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LA URTICARIA DE UN FILÓLOGO
ОглавлениеMi padre no fue un hombre amable. Seguramente a causa de provenir de una familia humilde, en la cual había que hacer cosas más importantes para ganarse el pan que fomentar las formas; seguramente porque desde niño tuvo que tocar el violín en la calle para contribuir al gasto familiar, careció de una educación refinada. Jamás lo oí dar las gracias o pedir las cosas por favor. Sencillamente eran palabras que no estaban en su vocabulario.
Creo que la educación es el aceite que permite que la maquinaria de las relaciones sociales camine sin escollos. Ser amable es ponerse en el lugar del otro. Pensar por un segundo que se es la otra persona, digamos el interlocutor. Que aquella persona merece nuestro respeto y consideración simplemente porque nos está escuchando, nos está poniendo atención, cuando sin lugar a dudas podría estar gastando su tiempo en otra cosa.
Es una persona educada, decimos de alguien cuyas maneras nos deja un buen sabor de boca. Y aquí la palabra amabilidad se traslapa con la palabra educación. Porque la persona amable siempre es educada. ¿O puede acontecer lo contrario, que alguien sea bien educado pero carente de amabilidad? Supongo que no, o acaso sea ésta la urticaria de un filólogo.
Una persona amable irradia respetabilidad, y la respetabilidad fomenta la aproximación. A simple vista pareciera que no. Que la gente respetable es más o menos odiosa. Que esa aura de respetabilidad es como una pared insalvable. Pero en realidad es lo contrario. Las personas amables son dignas de respeto porque podrían no serlo, podrían sumarse al gran contingente de individuos zafios que pueblan el mundo.
Pero, ¿depende de la voluntad de un hombre ser o no amable? Uno pensaría que no, que así se es, y punto. Como si la amabilidad fuese el color de los ojos, la estatura, el tamaño de las manos. La verdad es que la amabilidad se mama en el hogar. Exactamente como el lenguaje. ¿O no es cierto que los escritores abrevan de la lengua de sus padres el lenguaje que habrán de vaciar en lo que el día de mañana escribirán? Lo mismo acaece con el ser amables. Si los progenitores son amables entre sí, si son amables con las personas que visitan su casa, el hijo se percatará, desde luego inconscientemente, de las ventajas de ser así. Y lo aplicará a su vida.
Lo que es prodigioso es cuando una persona amable ejerce la grosería, la majadería. Porque entonces estará actuando. Principiará por hacer una selección de las personas con las que vale la pena ser amable, y aquellas otras que tratará con la punta del pie. Esta modalidad la practican bloques de individuos. Pues es su modo de divertirse. De hacerse odiar por un segmento de gente. ¿Por qué ser siempre amables?, se preguntan. ¿Por qué no poner un granito de sal a esta vida tan aburrida? Y así van, se conducen de un modo con alguien y del otro con quien no sea de su agrado.
La amabilidad, o la educación, como se quiera, es especialmente agradecible en un niño. Lo hace ver como un adulto, y eso causa gracia. Porque los niños no tienen por qué ser amables, educados sí, pero no más allá. No al grado de caerles bien a todos los que los rodean. Al revés. Más bien caen mal. Cuando un niño es demasiado amable, se piensa que algo trae. Que allí hay gato encerrado. Lo que ese niño está haciendo es darse cuenta de cómo funciona el mundo. De lo que puede obtener con unas gotas de buena educación.