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ОглавлениеOslo es húmedo y el viento primaveral es más frío que en Stavanger, donde el olor a estiércol de vaca que proviene del distrito de Jæren ya ha empezado a inundar la ciudad. En el restaurante del hotel Bristol me indican que me dirija al guardarropa, donde una mujer cuelga mi abrigo en una percha y me da un recibo para que lo recoja más tarde. Vuelvo a dirigirme hacia la entrada. El jardín de invierno y el bar del hotel están casi a rebosar, hay música de piano y un penetrante aroma a granos de café tostados y hamburguesas con cebolla. Paseo la mirada por la multitud hasta que veo a una mujer y dos hombres en una mesa medio escondida tras una fila de macetas. La mujer sonríe y me saluda con la mano, mientras los dos hombres me observan con medida curiosidad.
Le devuelvo el saludo con torpeza y me dirijo hacia ellos.
—Tú debes de ser Aske —dice la mujer, y se levanta cuando me acerco a su mesa—. Te estábamos esperando.
Asiento con la cabeza y nos damos un apretón de manos.
—Eva —se presenta ella—. Soy la editora de Milla.
—Thorkild Aske.
—Pelle Rask —dice el hombre más joven sin levantarse de la silla—. Soy el agente de Milla. Nosotros, la agencia Gustavsson, nos ocupamos de los derechos internacionales.
—Halvdan —me saluda el segundo hombre, que se ha levantado de la silla—. Director editorial.
—Después irás a Tjøme, ¿verdad? —pregunta Eva cuando ya nos hemos sentado en nuestro sitio.
—Sí —le respondo—. Ese es el plan.
—Bien, bien. —Halvdan coge el tenedor y ataca un milhojas de dos pisos—. Todo irá muy bien, ya verás.
—Creo que se alegrará de conocerte —interviene Eva—. Pero hemos pensado que, de todas formas, resultaría conveniente que entre los cuatro repasáramos algunas cosas antes.
Un camarero se acerca con una cafetera pequeña y una taza que apoya frente a mí.
—Bueno —comienza Halvdan entre un bocado y otro—. Así que antes eras jefe de interrogatorios de la Oficina de Investigación de Asuntos Policiales.
Sujeta el tenedor en el aire y me mira por debajo de sus pobladas cejas, a la espera de mi respuesta.
—Eso es. Pero ya no —añado. Los tres me miran atentos y asienten. Es evidente que están al corriente de los cambios en mi carrera profesional—. Me destituyeron después de un episodio que tuvo lugar hace unos años, y por el que cumplí una condena de algo más de tres años en la cárcel de Stavanger.
—Y ahora eres autónomo —concluye el director editorial antes de entregarse de nuevo al milhojas, darle otro bocado y señalar a Eva con el tenedor—. ¿Fue Viknes-Eik quien escribió un ensayo sobre cumplir condena por los pecados?
—Sí. Caído en desgracia —responde Eva, y agarra una copa de vino—. Impresionante.
—Caído en desgracia, eso. Una lectura fascinante —dice, y mueve el tenedor como si de un cetro se tratara—. ¿Lo has leído?
Digo que no con la cabeza. Podría haber comentado que tengo algo de idea sobre caerse de bruces y cargarse tanto la vida profesional como la espiritual, que mi psiquiatra de Stavanger opina que sigo cayendo, pero no estoy de humor para hacer bromas sin gracia en la primera cita y dudo de que el jardín de invierno o el bar del hotel sean los lugares adecuados para hacer gala de una sinceridad descarnada disfrazada de conversación ligera con un toque de humor negro.
El director editorial gira el tenedor despacio alrededor de su propio eje y cierra los ojos.
—Muestra su profunda desconfianza hacia el sistema carcelario y el castigo, así como una visión romántica de una sociedad en la que el concepto de penitencia viene de dentro de uno mismo.
—En mis ojos verás mis barrotes —añade Eva.
—Sí, sí —dice el director editorial con un tono cantarín—. Eso es.
—Tendrás que firmar un acuerdo de confidencialidad —dice la agente sueca de Milla—. Y eso incluye no solo una confidencialidad total con respecto a toda la información que recibas sobre el próximo libro de Milla y su argumento, sino también en lo que respecta a la información que tengas que recabar sobre ella y su vida privada.
Asiento.
—Habladme de Robert Riverholt —digo y le doy un sorbo al café—, el antiguo consultor de Milla. Entiendo que...
—Le pegaron un tiro —se apresura a decir el director editorial—. Un asunto espantoso. Nos afectó mucho a todos.
