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b) La tradición del texto en la época clásica

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En todo caso, parece seguro que, en los últimos decenios del siglo VI a. C. al menos, ya existía un texto escrito de la Ilíada, si es que hemos de dar crédito a la noticia del schol. A a Ilíada I 381, según el cual Teágenes de Regio seguía una lectura distinta de una partícula de este verso. Es de suponer que esta discrepancia de detalle implica la existencia de un texto escrito. A partir de aquí al menos hasta el siglo III a. C., fecha de los primeros papiros de la Ilíada conservados en Egipto, sabemos que existía algún texto escrito, aunque sólo conozcamos acerca de éste referencias indirectas. También Aristóteles, Poética, 25, 1461 a 22, cita las lecturas que un desconocido Hipias de Tasos, cuya datación es incierta, proponía para los versos de la Ilíada II 15 y XXIII 328. Sin embargo, las numerosas citas, alusiones, imitaciones y críticas o defensas de la obra de Homero, esparcidas por toda la literatura griega, no suponen necesariamente la utilización directa de un texto homérico. Las interpretaciones alegóricas de Teágenes de Regio, continuadas en el siglo V, entre otros, por Metrodoro de Lámpsaco (Vorsok. 61), que explicaba no sólo los dioses sino también los héroes en términos de fenómenos físicos naturales, o las pesquisas acerca de la poesía, la vida y la época de Homero, como las que parece haber emprendido en el siglo V Estesímbroto de Tasos (FGH 107), maestro de Antímaco de Colofón, el autor de la primera edición erudita de Homero de la que tengamos noticia, o la explicación de glossai o términos oscuros propios de la épica, tarea en la que Demócrito de Abdera (Vorsok. 68 A 33, XI 1 = B 20 a − 25), posiblemente Glauco (o Glaucón) de Regio (conocido sólo por la mención de Platón, Ión 530 c) y, con seguridad, los sofistas, en general, manifestaron su interés y descollaron, o las críticas contra las mentiras o inmoralidades propias de los poetas, como desde Jenófanes es común en la filosofía griega, no requieren la existencia de un texto escrito, cuya utilización, por otro lado, resulta muy verosímil, como en toda actividad erudita. Igualmente, el comienzo de las especulaciones sobre la lengua, asociadas con frecuencia a la discusión de pasajes homéricos, como sucede en el caso de Protágoras (Vorsok. 80 A 29; cf. 30), también supone seguramente el uso de un texto escrito.

Cada texto escrito poseía seguramente numerosas lecturas variantes. Además de las discrepancias causadas por las recitaciones rapsódicas, otra fuente de divergencias en la literalidad de los poemas homéricos debió de ser su propio uso en la escuela. El papel que en la educación griega jugaron los poemas homéricos difícilmente se puede exagerar a la vista de afirmaciones como las de Platón Rep., 606 e: «ha educado la Hélade». Algo semejante indica Heródoto, II 53, 2, al afirmar que Hesíodo y Homero, entre otras cosas, «han dado a los dioses sus epítetos, han precisado sus prerrogativas y competencias y han señalado su fisonomía». El elevado número de papiros que contienen versos de Homero, algunos de ellos claramente escolares, muestra lo mismo. Las anécdotas que Plutarco, Vida de Alcibíades 7, 1-2, narra sobre la infancia de Alcibíades también indican la importancia de Homero en la educación, así como los riesgos a que el texto estaba sometido en la enseñanza escolar. En una anécdota es reprobado un maestro que no tenía un texto homérico, y, en otra, Alcibíades replica con desprecio a otro maestro que le dijo que tenía un texto corregido por él mismo. Un fragmento de Aristófanes, Los convidados (frag. 233, 1-2 Kassel-Austin), presenta a un padre preguntando el significado de algunas palabras oscuras (glossai) homéricas.

Una tercera fuente de divergencias en el texto de los poemas épicos procede del uso del prestigio homérico para conseguir unos objetivos políticos concretos. Ya nos hemos referido a las acusaciones que un desconocido historiador de Mégara llamado Diéuquidas, citado por Diógenes Laercio, I 57, en su vida de Solón, dirigía contra Pisístrato por haber intercalado los versos II 546-558 del catálogo de las naves, en los que aparece el contingente ateniense en Troya. Añadamos que, según Plutarco, Vida de Teseo 20, 1-2, otro escritor de Mégara llamado Héreas acusaba también a Pisístrato de haber interpolado Odisea XI 631, para elogiar a Teseo. Algunos escolios (cf. A a Ilíada III 230, IV 273; B a II 557) y Aristóteles, Retórica 1375 b 30, dan otras informaciones sobre otras pretendidas interpolaciones o sobre el uso del texto homérico con fines políticos. Ya hemos visto más arriba que parece verosímil que estas informaciones dispersas hayan dado lugar en época helenística a la teoría sobre la llamada «redacción pisistrática», de la que la primera fuente es Cicerón, De orat. III 137.

