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LOS PRECIOS DE LA LENCERÍA
ОглавлениеSer superficial no cuesta ningún esfuerzo. Por eso los superficiales son longevos. Aquellos ancianos de excelente buen humor –son adorables– siempre se inclinaron en la vida por la superficialidad. En cambio los frívolos son incapaces de llevarse la fiesta en paz. Siempre están buscando el modo de sobresalir, aunque sea con la máscara de pasar inadvertidos.
Se llega a la frivolidad por la vía del conocimiento, la inteligencia, la sensibilidad o el dolor.
El frívolo puede ser superficial en el momento que se le antoje; el superficial no puede ser frívolo. Carece de esa suspicacia.
El frívolo provoca admiración; el superficial, aburrimiento.
Nada más peligroso que una mujer frívola; sobre todo cuando navega con bandera de superficial.
La frivolidad de Wilde es única e irrepetible. Llevó la frivolidad a tal altura, que se tornó profunda –la factura todavía la está pagando.
El frívolo no se toma en serio ante los ojos de los demás porque de los hombres es quien más se toma en serio. Pero es un maestro en el arte del ocultamiento. Lo que genera en derredor es confusión: los superficiales lo tildan de banal, y las mujeres de encantador.
El superficial cree que siempre tiene la razón.
El frívolo hace un platillo de sus errores, y lo pone a la mesa para la degustación de los comensales.
Los superficiales miden el alcance de su superficialidad cuando cuentan los pasos de la bailarina. O las sílabas del endecasílabo. Es el límite del ejercicio de la superficialidad –el cual llevan a cabo de forma espontánea; si lo hicieran deliberadamente serían frívolos.
En el momento en que el superficial se advierte como superficial, se vuelve frívolo. Lo que asume con una gran sonrisa. Es el alpinista que llega a la cima y no hay nadie para recibirlo. La cumbre del anhelado fracaso.
El superficial es solemne, y cree que el mundo está hecho a su medida. El frívolo sabe que el mundo está hecho a su medida.
El frívolo sabe que ciertos gestos tienen aún más elocuencia que la palabra. Su mejor consejero es el espejo, y de cuerpo completo mejor todavía.
El superficial pone énfasis en sus palabras, sobre todo cuando, zafio, las considera profundas.
El superficial recita un poema en el momento en que nadie se lo espera, porque piensa que así no será considerado superficial.
El frívolo jamás recita un poema, excepto si lo inventa en ese momento y se lo adjudica a otro; es decir, excepto si es para reírse de sí mismo.
Para que el frívolo sobreviva, necesita del superficial. Es el mérito del superficial.
El frívolo defiende su semblante; el superficial, sus facciones.
El superficial sueña con la lencería; el frívolo sabe los precios de la lencería.
El superficial permanece superficial toda su vida. Para él no es cosa de mérito. Si hubiese doctorado en superficialidad, el frívolo se llevaría el galardón.
Se nace superficial. La frivolidad se advierte a lontananza no como un premio sino como el colmo de la fatalidad.