Читать книгу Cicatrices - Heine T. Bakkeid - Страница 16

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Debo de haberme quedado dormido en la butaca. Cuando me despierto, se ha ido el sol. La superficie del mar se compone de líneas irregulares que bañan las rocas de la orilla. Los árboles crujen y sacuden las ramas. Tengo frío, estoy triste y echo de menos Stavanger y mi apartamento.

Me pongo los zapatos, salgo y me dirijo a la casa. Ya casi he pasado el grupo de árboles que se yerguen entre el cobertizo y la parcela cuando de repente veo a Milla en su oficina. Está tumbada sobre el escritorio con la cara hacia abajo y los brazos hacia delante. Tiene los ojos muy abiertos y boquea como si estuviera sufriendo convulsiones.

Estoy a punto de salir de entre los árboles cuando veo una sombra detrás de ella. La levanta arrastrándola del pelo, la sostiene unos segundos y la tira contra la mesa. La expresión de Milla parece oscilar entre el terror y el éxtasis. Cuando vuelve a tirar de ella, se le abre la blusa y se le sale un pecho. Joachim lo agarra fuerte con la mano que tiene libre.

De repente es como si Milla me estuviera mirando. Joachim le suelta el pecho y le lleva la mano al cuello. Milla ahoga un grito y tensa el cuerpo. Justo cuando parece que está a punto de desmayarse, Joachim le suelta el cuello. La agarra fuerte del pelo con la otra mano, de forma que Milla se queda colgando con la cara hacia el escritorio.

Solo en ese momento comprendo que no me está mirando a mí, sino que mira más allá, hacia la oscuridad que se cierne a mis espaldas. Joachim le suelta el pelo y Milla vuelve a caer contra el escritorio, mientras Joachim retrocede y desaparece entre las sombras. Me quedo ahí de pie un instante hasta que por fin emprendo el camino a la casa. A través de la puerta de cristal que conduce a su despacho vuelvo a ver a Milla. Se está abrochando la blusa, y se da la vuelta al verme.

—¿Necesitas algo?

Joachim se pasa las manos por el pelo escaso y recién decolorado cuando asoma por el hueco de la puerta.

—La maleta —respondo—. Me la olvidé en la entrada.

—Espera aquí —me dice, y desaparece por la puerta de la cocina hacia el edificio principal.

Doy un paso hacia el despacho, pero me detengo cuando veo a Milla a través de la puerta de cristal. Baja la persiana y oigo que echa el pestillo. Joachim viene enseguida con mi maleta.

—Lo siento —me disculpo—. No quería...

—No tenéis ni idea de cómo es —dice Joachim—. De lo que necesita.

—¿Y qué necesita? —pregunto cuando llegamos a los árboles que están entre la casa y el cobertizo.

Joachim se detiene frente a mí en un montículo de hierba que lo sitúa casi a mi altura. Sonríe. Los dientes le brillan en la penumbra.

—Perder el control.

Al ver que no digo nada, sacude la cabeza. Entonces se baja del montículo y prosigue.

—Las mujeres como Milla Lind necesitan un tipo muy concreto de hombre, no...

—Sí, me queda claro —respondo—. No tipos como yo.

Joachim sigue caminando entre los árboles sin responderme.

—Ni como Robert —añado.

—¿Cómo? —Se para en seco. Esta vez no encuentra ningún montículo al que subirse, pero da un paso más, para nivelar la diferencia de altura—. ¿Qué has dicho?

—Antes has dicho «tenéis» —respondo—. «No “tenéis” ni idea de cómo es». Supongo que te referías a Robert y a mí.

—Enseguida me di cuenta de qué tipo de persona era Robert. Era como un libro abierto.

—Entonces, se podría decir que eres un experto conocedor del género humano.

—No vas a estar aquí el tiempo suficiente para saberlo, compañero. Ten. —Joachim deja la maleta en el suelo, entre nosotros—. El resto te toca a ti —añade, y emprende el camino de vuelta a la casa.

Cicatrices

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