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LA CULPA ES DE JOHN SMITH
ОглавлениеUn efímero líder laborista fue quien hizo de la autonomía de Escocia una verdadera prioridad estratégica
El culpable de todo lo que está pasando en Escocia es John Smith. Si, desafiando el pánico escénico y el temor a un futuro aún más incierto, una mayoría de escoceses decidiese votar sí a la independencia, pregunten por John Smith. Si dentro de un año, o dos, el ejemplo de Escocia ha consolidado una rotunda mayoría soberanista en Cataluña; ha empujado a los flamencos a dar el paso definitivo; ha inflamado la isla de Córcega; ha dado mayor seriedad política a los nostálgicos de la Serenísima República de Venecia; ha roto esquemas unitarios en Milán y ha encendido alguna idea en el estado libre de Baviera, piensen en un hombre llamado John Smith.
Si el principal culpable de la actual crisis entre Cataluña y el Estado español es Pasqual Maragall, según sostiene el exministro socialista José Bono, jaleado por su amigo Alberto Ruiz-Gallardón, no les quepa ninguna duda de que el responsable último del gran calambre escocés es un tipo llamado John Smith. Al tal Smith se le puede cargar tranquilamente el mochuelo, puesto que tampoco puede defenderse. Murió de infarto el 12 de mayo de 1994.
El difunto Smith fue el líder político que acabó con la tibieza del Partido Laborista sobre la autonomía de Escocia. Hábil parlamentario, aires de oficinista, escocés de nacimiento, Smith otorgó prioridad estratégica a la cuestión de la autonomía, con un triple objetivo: evitar que el Partido Nacional Escocés (SNP) pudiese ganar terreno a los laboristas escoceses; reforzar el ariete contra los conservadores, más impopulares que nunca en Escocia tras la ofensiva thatcheriana contra los sindicatos, y empezar a imaginar una Gran Bretaña de corte federal.
Smith había sido elegido líder del Partido Laborista en 1992, en sustitución de Neil Kinnock, escandalosamente derrotado en unas elecciones legislativas en las que casi todas las encuestas pronosticaban la primera gran caída de los conservadores desde la llegada de Margaret Thatcher al poder en 1979. Los sondeos se equivocaron. Ganó el conservador John Major, oficinista tranquilo.
Smith puso las bases de una renovación programática: más europeísmo, autonomía para Escocia, autonomía para Gales... Nunca se supo cuál era su capacidad de combate electoral, puesto que un infarto le fulminó. Solo duró dos años en el cargo.
El Labour entregó entonces el mando a otro escocés. Un escocés anglófilo llamado Tony Blair. Sonriente, listo y mediático, Blair cogió el programa de Smith y lo giró al centro. Con la ayuda de su amigo Gordon Brown, también escocés, y un grupo de profesores de la London School of Economics, Blair dibujó la tercera vía: camino de en medio entre el furor liberal thatcheriano y el viejo estatismo laborista. Blair respetó la prioridad que Smith había dado a la autonomía escocesa.
La estrategia smithiana se demostró muy acertada. En 1997, el Labour consigue la victoria, con un excelente resultado en Escocia (45,6%). El SNP también crece, se sitúa como segundo partido (22%), y los conservadores se quedan sin falda de cuadros: cero diputados.
Blair es elegido primer ministro y, aunque no es tan proautonomista como Smith, cumple lo prometido. Convoca un referéndum en 1997 sobre la devolution y en 1999 abren las puertas del primer Parlamento escocés desde el Acta de Unión de 1707.
La tercera vía comienza a defraudar a sus electores y Blair embarranca en la guerra de Iraq. Su amigo Brown le sucede, se enfrenta con habilidad a la crisis financiera internacional, pero no logra evitar una nueva mayoría conservadora, encabezada por David Cameron, un pulcro chico de Eton. En el ínterin, el SNP ha conseguido la mayoría absoluta en Escocia, gracias a la decepción laborista y al talento de su principal dirigente, Alex Salmond, un tipo con pinta de tendero, más listo que el hambre.
Cameron ve venir a Salmond con la bandera de un nuevo referéndum y sube la apuesta —sí o no a la independencia— para dejar fuera de juego al Partido Laborista. La crisis pertinaz y la militancia laborista decepcionada acabarán abonando el campo soberanista hasta convertir el referéndum en una fenomenal incógnita.
Cualquier parecido con Cataluña es pura coincidencia. Y John Smith es el culpable de todo, no te quepa la menor duda, José Bono.
(Edimburgo: Niebla en el castillo y un verde precioso en los parques. Una inmensa tranquilidad. Como si nada ocurriese, la discusión va por dentro. Banderas de Escocia en algunos balcones, gentes con las chapas del yes y del no. Calma aparente y un montón de catalanes recorriendo la ciudad.)