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EN DEFENSA DE PASQUAL MARAGALL
ОглавлениеComienza una campaña para endosar la culpa del «secesionismo» a un hombre que ya no puede defenderse
El exministro de Defensa y expresidente del Congreso José Bono publicó ayer en el diario El País unas notas originales de su Diario de un ministro, libro de memorias de próxima aparición. Son unas notas referidas a una tensa conversación que mantuvo el 16 de octubre del año 2005 con Pasqual Maragall, entonces presidente de la Generalitat, en el curso de una recepción en el Palacio Real de Madrid al presidente de la República portuguesa, Jorge Sampaio. Fueron testigos de aquella conversación —según el relato de Bono— el expresidente de la Generalitat Jordi Pujol y su esposa, el entonces alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, el ministro de Asuntos Exteriores de la época, Miguel Ángel Moratinos, el diplomático Alberto Aza, entonces secretario general de la Casa del Rey, el presidente de Extremadura, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, Gregorio Peces-Barba y Manuel Fraga. Un círculo de primera división. Según Bono, algunas de estas personas también intervinieron en la discusión, que giró en torno al nuevo Estatuto de Cataluña, entonces recién aprobado por el Parlament.
En las citadas anotaciones, Bono se atribuye haber advertido a Maragall que el nuevo Estatut sentaba las bases de la secesión de Cataluña y haberle reprochado que el texto aprobado por la Cámara catalana era un «engaño» al PSOE, en cuya conferencia territorial de Santillana del Mar (30 de agosto de 2003) habría acordado unos límites inferiores para la revisión del Estado autonómico. En síntesis, el mensaje de Bono es el siguiente: «El principal culpable del grave problema que hoy tiene España es Pasqual Maragall». El diario con mayor difusión en España enfatizaba esta idea en portada con el siguiente titular: «Bono alertó que el “engaño” de Maragall traería la secesión».
El culpable ya ha sido señalado. El chivo expiatorio ya ha sido seleccionado y, como corresponde a la vieja tradición de los ritos sacrifícales —tan vieja como la humanidad misma—, el acusado no puede defenderse. No puede ofrecer ni siquiera su versión de aquella conversación en el Palacio Real. Como el lector sabrá, Pasqual Maragall i Mira no puede hablar de este asunto, ni de otros, porque su memoria ha sido destrozada por la enfermedad de Alzheimer. Maragall habla, recuerda algunas cosas, fragmentos de vida en el interior de un gran vacío, sonríe cuando alguien le sonríe, pero no puede acometer una discusión política y, menos aún, salir en defensa propia ante la acusación de haber cometido un delito de lesa patria.
En España ha empezado a ocurrir una cosa muy singular con los hombres políticos que sufren la enfermedad de Alzheimer. Adolfo Suárez comenzó a ser santificado el día en que se supo que había perdido la memoria y ya no estaba en condiciones de escribir un libro de memorias. Pasqual Maragall es señalado como el principal culpable de una hipotética secesión de Cataluña cuando ya no razona. El gran ritual ha comenzado. La culpa es de Maragall. Su sacrificio en la plaza pública salvará a los demás.
Los judíos enviaban un chivo al desierto con los pecados cometidos por la comunidad escritos en unos pergaminos. Los antiguos griegos seleccionaban a un pharmakós, habitualmente un demente, lo apedreaban y lo expulsaban del pueblo. Pharmakós, víctima propiciatoria que alivia el malestar del grupo. De ahí viene la palabra «farmacia». Más adelante, los griegos introdujeron el ostrakós, una piedra de pizarra en la que aparecía escrito el nombre del ciudadano condenado a abandonar la comunidad en situación de conflicto político. Por ello aún hoy decimos, en sentido figurado, que alguien ha sido condenado al ostracismo. Maragall recibe el tratamiento más cruel. Maragall es pharmakós: apedreado el loco, todos los demás quedan absueltos. Hace unos años comenzó a circular la especie que Maragall ya no estaba en sus cabales siendo presidente de la Generalitat. El rumor, falso, lo hicieron circular algunos de sus propios compañeros de partido. El «demente» es el culpable. Y ya no puede defenderse.
