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Mario Mazza estaba nervioso desde hacía unos días: sabía que dentro de poco a su hermano lo sacarían del coma farmacológico. Los médicos se lo habían confirmado:

–Dentro de dos días, muy probablemente. El traumatismo craneal está casi curado: su hermano ha sido muy valiente, ha reaccionado perfectamente.

Y él era feliz: podría, por fin, comenzar a pensar en el después; volverían ambos a su vida normal de siempre. Casi no se lo podía creer: al principio tenía muchas esperanzas por Luigi pero, en su interior, pensaba que no lo conseguiría.

La noticia fue como una panacea que le hizo mejorar incluso el humor: habían sido días muy sombríos y ahora le había vuelto la sonrisa.

Volvió a recordar los momentos felices pasados juntos y, a diferencia de una semana antes, ahora comenzaba a creer que podrían volver a divertirse, volver a casa, volver a cenar en aquellos restaurantes que tanto les gustaba experimentar, ir al cine, o, incluso, simplemente, a un pub en el centro para beber una cerveza.

Si realmente las cosas habían ido según las previsiones, como parecía en este momento, se lo debía agradecer de corazón al equipo médico del hospital por todo lo que había hecho y por todo lo que estaban haciendo todavía.

Al principio era bastante pesimista, pero ahora ya estaba casi seguro de poder dejar atrás ciertos fantasmas: su hermano lo conseguiría.

Al día siguiente, cuando se presentó en el hospital, fue distinto de lo habitual: le había vuelto la sonrisa, algo que le faltaba desde hacía tiempo, por fin estaba contento e incluso empezó a bromear con los enfermeros. Después de unos días ahora había cogido confianza y sabía qué decir y qué hacer con ellos, de manera que les hacía sonreír sin enfadarles.

La noche llegó como un rayo y, cuando le dijeron que ya no podría permanecer allí por ese día, salió para ir a casa, esta vez con el corazón más ligero.

Coma

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