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VITAMINA V PARA LA ESPAÑA INQUIETA

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El Gobierno toma nota del gran Onze de Setembre catalán, pero ello no quiere decir que modifique su línea

La mejor prueba de que el Onze de Setembre de 2014 ha sido un éxito político es el desconcierto que la mañana siguiente reinaba en algunas destacadas cabeceras de Madrid. Dos días después ese desconcierto es aún perceptible. No ha habido ningún incidente al que agarrarse. No se puede hablar de un descenso en el número de participantes en relación con el año anterior, como hizo el mismo jueves por la noche, de manera muy sesgada, la presidenta del Partido Popular en Cataluña, Alicia Sánchez-Camacho. No hay ninguna nota escandalosa sobre la cual concentrar el foco. No ha habido otra opción que admitir el éxito de la manifestación más grande jamás realizada en España.

La mayoría de los diarios españoles así lo hicieron ayer, algunos con evidente malhumor, otros a regañadientes, y otros de manera muy lúcida, como El Correo vasco, que apuntaba a la celebración de elecciones anticipadas en Cataluña en un corto plazo. Si estas elecciones se acaban produciendo, habrá que recordar que la portada de El Correo fue la primera en señalarlo.

El Gobierno ha tomado nota de la magnitud de la manifestación. El año pasado, el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, sorprendió a todos reconociendo el éxito de la Via Catalana. Le dijeron de todo —algunos de los suyos—, pero su posición en el debate ganó credibilidad. El García-Margallo de este año ha sido el ministro de Economía, Luis de Guindos, único miembro del Gobierno que ayer se atrevió a calificar de «muy importante» la manifestación de Barcelona. Estas fueron sus palabras, en Bruselas: «La posición del Gobierno español es que respetamos la manifestación que hubo ayer, que fue muy importante, absolutamente. Pero nosotros apoyamos la legalidad, no podemos hacer otra cosa distinta». De Guindos es uno de los ministros más predispuestos a buscar vías de entendimiento con Cataluña, quizá porque conoce bien el peso de la economía catalana en el conjunto español y los riesgos que entraña un conflicto de alta intensidad entre el Estado y la Generalitat en un momento muy delicado para la imagen de España en el exterior. La deuda pública española, no lo olvidemos, se aproxima al cien por cien del PIB. El ministro madrileño De Guindos es un pactista. No sé si le hago un favor escribiéndolo.

El ministro de Economía también conoce, de primera mano, la opinión de destacados líderes europeos sobre la conveniencia de que España cuide mejor sus conflictos internos. Y sabe que esa preocupación se ha acentuado estos últimos días, espoleada por el incierto resultado del referéndum en Escocia.

La unidad dialéctica Escocia-Cataluña —ayer subrayada por los principales diarios anglosajones, comenzando por el norteamericano The New York Times— no estaba en el guión. No, de la manera como se ha producido. Esa concomitancia disminuirá si el no a la independencia vence en el referéndum escocés del próximo día 18, pero no desaparecerá. El independentismo escocés ya ha ganado políticamente el referéndum, aunque lo pierda en las urnas. Y el soberanismo catalán ya ha inscrito la cuestión de Cataluña en la agenda europea, aunque los próximos meses sean confusos y laberínticos, como muy probablemente van a ser. Los gobiernos de los principales países europeos pedían a sus antenas en Madrid informes urgentes sobre lo que está ocurriendo en Cataluña. Informes por vía oficial y oficiosa. Hay preocupación en Europa.

Y hay preocupación en el Gobierno de España. Por la magnitud de la manifestación —en un principio, en la Moncloa y en el Partido Popular se creyó que el caso Pujol iba a tener un gran efecto desmovilizador— y por la incertidumbre generada por el referéndum escocés. Es mejor no reproducir algunos comentarios que se oyen estos días en Madrid sobre el primer ministro británico, David Cameron. La preocupación gubernamental pudo observarse ayer en el tono empleado por la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, durante la conferencia de prensa posterior al Consejo de Ministros. Un tono más neutro y comedido que en otras ocasiones. Un tono menos duro. El Gobierno no modifica su posición y nada va a cambiar en el discurso oficial hasta el 9 de noviembre. Otra cosa es lo que pueda ocurrir en las próximas semanas en los discretos canales que siguen comunicando políticamente Madrid con Barcelona. Las comunicaciones no están totalmente rotas. Sáenz de Santamaría y De Guindos modularon ayer el tono del Gobierno.