Algunos periodistas tuvimos noticia en el 2005 de esa acalorada discusión en el Palacio Real, aunque en una versión más sucinta. Bono aporta ahora todos los supuestos detalles, aunque llama la atención el estilo del relato. Se supone que los contertulios discuten de pie, con una cierta informalidad. Las palabras de Bono, sin embargo, han sido cuidadosamente editadas. Sus reflexiones son las de un senador romano en la pluma de Tito Livio. Declama y construye frases pensadas para la historia. Maragall y Pujol balbucean frases cortas.
Llevo diez años dedicado a la crónica política en Madrid. He publicado en este tiempo cuatro libros sobre los acontecimientos de la década que nos ha conducido de la euforia a la depresión y la perplejidad y he intentado reconstruir algunos fragmentos del mosaico. Un mosaico que tardará años en poder ser contemplado con la adecuada perspectiva. Es ardua la tarea que espera a los investigadores e historiadores que quieran reconstruir e interpretar los principales episodios de la década 2004-2014. Los periodistas, en el mejor de los casos, podemos aportar fragmentos.
Ante la publicación de las anotaciones de José Bono, me gustaría aportar dos fragmentos.
En la citada conversación, el exministro de Defensa acusa a Maragall de haber organizado «un pacto de perdedores» en Cataluña. Es cierto. Maragall presidió un gobierno formado por PSC, ICV y ERC, después de haber ganado las elecciones catalanas de 2003 en voto popular y haberlas perdido en la distribución de escaños. Ya había pasado en 1999, pero en aquella ocasión no había posibilidad de formar una mayoría alternativa a CiU. Maragall, gran artífice de los Juegos Olímpicos de 1992, era muy popular en Barcelona y su área metropolitana, donde vive más de la mitad de la población catalana, mientras que la Cataluña comarcal era baluarte de CiU, con mayor o menor intensidad. El sistema electoral da prima a las circunscripciones de Lleida, Tarragona y Girona.
Es cierto. El PSC no ganó en número de escaños y la ausencia de una victoria clara fue determinante en la debilidad de los dos gobiernos tripartitos: el que Pasqual Maragall presidió entre el 2003 y el 2006, y el que encabezó José Montilla —esta vez sin victoria en votos populares— entre el 2006 y el 2010.
El cambio de ciclo político se hizo de manera defectuosa en Cataluña. Muy defectuosa. La nueva mayoría parlamentaria carecía de solidez y reposaba en ERC, un partido que en aquellos momentos rondaba el 16% de los votos. Esa es una de las claves principales de la evolución política catalana en los últimos diez años.
Diversas son las razones que pueden explicar la victoria «corta» de Maragall. La solidez electoral de CiU, en primer lugar. La hegemonía político-cultural del nacionalismo, ciertamente. Pero también los torpedos que Bono, Ibarra y otros dirigentes del PSOE lanzaron contra el candidato socialista catalán cuando las encuestas parecía que le eran favorables. En plena campaña electoral de 2003, Bono hizo estallar una áspera polémica con la Generalitat a propósito de unos suplementos que el Gobierno de CiU quería pagar a las viudas para complementar la pensión. La cantinela de siempre: la igualdad. Mensaje de Bono quince días antes de la fecha de las elecciones: «A Jordi Pujol ya no le rige la cabeza». Un torpedo perfectamente calculado. Ofender a los electores de CiU para dejar a Maragall en posición de debilidad. Un regalo a los nacionalistas.
