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a) La difusión en la época arcaica

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En primer lugar, es seguro que el texto escrito, de haber existido desde el principio, no habría constituido el vehículo principal de difusión, sino una especie de tesoro custodiado por una cofradía del tipo de la de los homéridas de Quíos del siglo VI; o un monumento ofrendado en algún santuario, como se indica expresamente del Himno a Apolo en el Certamen de Homero y Hesíodo 319 ss. Allen, custodiado en el santuario de Ártemis de Delos, del ejemplar de la obra de Heráclito en Diógenes Laercio, IX 6, guardado en el templo de Ártemis de Éfeso, y de las máximas de los Siete Sabios en Platón, Protágoras 343 a, expuestas en una inscripción en el templo de Apolo en Delfos. En efecto, hasta finales del siglo V a. C. el uso de la escritura no aparece ligado a la difusión de la obra literaria. El procedimiento de difusión prácticamente exclusivo hasta esa época, y aun el más común después, era la audición colectiva del poema, quizá casi siempre en el marco de las fiestas de los nobles, como Demódoco y Femio, y en el de las festividades populares, religiosas o profanas. En un principio, como dejan ver los testimonios homéricos, el aedo cantaba, acompañándose con un instrumento de cuerda, en ciertas ocasiones sentado (Ilíada IX 189) y en otras de pie mientras un coro danzaba (Odisea VIII 261 ss.). La comparación con lo que sucede en otras tradiciones poéticas cuya difusión es oral induce a suponer que cada nueva ejecución habrá dado lugar a desviaciones más o menos notables, pero en todo caso ciertas, con respecto al contenido de la composición final.

La fama de los poemas homéricos debió de extenderse poco a poco por todo el mundo griego a través de las audiciones. Sin duda, la calidad excepcional de la Ilíada y de la Odisea estimuló la demanda de estos poemas, cuya repetición literal hemos de figurarnos que era reclamada por el auditorio (aunque en Odisea I 351 s. se elogia la capacidad de innovación en el canto). Es probable que ya desde el siglo VII existieran recitadores profesionales itinerantes, que ya no componían nuevos poemas, sino que con un bastón (quizá para marcar el ritmo) y sin acompañamiento musical, se conformaban con recitar los poemas homéricos (o épicos, en general). Pronto debieron de organizarse los certámenes de recitación. Estos recitadores son llamados por las fuentes griegas rapsodos. Es de suponer que también la difusión del aulós o flauta de tubo doble como instrumento de acompañamiento musical en el siglo VII, que impedía que el ejecutante del poema fuera la misma persona que acompañaba musicalmente, tuvo cierta importancia en la aparición de los rapsodos. Heródoto (V 67, 2) menciona los certámenes de rapsodos profesionales que en Sición suprimió Clístenes, tirano de esa ciudad entre 600 y 570. Aparte de Heródoto, Platón en el Ión, donde Sócrates dialoga con Ión, un rapsodo especialista en Homero, y el escolio a Píndaro, Nemea II 1 (ed. Drachmann, III 28 ss.), además de la representación iconográfica de uno de estos personajes en un vaso del pintor de Cleofrades (BM E 270, Beazley, ARV, 122, núm. 13), ofrecen la información esencial acerca de los rapsodos. La existencia de versiones rapsódicas, con competiciones regulares en Sición, Epidauro y Atenas (cf. Ión 530 a-b), y seguramente en otros lugares, era una fuente de alteraciones en los poemas, pues los rapsodos pretenderían exhibir su virtuosismo para conseguir el premio antes que reproducir la literalidad del poema. Uno de los que tenía fama de introducir muchos versos en la poesía homérica era Cineto de Quíos, autor de la primera recitación rapsódica en Siracusa entre 504 y 500 (cf. schol. Pínd., Nem. II 1). Por tanto, la propia existencia de un texto escrito no habría impedido la aparición de variaciones rapsódicas en el poema.

La reglamentación del texto en las Panateneas de Atenas, atribuida a Hiparco (Platón, Hiparco 228 b), a Sólon (Diógenes Laercio, 157) o a «vuestros padres» (Licurgo, Contra Leócrates 102), trataba de evitar los atropellos en el texto, la recitación de pasajes selectos y adecuados a la exhibición con exclusión de aquellos otros menos dados al lucimiento personal y otros fenómenos semejantes. Éste es el primer texto de los poemas homéricos (y no sabemos si hay que entender homéricos en sentido estricto o épicos, en general) que existió con seguridad (contra R. Pfeiffer, History of classical scholarship. From the beginnings to the end of the hellenistic age, Oxford, 1968, 110, para quien la historia sobre la existencia de una copia oficial ateniense no sería más que una invención alejandrina basada en la copia oficial de las tragedias). Es de suponer que los atenienses, en el momento de regular el uso de un texto oficial para las Panateneas, buscaron alguno previamente existente, que bien por su antigüedad bien por su procedencia gozaba de autoridad y, por tanto, podía ser impuesto. Si hemos de hacer caso de los escolios a algunos pasajes (Il. VII 238, XI 104, XIV 241, XXI 362, 363; Od. 152, 275), este antiguo ejemplar ático estaba escrito en el alfabeto epicórico, y algunos errores de ciertas ediciones proceden de una incorrecta transliteración del antiguo alfabeto ático al alfabeto de Mileto, que finalmente se hizo común en todo el mundo griego y también en las ediciones de autores literarios. Hay que señalar, no obstante, que ninguno de los ejemplos que los escolios interpretan como transliteraciones incorrectas a partir de un antiguo texto escrito en alfabeto epicórico ático es seguro. Por otro lado, el barniz ático del texto homérico quizá es el resultado de la importancia que el texto oficial ático ha tenido en la tradición posterior.

Es probable que los homéridas de Quíos de los que hablan las fuentes (Acusilao de Argos, FGH 2 frag. F 2; Píndaro, Nemea II 1) ya desde el siglo VI, que pretendían ser del linaje de Homero y que «cantaban su poesía por derecho de herencia», fueran una corporación de rapsodos que, también por la admiración de la belleza de los poemas homéricos, evitaba la introducción de las deformaciones que producía la recitación rapsódica. No sabemos en qué medida los derechos que esgrimían y la autoridad que pretendían tener sobre los poemas homéricos tenían una sólida base.

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