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e) Las ediciones alejandrinas

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Los primeros estudios filológicos sobre la obra de Homero merecedores de tal nombre se realizaron en la Biblioteca de Alejandría en el siglo III a. C. La primera actividad de la Biblioteca fundada por iniciativa de Ptolomeo I Lago, antiguo general de Alejandro y primer miembro de la dinastía de los Ptolomeos, consistió en el acopio de libros procedentes de todo el mundo griego. La llegada de textos homéricos de variada procedencia a Alejandría hizo que pronto se observaran las divergencias textuales existentes entre las copias, así como la necesidad de una edición propia de la Biblioteca, que sirviera como punto de referencia.

La primera edición de los poemas de Homero fue llevada a cabo por Zenódoto de Éfeso, discípulo de Filitas de Cos, tutor de Ptolo-meo II (rey entre 288 y 247 a. C.), primer bibliotecario y seguramente colaborador en la recolección de textos literarios griegos. El contenido y el valor de su edición crítica de los poemas de Homero sólo puede ser juzgado a través de los escolios, notas marginales que se leen en algunos manuscritos y que resumen los comentarios de los filólogos de época posterior. Éstos casi sólo citan a Zenódoto cuando las ediciones posteriores, Aristarco en particular, discrepaban de su lectura. Como Zenódoto no escribió ningún comentario en el que justificara su texto, las razones que los escolios atribuyen a veces a las decisiones de Zenódoto deben de proceder de la conservación de una tradición oral de sus enseñanzas o, más bien, de la pura especulación. El texto editado por Zenódoto era más conciso que la vulgata posterior y, en la medida en que los ejemplos procedentes de la información de los escolios permiten averiguarlo, estaba basado en lecturas documentadas, no en conjeturas propias (cf. R. Pfeiffer, History of classical scholarship, I, Oxford, 1968, 105 ss.). Aparte de excluir un número de versos incluidos en las ediciones posteriores, aunque marcados con una señal, marcó otros con un signo crítico llamado obelós, una línea horizontal que indicaba que su genuinidad era dudosa. Esta indicación de sospecha acerca de la legitimidad de un verso se denomina atétesis.

El interés de Zenódoto por Homero no es una excepción. En Alejandría, sus contemporáneos Calímaco y Teócrito reaccionaron con su poesía ante la epopeya tradicional; sus sucesores en el cargo de la Biblioteca Real de Alejandría, Apolonio de Rodas, que escribió un Contra Zenódoto, y Eratóstenes, imitaron o estudiaron ciertos aspectos como la cronología de Homero. Fuera de Alejandría hay noticias de una edición de Arato, el autor de los Fenómenos. En la siguiente generación hubo otra edición del poeta Riano de Creta, que los escolios citan con relativa asiduidad.

La segunda gran edición de los poemas homéricos fue realizada por Aristófanes de Bizancio, director de la Biblioteca de Alejandría entre 195 y 180 a. C. Esta edición es menos conocida que la de Zenódoto, pues, como Aristarco discrepaba menos de Aristófanes que de Zenódoto, su edición es citada menos veces por los escolios. Además, Aristófanes y Aristarco comparten un conservadurismo más acusado que el de Zenódoto, de modo que las exclusiones se hicieron más raras. En general se puede afirmar que el texto de la Ilíada fue haciéndose más largo en el curso de las ediciones de los eruditos alejandrinos. Los escolios afirman con relativa frecuencia acerca de un verso o de una pareja de versos que «Zenódoto no lo escribía» o que lo añadieron «algunos», los «grammatistaí», los «sophistaí» o los «diorthotaí». Al contrario, en otros pasajes los eruditos alejandrinos creían haber detectado ciertas adiciones, que, no obstante, editaban, aun señalando los versos con signos críticos. Por lo demás, Aristófanes perfeccionó el sistema de signos críticos, cuyo uso paliaba en parte la ausencia de un comentario que no escribió y que, como en el caso de Zenódoto, podría haber justificado las decisiones adoptadas en el texto. Su edición era la primera de la que tenemos constancia de que tenía signos de puntuación. Su influencia en la tradición parece haber sido limitada, pues sólo alrededor de la mitad de las lecturas que se le atribuyen aparece alguna vez en los códices.

