Читать книгу Cicatrices - Heine T. Bakkeid - Страница 13

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Milla abre las puertas de cristal y me conduce hacia su despacho en el anexo.

—El despacho es mi sitio. —Cierra las puertas, se sienta al escritorio, se atusa el pelo con una mano y enciende el ordenador con la otra—. Robert y yo acabábamos de empezar a investigar para el libro —dice. Se inclina hacia delante y teclea la contraseña. La luz de la pantalla le ilumina la cara—. Habíamos encontrado un caso real de desaparición que íbamos a usar en el libro.

—¿Tiene algo de especial ese caso en particular?

Milla niega brevemente sin levantar la vista de la pantalla.

—Salió en los medios. Aún no han encontrado a las chicas. Se trata de dos jóvenes que huyeron de un centro de acogida y rehabilitación de menores a las afueras de Hønefoss hace siete meses. Nos llamó la atención cuando estábamos repasando casos reales que utilizar en el proceso de investigación, porque las chicas eran muy jóvenes. Solo tenían quince años.

—¿Y con qué puedo ayudarte?

—Vamos a hablar con las familias y con la policía, y tú me ayudarás a interpretar y a explicar cómo se desarrolla un caso como este. Sé que has trabajado como jefe de interrogatorios y creo que esa experiencia puede ser muy útil para el aspecto psicológico.

—¿Y los familiares están dispuestos a hablar con nosotros?

—Robert quedó con los padres de una de las chicas desaparecidas. Valoran mucho toda la ayuda que se les pueda ofrecer y se alegran de que el caso no caiga en el olvido.

—¿Y la otra chica?

Milla sacude la cabeza.

—No tiene familia.

—¿Nadie?

—No. Tengo una carpeta para ti.

La cara de Milla desaparece tras la pantalla y la oigo revolver uno de los cajones del escritorio antes de aparecer de nuevo frente a mí. Titubea un segundo y después me pasa la carpeta.

—¿Por qué lo mató? —pregunto. La carpeta tiene una etiqueta que dice «Robert Riverholt»—. La mujer de Robert, digo. ¿Por qué le pegó un tiro?

Milla está a punto de decir algo, pero sacude la cabeza. Le da vueltas a un mechón de pelo con los dedos.

—Camilla estaba enferma —responde, al fin.

—¿Enferma?

—Tenía ELA, una enfermedad degenerativa que paraliza los nervios de la médula espinal y del cerebro. Se la diagnosticaron cuando Robert aún trabajaba en la policía. Robert me contó que en ese momento ya estaban comenzando los trámites de separación, pero él decidió quedarse a su lado todo el tiempo que le fuera posible. Llegó un momento en que ya no pudo más.

—Entonces, ¿lo mató porque estaba a punto de abandonarla?

—Sí —responde Milla, y se vuelve hacia la estantería—. No podía vivir sin él.

—¿Por qué cree la policía que las dos chicas desaparecidas se han ido a Ibiza? —pregunto mientras echo un vistazo a la carpeta de Robert sobre el caso.

—Las chicas ya se habían escapado una vez. —Milla carraspea cuando nuestras miradas por fin se cruzan—. Y esa vez se fueron a Ibiza.

—De acuerdo. —Sigo mirando los papeles—. ¿Y cuál es el plan?

—Mañana tú y yo iremos a Hønefoss para ver el centro con la madre de Siv, una de las dos chicas. Nos estará esperando.

—¿Por qué?

Dejo la carpeta en la mesa entre los dos.

—¿Cómo?

—Quiero decir que, si no vamos a investigar nada, si lo que vamos a hacer es escarbar en la reputación de estas chicas, ¿para qué me necesitas a mí? ¿Y para qué necesitabas a Robert? ¿Esto no es algo que puede hacer un escritor solo en su despacho?

Milla me mira fijamente y por fin señala la cicatriz que me empieza en el ojo, pasa por el hueco que tengo entre la mandíbula y el pómulo y termina en el labio superior, que nunca llega a tocar del todo el inferior, ni siquiera cuando tengo la boca cerrada.

—¿Cómo te hiciste eso?

—En el accidente. —Me vuelvo de forma que no me pueda ver el lado desfigurado de la cara—. Ulf dice que ya no tengo por qué hablar de eso.

—¿Te duele?

—Solo cuando estoy solo. O cuando estoy con más gente.

Por fin sonríe.

—Tienes razón —dice y se reclina en la silla—. Podría haberlo escrito todo sin salir de aquí, buscar algunos casos de desaparición en Internet para sacar imágenes del subconsciente y darles nombre, cara y una historia. Pero este caso es diferente.

Está a punto de añadir algo, pero coge aire y se vuelve hacia una de las ventanas. Las copas de los árboles se mecen con suavidad en el viento que sopla desde el mar.

—¿Por qué es diferente?

—Porque sí —responde Milla, y parpadea con fuerza varias veces—. Joachim te ha preparado una habitación en el cobertizo para barcos —prosigue, y señala hacia el bosque que se extiende bajo su despacho. Veo la silueta de un edificio blanco junto a las rocas—. Mañana a primera hora empezaremos a trabajar.

Cicatrices

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