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—Ahora, señor Mendes, trabajo en un magasine de la radio de esos de susesos, ¿sabe? —dijo el Amores con voz temblorosa—, sin empleo fijo, con un contrato eventual de no veas, o sea, como si un servidor fuese un redactor venido en patera mismamente. Ya ve usté, señor Mendes, con mi experiensia y mi dominio de las calles, las notisias y las mujeres de esta siudá. Pero mi periódico serró, disen que por falta de publisidá, y ya no se hasen nuevos periódicos como ése, señor Mendes, ni siquiera en las parroquias para hablar mal de la píldora y hablar bien del Papa. He preguntado en el Sírculo de Economía, a ver qué pasa, si hay suerte, y me han contestado que es la consentrasión capitalista, o sea, la fusión finansiera y serebral, de lo que se deduse que cada ves habrá menos periódicos y más periodistas. Y aquí me tiene trabajando en la radio a horas, señor Mendes, y grasias que me quieren, hasta que hagan otra fusión.

Méndez susurró:

—Joder, Amores, continúas hablando como un soplapollas.

—Ojalá lo fuera, para soplarle lo que fuese a una cantaora anhelante de ser soplada, pero mucho me temo, señor Mendes, que ya se me han pasado el tipaso y la edá, aunque queda el coco. Bueno, yo he venido a verle porque nesesito llenar con algo el próximo boletín, y como no puedo hablar de la liberasión de la mujer ni de la emansipasión obrera, que el gobierno dise que son cosas ya hechas, nesesito saber si hay algo nuevo en lo de aquel caso del muerto de la casa que iban a derribar. Qué putada, señor Mendes, echan a los vivos y meten a un muerto.

—Yo no investigo nada, Amores. Sólo acompaño a los que investigan de verdad.

—Usté lo que no sabe es promosionarse, señor Mendes, y así no se puede haser nada en la vida. Hoy todo es promosión, promosión y promosión, y para andar por el camino del éxito usté debería haser dos cosas: primera, leer uno de esos libros de autoayuda y segunda, contar conmigo, que soy la vos del pueblo. En mis boletines puedo incluso desir que le han hecho jefe de los Mossos d’Esquadra, o ideólogo de la Guardia Urbana, o incluso que le han encargado la reforma de la reforma del Estatut, señor Mendes. El caso es sonar, señor Mendes, créame.

—Sólo puedo decirte dos cosas, Amores: que el muerto era un malparido que hizo un atraco sangriento años atrás, y que el móvil fue una venganza.

—De eso ya se ha hablado, señor Mendes, e incluso de que la polisía sigue una pista.

—En efecto, hay una pista, Amores, pero no puedo pasar de ahí. Lo único que podrías adelantar es que tal vez la solución esté cerca... Y que el local donde aquel tío murió le resultaba conocido, porque en su juventud lo había frecuentado mucho. Era una vieja casa de citas. Nada más.

—Eso es sólo la espuma de la verdá, señor Mendes. Usté sabe más. En nombre de nuestra vieja amistá y de los muertos que yo he descubierto, le ruego me diga algo, aunque no sea para radiarlo. Sólo para tener más datos para cuando la cosa se pueda dar a la lus. Entonses haré un programa extra que van a nesesitar haser un piso más en la emisora.

—En nombre de nuestra vieja amistad te diré algo más, Amores, pero con la condición de que te lo guardes y no digas una palabra sin consultarme antes. El sospechoso (que no te digo quién es) tiene licencia de armas, y por lo tanto revólver o pistola registrados. Se buscó un pretexto para hacer por sorpresa una revisión general, y su arma no era la que había servido para el crimen. De lo contrario, ya lo tendríamos en el saco, pero con las pruebas actuales no lo puedo detener. Y otra cosa, más confidencial aún: sigue con mucha atención todas las muertes, aunque sean en accidente de coche, porque me temo que ese hombre volverá a matar. O lo matarán a él. Seguro que lo buscan.

Una novela de barrio

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