráter en Cataluña, pero su radiación se expande por toda España, donde el líder catalán siempre fue observado con respeto por la mayoría. Su fulminante caída también ha decepcionado y ha dejado perplejos a muchos españoles no catalanes. A corto plazo, el caso Pujol favorece las expectativas electorales de la plataforma Podemos, principal recolectora de la ira ciudadana en estos momentos.

En este contexto, el Gobierno ha decidido comenzar el curso con la bandera de la «regeneración». Regeneración desde arriba, antes de que todo estalle desde abajo. El PP ha planteado, entre otras medidas, una drástica reducción de los aforamientos y una modificación del sistema electoral municipal —propuesta que parece inclinarse por la introducción de una segunda vuelta, no restringida a los dos primeros partidos— en teoría orientada reforzar las mayorías y evitar el filibusterismo de las minorías. Una reforma que hasta la fecha el PSOE sigue rechazando por considerarla «una cacicada».

El caso Pujol no solo golpea la política catalana y deja a CDC medio noqueada. También pone el foco en la denominada «amnistía fiscal», regularización de fondos en el extranjero, autorizada por el Gobierno en el punto más álgido de la crisis. En términos estrictamente jurídicos no está claro de momento que Hacienda pueda acusar a los Pujol de haber cometido delito fiscal, si la familia logra acreditar documentalmente que los fondos en Andorra estaban en el pequeño principado desde el año 2008. Esta circunstancia ayudaría a entender, desde otro ángulo, las palabras y el tono del ministro de Hacienda. Montoro acentuó el mensaje político ante la complejidad jurídica del caso. Los Pujol han escogido buenos abogados, que en estos momentos marcan la pauta del expresidente de la Generalitat, para desgracia y desespero del grupo dirigente de CDC.

Las coyunturas políticas descubren su complejidad a medida que intentamos desmenuzarlas. Hay estrategias en curso, evidentemente, pero en una situación como la descrita sería bueno no caer en la idea de que todo discurre de acuerdo con planes perfectamente planificados. Hay ajedrez, por supuesto. Hay grupos de inteligencia trabajando, es cierto. Pero también hay mucha improvisación y angustia en Barcelona y en Madrid. Código 11-9-11.

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