Читать книгу Una novela de barrio - Francisco González Ledesma - Страница 10

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En la habitación interior —que daba a un patio estrecho, del que sólo se distinguían una pared blanca y unas tuberías— había una silla, una mesa con papeles, una radio, un estante con libros, una estufa siempre apagada y cuatro marcos con cuatro fotografías. De las cuatro fotografías, tres pertenecían a un niño: un niño que empieza a andar a los doce meses, un niño que monta por primera vez una bici de juguete, un niño que hace garabatos en una pizarra mientras ríe.

La última fotografía pertenecía a un hombre: ya no era joven, pero un jefe de empresa diría que estaba en la edad de la eficacia. Vestía uniforme de segurata, corbata impecable, gorra bien puesta y llevaba correaje, unas esposas y una pistola.

Los ojos, al abrirse la puerta de aquella habitación interior, miraron hacia las fotografías. Las manos enguantadas parecieron sopesar una pistola en la que era imposible descubrir la menor huella.

No era el arma reglamentaria de un cuerpo de seguridad. La perfecta foto del hombre uniformado permitía ver que llevaba al cinto un revólver Star del 38, mientras que la pistola, aunque del mismo calibre, era una Tokarev. Las manos enguantadas retiraron de ella el cargador y los ojos vieron que en él quedaban tres balas.

El cargador volvió a ser encajado con un suave chasquido. Las manos abrieron entonces la única ventana —que daba a la pared blanca y a las tuberías— y alzaron la madera bien pintada en que se apoyaban los postigos. Esa base de madera estaba dividida en dos partes iguales, de modo que bastó con alzar la de la derecha. Debajo había un hueco abierto en la pared, en el fondo del cual descansaba un plástico. Las manos envolvieron la pistola y la encajaron perfectamente en el hueco hecho a medida. Luego bajaron la base de madera y la ajustaron completamente a la otra mitad. Una vez cerrada la ventana, todo quedó en absoluto orden.

Tres balas. Antes hubo cuatro, una había sido utilizada para volarle la nuca a un hombre llamado Omedes. Con las otras tres, sobraría para realizar el siguiente trabajo.

Porque quedaba un segundo hombre. Otro.

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