El discípulo más notable de Aristófanes y el autor de la edición definitiva de los poemas homéricos en la Antigüedad fue Aristarco de Samotracia (circa 215 − circa 144 a. C.), a cuya labor e influencia hay que atribuir seguramente el cambio que se observa en el texto de los papiros desde mediados del siglo II a. C. y la uniformidad que a partir de entonces posee el texto homérico. Alrededor del 180 sucedió al frente de la Biblioteca de Alejandría a Apolonio Eidógrafo, sucesor de Aristófanes. Los disturbios del 144 a. C., cuando Ptolomeo VIII Evérgetes II Fiscón asesinó a su sobrino Ptolomeo VII y usurpó su trono, obligaron a Aristarco y a muchos de sus discípulos a huir a Chipre. A resultas de ello, la Biblioteca sufrió una profunda crisis, como muestra el hecho de que fuera nombrado bibliotecario un funcionario militar. La información de los escolios hace probable (cf. Pfeiffer, History of classical scholarship, I, Oxford, 1968, 214 ss.) que Aristarco escribiera primero un comentario basado en el texto de Aristófanes, más tarde una nueva edición, y luego un nuevo comentario sobre su propia edición, de la que discípulos suyos hicieron una segunda recensión. Así se explicaría el hecho de que los escolios mencionen a veces dos ediciones de Aristarco. Además escribió numerosas monografías de carácter polémico acerca de diversos aspectos de los poemas homéricos, entre los que hay discusiones contra Comano, uno de sus detractores, y contra Jenón, uno de los eruditos, llamados khorízontes, que no atribuían a Homero la Odisea.

La relativa uniformidad de los papiros posteriores a esta época y de los códices medievales, en todos los cuales han desaparecido las profundas diferencias en el número de versos y en la forma lingüística, induce a pensar que el texto de Aristarco se impuso con carácter general. Sin embargo, los escolios informan acerca de muchos pasajes en los que la lectura de Aristarco no coincidía con la vulgata. En total, de las algo menos de novecientas lecturas que los escolios documentan como de Aristarco, según la información de T. W. Allen (Homeri Ilias I Prolegomena, 199 s.), sólo algo menos del diez por ciento se impuso en la tradición, mientras que casi la mitad de ellas o no aparece en ningún manuscrito o sólo en alguno aislado. De las lecciones de Aristarco, sólo un grupo minoritario es regular o frecuente en los manuscritos. Esto plantea el delicado problema de determinar el origen de la vulgata que parecen representar los códices manuscritos medievales y la inmensa mayoría de los papiros posteriores al siglo II a. C. Se ha supuesto que existía una vulgata, mencionada por los escolios, sobre la que la crítica alejandrina no fue capaz de ejercer su influencia, pero es más probable que el texto editado por Aristarco sea el que se ha convertido en vulgata, y que la aparente contradicción resulte de que el texto editado por Aristarco no siempre coincidía con el que prefería su juicio personal. Si esto es así, estaríamos ante una prueba fehaciente de que Aristarco distinguía nítidamente entre lo que su criterio personal habría preferido y lo que la documentación manuscrita e histórica imponía. Entre los documentos que Aristarco usaba debía de valorar de manera especial algún o algunos ejemplares atenienses, cuyo texto, no obstante, era a veces objeto de su desacuerdo y su crítica. Con esto concuerda el barniz ático de la redacción y el hecho de que Aristarco consideraba a Homero como ateniense (cf. Vita. Hom. ed. Allen, II 13, V 7-8; Proclo, 58-62 Severyns).

Por lo demás, la edición de Aristarco usaba, alterando en parte su significado, los signos críticos marginales que ya Zenódoto había empleado. En cuanto a la valoración de sus procedimientos filológicos, es difícil dar un juicio contundente, aunque, en todo caso, cuando los escolios ofrecen información, se observa que las lecturas de Aristarco concuerdan con las de otras ediciones anteriores, circunstancia que parece indicar que Aristarco se separaba de la vulgata con apoyos documentales, al menos con frecuencia. Además, las lecciones parecen responder a veces a ciertas ideas sistemáticas sobre la lengua de los poemas. Aristarco expuso por escrito en comentarios separados del texto el valor concreto que atribuía a cada signo y, en general, todas las observaciones y discusiones sobre el propio texto editado. Hemos de suponer que tales comentarios, destinados a un círculo de eruditos, tuvieron una difusión muy limitada, mucho menor en todo caso que el propio texto editado, y que, por tanto, influyeron poco sobre la edición propiamente dicha. Contra esta interpretación, que atribuye más influencia a la edición de Aristarco de lo que ha sido común, parecen militar las referencias ocasionales de los escolios a la o a las ediciones «comunes», aunque las lecturas que los escolios adscriben a esta edición no siempre coinciden con las de los manuscritos medievales.

Las fuentes antiguas también indican que en el círculo de Aristarco se realizó la división de la Ilíada y de la Odisea en veinticuatro cantos y que a cada canto se le asignó una de las letras del alfabeto milesio. Ya desde Heródoto y la literatura ática se usan títulos específicos para citar ciertos episodios de la Ilíada.

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