Este es un primer y provisional balance de los efectos «por arriba» del Onze de Setembre de 2014. Pero también es muy importante saber cuáles son los efectos «por abajo». Seguramente ya se están realizando encuestas al respecto. Puede afirmarse, sin riesgo de error, que la manifestación de Barcelona ha causado impresión al ciudadano español, sea cual sea su orientación política e ideológica. El gran éxito de la V ha acentuado la irritación de los irritados con la política catalana; ha aumentado la preocupación de los preocupados, y ha acentuado la atención de quienes ven en Cataluña la avanzadilla de la sacudida política y social que puede haber en toda España en los próximos meses, cuando se convoquen las elecciones municipales y autonómicas. Irritados y preocupados conforman una gran mayoría, pero puedo asegurar que la tercera posición existe y que no son cuatro gatos. Hay gente en España que lee los acontecimientos de Cataluña como un indicador avanzado de la sacudida política que le espera a España en mayo de 2015, si la economía no mejora de manera ostensible en los próximos meses (atención a los temores que manifestaba ayer De Guindos ante el riesgo de una nueva recesión europea). La decisión del Partido Popular de modificar la ley electoral municipal —intención que mantiene, después de que el propio PP haya decidido enfriar un poco el debate— forma parte de esa preocupación. Hay encuestas a escala regional que estos días ponen los pelos de punta a los dirigentes de los dos principales partidos españoles. La plataforma Podemos puede sajar el mapa electoral español. Mayo viene cargado.

El enorme impacto que ha tenido la manifestación de Barcelona me ha hecho pensar en el comentario que me hizo en una ocasión, en Madrid, un veterano político que tuvo un papel muy importante en la Transición, un hombre desde hace años retirado del primer plano. Me dijo: «Piense que el retorno de Josep Tarradellas a Barcelona en 1977 no solo tuvo un gran impacto en Cataluña; también lo tuvo en el resto de España. Muchos españoles se dieron cuenta en aquel momento de que la Transición iba en serio, que no era un simple maquillaje, y comenzaron a sentir verdadero interés por la autonomía de su región. Si los catalanes concedían tanta importancia a la autonomía, quería decir que la autonomía podía ser positiva, y muchos pensaron que su región no podía ser menos. Podríamos decir que el impactante retorno de Tarradellas a Barcelona, con miles de personas en la calle, estimuló el deseo de que hubiese café para todos». He recordado muchas veces esta observación y creo que es del todo acertada. La sociedad española jamás ha sido indiferente a lo que ocurre en Cataluña. Jamás.

¿La V barcelonesa estimula deseos independentistas o soberanistas en el resto de España? No, evidentemente, no. La radiación soberanista catalana llega al País Vasco, es cierto, donde el Partido Nacionalista Vasco se halla en una actitud muy vigilante y prudente. El PNV teme verse desbordado por Bildu y está dispuesto a colocarse delante de la manifestación antes de verse descolocado. Estos días, calla, estudia y observa. Hay una especial radiación de los acontecimientos catalanes en Navarra, atención a las elecciones autonómicas en Navarra, en mayo del año que viene. Tiene influjo en Canarias, donde Coalición Canaria, también preocupada por el notable resultado electoral de Podemos en las europeas —tercera fuerza política en Las Palmas, con el 16%—, intenta promover una consulta sobre las prospecciones petrolíferas en el archipiélago. Hay influjo en Valencia, donde las encuestas apuntan a una gran fragmentación en las autonómicas, pero es evidente que esta vez no hay demanda de café soberanista, un café de sabor mucho más fuerte que el afrutado café autonómico. Tengo la certeza de que la manifestación de Barcelona aumenta la inquietud general ante el estado de las cosas en España. E invita al criticismo. Muchos jóvenes españoles han quedado sorprendidos. Leído en Twitter: «Ellos se mueven por una idea, mientras los demás nos estamos quietos». No sé lo que ocurrirá en las semanas y meses siguientes en Cataluña, pero la V no ha dejado indiferente al resto de España y no todas las reacciones son de incomprensión y agresividad. Como en 1977, el complejo momento catalán puede ser un estímulo, un contradictorio estímulo, a la crítica social en España. Sí, las elecciones municipales vienen cargadas.

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