—Riverholt era un expolicía con una vida privada bastante compleja. —Pelle acaricia con un dedo el asa de la taza de café—. Su mujer estaba enferma. Le disparó en medio de la calle y después huyó en coche y se quitó la vida en un aparcamiento junto al lago de Maridalsvannet.
Eva apoya una mano sutilmente sobre la mía.
—La tragedia no tuvo nada que ver ni con la editorial ni con Milla. Pero entiendo que estés preocupado. A Milla también le afectó. No ha escrito ni una sola...
—Bueno. —Pelle Rask carraspea y saca otro taco de papeles que extiende sobre la mesa—. Échales un vistazo y fírmalos para que podamos continuar.
Cojo los papeles y empiezo a leer. El director editorial saluda con la cabeza a un grupo de hombres que pasan por delante de nuestra mesa.
—En principio, estaríamos hablando de una semana —dice Pelle cuando termino. Me pasa un bolígrafo—. Pagamos la mitad de los honorarios por adelantado, y el resto cuando termine el tiempo que se establece en el acuerdo. Si se produjera algún retraso o si Milla te necesitara durante más tiempo, continuaríamos con las mismas condiciones, si te parece bien. Los viajes también están incluidos, así que guarda todos los recibos.
—Bueno —tercia el director editorial y deja el tenedor en el cenicero cuando firmo y le devuelvo el acuerdo de confidencialidad—. Seguro que tienes ganas de ver de qué va todo esto, ¿no?
Asiento. Tengo muchas ganas de ver qué espera Milla Lind de mí, en qué puedo ayudarla. Pero, sobre todo, me muero por ver qué espero yo que ocurra cuando acabe el trabajo. De verdad creo que Ulf irá a buscarme al aeropuerto con los bolsillos llenos de recetas y que me dirá: «Este es mi Thorkild, un buen chico. Aquí tienes tu oxazepam y tu oxicodona. Relájate, saluda a Frei, disfruta de tu piso y nos vemos al otro lado». Porque ese es el único motivo que tengo para salir de casa, porque creo que cambiará algo las cosas.
—¿Estás familiarizado con los libros sobre August Mugabe?
—No, la verdad es que no.
—Bueno. Milla Lind es una de nuestras escritoras de mayor éxito. Sus libros se han publicado en más de treinta países y ha vendido más de diez millones de copias en todo el mundo. Cuando lanzamos su anterior novela, Corazón de golondrina, nosotros, la editorial, emitimos una nota de prensa en la que anunciamos que Milla había empezado a trabajar en el último libro de la serie de August Mugabe. Acababa de empezar el proyecto cuando murió Robert.
—No ha escrito nada desde entonces —dice Eva—. Milla cayó en una depresión profunda, y hasta hace muy poco no ha reunido las fuerzas necesarias para retomar el proyecto.
—Milla y Robert se iban a basar en un caso real de desaparición —añade Pelle—. Lo iban a usar para ambientar la novela.
—¿Qué caso? —pregunto.
—Dos chicas de quince años desaparecieron en otoño del año pasado de un centro de acogida y rehabilitación de menores a las afueras de Hønefoss. Una mañana se metieron en un coche que estaba frente a la institución, y nadie las ha vuelto a ver desde entonces. La policía cree que se dirigían a Ibiza, adonde ya habían huido el año anterior.
—Es bastante ingenioso —dice el director editorial con la voz ronca—. Parece que, en el libro de Milla, ese caso está directamente relacionado con la trama entre August Mugabe y su mujer, que ha intentado matarlo al menos en dos ocasiones.
—¿No eran tres?
—Así que lo has leído —observa el director editorial y suelta una carcajada—. La cosa es que ni la propia Milla quiere ni confirmar ni desmentir si quien estaba detrás del disparo de Una cama de violetas era su mujer.
—Todo se ha quedado un poco en el aire desde que asesinaron a Robert —comenta Eva para reconducir la conversación—, y es importante que Milla se vuelva a poner en marcha.
—Y aquí es donde entras tú —añade Pelle—. Ocuparás el puesto de Robert, que consiste en interpretar informes policiales, ayudar con asuntos técnicos y demás. Es importante señalar que no es un trabajo de investigación policial, sino de investigación a secas, para el libro de Milla.
—Suena muy emocionante —miento.
—Sí, ¿verdad? —responden los tres a coro.
El director editorial se levanta.
—Pelle, Eva, ocupaos vosotros del resto. Tengo una reunión ahora a las dos —dice y se inclina hacia delante—. Aske, suerte —añade. Me da un fuerte apretón de manos y después se va.