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—Pues nada de «Hala, Méndez» y mucho menos eso de que la antigua madame Ruth, hoy marquesa viuda de Solange, tiene una salud de obispo, señor comisario principal —telefoneó Méndez desde un bar, por cortesía del dueño—. Nada de eso.

Y Méndez, en el riguroso cumplimiento de su deber, siguió hablando:

—La casa donde ahora vive esa señora es uno de esos lugares de la vieja Barcelona que ya no quedan en la vieja Barcelona, señor M. Y es que se trata de una torre con jardín de las que en el siglo diecinueve servían de casa de veraneo a las clases bienestantes que no querían alejarse de la ciudad, porque el señor tenía trabajo y querida, y la señora tenía planchadora y peinadora fijas. La casa está en el barrio de Horta, que hoy es lugar populoso y lleno de bares llamados La Cepa, El Tronío y La Gamba, pero antaño fue lugar de bosquecitos y fuentes, donde por lo visto el clima era más fresco y además no llegaban los revolucionarios. La casa de que le hablo tiene tres pisos, dos árboles centenarios y un perro dogo que en cuanto te mira ya puedes ir llamando al teléfono rojo.

Tras un gesto de gratitud al dueño del bar, Méndez continuó:

—Las investigaciones que he hecho, señor M., no han sido difíciles, pues en esta pequeña zona del barrio, que aún mantiene su ambiente rural, la gente lo sabe todo. La señora Ruth vive recluida aquí, en la casa que fue de su marido, el marqués, al cuidado de una chica relativamente joven a la que se ve que conoce hace muchos años. No me ha parecido oportuno interrogarla porque sé que está muy mal, porque se ve que tiene un cáncer como una casa. Justo hace un momento ha entrado el médico, al que se ve que también conoce desde hace años, y con el que intentaré hablar luego, si el perro no lo despedaza.


—La veo a usted mejor, Ruth —dijo el médico, casi un anciano, mientras miraba fijamente a la mujer sentada en la butaca—. Hace demasiado calor en esta habitación, pero la veo bien. Le cambiaré un poco la medicación, y se la haré más suave —y añadió con un gesto—: Pero lo primero que ha de hacer es quitar ese cuadro de ahí. No sé cómo se le ha ocurrido ponerlo.

El cuadro era una perfecta reproducción de un trabajo de Munch, El grito: un rostro de mujer cuya boca sin forma debe de estar lanzando el último alarido, un dolor que viene del aire pero vive en las entrañas, y al fondo unas nubes que ya no nos pertenecen, que ya no son de nuestro mundo. El grito precisamente en la habitación de una mujer que va a morir, de una mujer que grita.

—Quítelo de ahí enseguida.

—Es una reproducción muy buena. Y además me la regalaron.

—Pues vaya idea.

—Vaya idea la suya, doctor, diciendo que los medicamentos van a ser más suaves cuando lo que me aplica son calmantes más fuertes cada vez. Como si yo fuera tonta. Me doy cuenta de que empeoro, de que no tengo salida, y lo único que le pido es no sufrir más. Pero no con calmantes ni potingues hechos con hígado de gato. Le he pedido que me dé una buena muerte, doctor, y se lo he pedido después de tratarnos toda una vida, pero usted me engaña y prolonga mi agonía. Hoy todos creemos en la eutanasia, y usted tiene medios... Acabemos de una vez.

El médico hizo un gesto de impotencia.

—Mire, yo no puedo... No puedo hacer según qué cosas, entiéndalo, y más habiendo esperanzas. Lo único que le pido es que crea en mí.

La enferma sonrió, lanzó al aire una sonrisa helada, sin fuerzas, sin dientes, sin vida, parecida a la sonrisa de una calavera autómata. Y con la boca abierta en forma de O, la forma de El grito.

—Pues claro que creo en usted, doctor, naturalmente que creo. Creo que debe irse a la mierda.


—Haré investigaciones en este barrio que no es el mío, señor comisario principal —siguió diciendo Méndez en voz más baja—. Cumpliré con mi deber aunque acabe sufriendo de urticaria, pero no necesitaré emplear mucho tiempo, porque sé...

Méndez, pese a que hablaba desde un lugar discreto del bar, bajó aún más la voz:

—Sé quién mató al Omedes. Lo hizo un tipo llamado Miralles. Pero no me felicite, señor comisario principal, porque todo ha sido tan sencillo como oír unos comentarios, buscar en un par de registros y visitar una tumba.

Una novela de barrio

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