Читать книгу A pesar de todo... ¡No nos falta nada! - Enrique Chaij - Страница 13

UNA RELACIÓN COTIDIANA

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Mientras David pastoreaba a sus ovejas, permanente­mente recordaba que él mismo era pastoreado por el Señor. Se sentía unido a él. Estaba siempre consciente de la pre­sencia de Dios en su vida. De ahí que escribiera en prime­ra persona: “El Señor es mi Pastor”. Porque lo sentía como propio. Es como si hubiese dicho: “Dios es mi Pa­dre; no soy huérfano; él está conmigo y se ocupa de mí”. Y esta seguridad lo llenaba de gozo, como lo expresó en otro de sus salmos: “En tu presencia hay plenitud de gozo, delicias a tu diestra para siempre” (Salmo 16:11).

Al decir “mi Pastor”, David no hacía más que expresar una relación de intimidad y de pertenencia para con Dios.

¿Cuán personal es la relación que nosotros mantenemos con el Pastor? ¿Lo sentimos individualmente como nues­tro, o apenas como el Dios universal que rige sobre el vas­to universo? Además, ¿cuán constante es nuestra relación con él?

Cierto rey de la antigüedad tenía un hijo, al cual le había asignado una pensión anual. En una determinada fecha del año, el hijo visitaba a su padre y éste le entregaba la suma establecida. Pero al cabo de unos pocos años, el único día que el padre veía a su hijo era cuando éste iba a retirar su dinero. Entonces el rey cambió de proceder, y comenzó a darle a su hijo un poco cada día, lo que él necesitaba para el sustento diario. De esta manera, el joven príncipe debía visitar cada día a su padre.

Esto es precisamente lo que el divino Pastor quiere que hagamos con él. Que estemos cada día a su lado, porque él nos da sus bendiciones en cuotas diarias, y no en una sola entrega anual. De ahí que Jesús enseñó en el Pa­drenuestro a pedir el pan cotidiano, para inducirnos a ir a él cada día, no cada mes o cada año. ¿Con qué frecuencia vamos al Padre? ¿Alegramos su corazón y fortalecemos nuestro espíritu hablando cada día con él?

Nuestro Padre-Pastor se interesa por cada uno de no­sotros en particular. Nos conoce por nombre; sabe qué hacemos, dónde vivimos, cómo nos sentimos; y hasta conoce el número de nuestros cabellos (S. Mateo 10:30). Nada de nuestra vida pasa inadvertido para él. Si esta­mos contentos, él se alegra con nosotros. Si estamos tristes, él mitiga nuestras penas. Si nos sentimos ago­biados, él aligera nuestras cargas. Si el desaliento nos abruma, él fortalece nuestro ánimo.

Cuando el amante Pastor nos encuentra hundidos en el pesimismo o el rencor, nos toma en sus brazos y nos colma de salud espiritual. Su amor no conoce límite, y tampoco su eterno poder para librarnos de cualquier cosa mala. ¡Qué Dios maravilloso! No hay nadie como él. Él mismo declara: “No hay más Dios que yo, Dios justo y salvador. Ningún otro fuera de mí” (Isaías 45:21). ¿Cómo entonces podría­mos sentirnos tú y yo desprotegidos o desvalidos en la lucha de la vida?

A pesar de todo... ¡No nos falta nada!

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