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Cuando Luigi Mazza volvió a abrir los ojos eran casi las siete de la tarde.

–Has dormido bastante, –dijo el hermano –son las siete.

–Mmmm... Pensaba que no lo conseguiría.

–La cena, –gritó un empleado irrumpiendo en la habitación con una bandeja. Encima había un plato con sopa, un trozo de queso suave y una manzana al horno.

–Esto es para usted, buen provecho, –dijo.

Después de unos minutos Luigi Mazza comenzó a comer.

–Cuando acabes iré a casa, si no te importa. Estoy muy cansado, –dijo Mario.

–Claro, no te preocupes. Es normal que también tú quieras descansar: estás haciendo mucho por mí y te lo agradezco.

–Eres mi hermano, es mi deber.

Después de una media hora Mario se fue a casa.

–Me las apañaré solo, –le aseguró Luigi.

Cuando el hermano salió de la habitación el hombre decidió dar un paseo por el pasillo, parándose en una mesita con dos pequeñas butacas y algunos periódicos. Hojeó el primero que se le puso a mano, justo para pasar un poco el tiempo antes de tumbarse.

No encontró ninguna noticia realmente digna de interés, así que cerró el periódico y recorrió el pasillo hasta su habitación, se tumbó para dormir y, después de diez minutos, entró en el mundo de los sueños.

Coma

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