Maragall intentaba ganar convenciendo a sus electores de que disponía de una verdadera autonomía de movimientos respecto al PSOE, aun estando asociado al PSOE, aun queriendo seguir asociado al PSOE. Y Bono disparaba contra esa línea. ¡La igualdad entre los españoles! Me permito recordar que recientemente el presidente de Extremadura anunciaba una remuneración específica en su región para las mujeres mayores de setenta y cinco años y nadie, ni en Madrid, ni en Toledo, ha dicho ni pío. La igualdad va por barrios y la España asimétrica parece que, por fin, se va abriendo paso.
No diré que la victoria «corta» de Maragall tuviese como principal causante el torpedo de Bono, pero es del todo evidente que el entonces presidente de Castilla-La Mancha no deseaba una victoria del socialismo catalán. ¿Motivos? Dos, al menos: con CiU se vivía mejor —el paisaje ya estaba definido—, y el voto de los socialistas catalanes en el XXXV Congreso Federal del PSOE del año 2000 le fue adverso. Bono nunca ha perdonado que Maragall orientase el voto de parte de los delegados del PSC en favor de José Luis Rodríguez Zapatero. En pocas palabras, Bono no fue secretario general socialista —y presidente del Gobierno de España— por culpa de Maragall. La venganza dicen que es un plato que se sirve frío. A veces tan frío que el adversario ni siquiera puede defenderse.
El siguiente fragmento creo que puede tener más interés. Maragall y el PSC no promovieron la reforma del Estatut ni pactaron con ERC a espaldas del PSOE. No «engañaron» al PSOE, porque ese pacto fue objeto de una discusión específica en la comisión ejecutiva del Partido Socialista Obrero Español. Así me lo ratificó un alto dirigente socialista en el 2005. Lo recuerdo bien, una conversación a pie de calle, en la plaza de las Cortes: «Estuvimos discutiendo sobre el pacto con ERC, le dimos muchas vueltas y vueltas, sabíamos los riesgos que comportaba, pero finalmente dimos nuestro acuerdo». Una operación estratégica de largo alcance, visada por el órgano directivo de los socialistas españoles.
ERC, además de ser el garante de la coalición tripartita en Cataluña, formó parte de la primera mayoría parlamentaria de José Luis Rodríguez Zapatero. El portavoz de ERC en Madrid y posterior secretario general del partido, Joan Puigcercós, era llamado frecuentemente a consultas en el palacio de la Moncloa. No deja de ser curioso que compañeros y compañeras de Zapatero —la compañera Carme Chacón, por ejemplo— se refieran ahora a sus antiguos aliados de ERC como «los separatistas», un apelativo de vieja resonancia franquista que ni siquiera el PP utiliza en su vocabulario, nada condescendiente con los secesionistas, los independentistas o los soberanistas. «¡Maragall, culpable!», grita el sacerdote en el rito sacrificial. Maragall culpable y todos los demás absueltos.
¿Por qué decidió la ejecutiva del PSOE un pacto estratégico con ERC? Permítanme que reconstruya esta parte del mosaico. En 2003-2004, la deriva de la política española apuntaba a una victoria por mayoría relativa del Partido Popular tras la contundente mayoría absoluta de José María Aznar. El ciclo parecía ir a la baja y todo hacía augurar una victoria ajustada de Mariano Rajoy, que tendría que buscar alianzas en el Parlamento, preferentemente con CiU y PNV. En su última legislatura (1999-2003), Jordi Pujol había contado con el apoyo del PP en el Parlament de Catalunya, bajo una condición, impuesta por Aznar: dejar quieto el Estatut y no promover su reforma o ampliación.
La alianza PSC-ERC, bendecida por la ejecutiva del PSOE, ponía en crisis el eje PP-CiU y amenazaba a ambos con el aislamiento. La formación del primer Gobierno tripartito, con la propuesta de un nuevo Estatut como punto central de su programa, abría un difícil horizonte para la entente PP-CiU. Si Rajoy solo ganaba por mayoría relativa, difícilmente podría contar con el apoyo de los nacionalistas catalanes clásicos, empujados a la oposición y desposeídos de poder municipal. El nuevo Estatut era la cuña que rompía el cuadro de alianzas. A Rajoy le esperaba una legislatura muy difícil, y CiU podía desaparecer. El diseño estratégico era perfecto... pero la historia no admite muchos guiones preestablecidos. En marzo de 2004, un grupo de fanáticos islamistas hizo volar tres trenes en Madrid, España entró en estado de shock y al Gobierno Aznar le faltó inteligencia emocional para gestionar aquella terrible situación, en vísperas de las elecciones generales. La situación dio un vuelco inesperado. El PSOE ganó, propulsado principalmente por el voto de Cataluña.