Desde finales del siglo V a. C., las referencias a la escritura comienzan de repente a hacerse cada vez más frecuentes, como prueban las numerosas alusiones que se hallan en las tragedias y comedias (cf. R. Pfeiffer, History of classical scholarship. From the beginnings to the end of the hellenistic age, Oxford, 1968, 25 ss.). En conjunto, se puede sospechar que la difusión escrita de la obra literaria pasa por entonces a ser el vehículo esencial de transmisión de la literatura en detrimento de la audición y la pura difusión oral. La primera mención de la lectura como entretenimiento aparece en el Erecteo de Eurípídes (frag. 370 Nauck), datada entre 424-1 a. C. Poco después (405) se sitúa la alusión a la lectura de la Andrómeda de Eurípides en Aristófanes, Ranas 52 s. y 1114. El comercio de libros en Atenas aparece en numerosos fragmentos de la comedia, aunque las primeras referencias datadas son las de Aristófanes, Aves (974 ss., 1024 ss., 1288), representada el 414. En el siglo IV hay noticias acerca de personas que poseían buenas colecciones de libros (cf. Jenofonte, Memorables IV 2, 1 ss.). La extensión del comercio de libros y el uso de Homero en la escuela deben de haber contribuido a la aparición de un buen número de copias de los poemas homéricos. No hay ninguna razón para suponer que estas copias pretendieran conservar la literalidad de los poemas; más bien todo induce a pensar que entre unas y otras versiones escritas habría divergencias, cuya importancia no podemos determinar. Las citas homéricas de los escritores áticos, de Platón en particular, muestran, junto a coincidencias notables en el número de versos y en la presencia de ciertos pasajes que han sido discutidos (el fin de la Odisea, la mención de los atenienses en el Catálogo, etc.), discrepancias indudables con respecto al texto de nuestras ediciones. Algunas parecen ser erróneas, y de éstas no todas han de ser atribuidas al hábito de citar de memoria, sino que han de ser consecuencia de divergencias en el texto. Es llamativo que Platón (Ión 537 b) y Jenofonte (Banq. I 6), al citar Ilíada XXIII 335, discrepen entre ellos y también de las ediciones modernas. Todo ello indica que no parece haber existido nada que pueda considerarse como una vulgata ateniense del siglo VI a la que remontarían todas las ediciones posteriores. Por supuesto, siendo esto así, no existe ninguna posibilidad de reconstruir algo parecido a un texto común ático, a favor de cuya existencia no parece haber argumentos y sí algunos indicios en contra.

Estas revisiones del texto homérico han sido sin duda muy diferentes según la calidad del autor de cada una. Sin embargo, en conjunto tienen mala fama en las fuentes, como muestrá la anécdota que narra Plutarco, Vida de Alcibíades 7, 2, a la que nos hemos referido, y la historia que Diógenes Laercio, IX 113, narra sobre Timón, que respondió a Arato, cuando éste le interrogaba sobre cómo obtener un texto fiable de Homero, que buscara una copia antigua que no hubiese sido revisada. En el otro extremo debían de estar la edición de la Ilíada de Antímaco de Colofón alrededor del 400 a. C. (schol. a Ilíada I 298, etc.), otra de un Eurípides, sobrino del trágico (cf. Eustacio a Ilíada II 865, 366, 13 ss. = Van der Valk, I, págs. 577, 5 ss.), que añadía dos versos (848 a y 866 a), y la revisión que Alejandro llevó a Asia y con la que dormía todas las noches, conocida con el nombre de «la del estuche», cuyo autor, según Plutarco, Vida de Alejandro 8, 2-3, y otros, fue el propio Aristóteles. La edición de Antímaco, la más antigua de que poseemos noticia, es citada con frecuencia por los escolios y, en consecuencia, es seguro que era usada por los filólogos de Alejandría. Por el contrario, la revisión de Aristóteles, que en cualquier caso escribió seis libros de Problemas homéricos, de los que sólo se conservan algunos fragmentos, no es citada nunca. Las citas aristotélicas de Homero difieren más de nuestras ediciones que las de Platón.

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