El PSOE ganó y Rodríguez Zapatero supo de inmediato que iba a tener un serio problema: la alianza con ERC y su promesa pública de respetar el Estatut que aprobase el Parlament de Catalunya. CiU y PP pensaron lo mismo, en sentido inverso. CiU elevó la apuesta para desestabilizar al tripartito. Y el PP creyó que una gran ofensiva política y emocional con la palabra Estatuto de Cataluña bien enmarcada podía convertir a Zapatero en un gobernante breve.
El «nuevo» PSOE intuyó de inmediato que tenía que desembarazarse lo antes posible de los hermanos Maragall —Pasqual y Ernest formaban una auténtica unidad política— para restituir una alianza táctica con CiU que permitiese reconducir la situación. Los hermanos Maragall, cuyo objetivo era la configuración de un amplio centroizquierda catalán verdaderamente autónomo del PSOE, organizaron su línea de resistencia y pactaron en Cataluña un Estatut no desleído, con la palabra «nación» en el preámbulo, sin carácter normativo. En la situación presente — insisto, en la situación actual—, aquel preámbulo sería aceptado por casi todos los partidos del Parlamento español.
Nadie en el PSOE propuso entonces la ruptura con ERC. El objetivo era otro: eliminar a los Maragall, reconducir las relaciones con CiU y mantener el enfrentamiento con el PP... Pocos meses después, el ministro socialista Jordi Sevilla y el líder del PP en Cataluña, Josep Piqué, establecieron conversaciones para intentar un pacto que pudiese desactivar aquella «bomba de relojería» con un consenso político lo más amplio posible. Ambos fueron fulminados por sus respectivos partidos. El consenso no interesaba en la polarizada España de 2005. En el 2007 ambos ya habían abandonado la política.
¿Un poco complejo, verdad? La historia de los acontecimientos políticos siempre es compleja. Y con toda seguridad los fragmentos que acabó de aportar siguen sin explicar totalmente lo ocurrido. Será apasionante la labor de los historiadores de la década 2004-2014.
Bono, derrotado en el congreso socialista de 2000, ciertamente puede alegar que él nunca habría pactado con ERC, ni prometido un nuevo estatuto a los catalanes. Seguramente estaba disconforme con la línea de Zapatero, pero ello no le impidió aceptar un puesto muy relevante en el Consejo de Ministros y, más tarde, la presidencia del Congreso de los Diputados. Efectivamente, todo siempre es un poco más complejo de lo que pensamos. Nadie creía en los años 2004-2005-2006 que España iba a ser barrida por una crisis económica descomunal. Ni el PSOE, ni el PP, ni los catalanes, ni los vascos, ni los andaluces... La política española funcionó aquellos años bajo una fuerte polarización — expresamente deseada por las élites políticas— que no preveía la inminencia de una crisis económica brutal. Se hundieron puentes, se cometieron desmanes económicos y se incendiaron las ondas radiofónicas, creyendo que no «pasaba nada», puesto que la gente vivía relativamente tranquila y feliz. Ahora se está pagando la factura.
Efectivamente, todo siempre es un poco más complejo de lo que pensamos. Un raro material, la complejidad. Un material que no cotiza mucho en las tertulias y en la política del pim-pam-pum. La complejidad está reñida con la propaganda y con el intento, inmoral, de endosar toda la responsabilidad del más grave problema de España en muchas décadas a un hombre enfermo que ya no puede defenderse.