Читать книгу Ilíada - Homero - Страница 62

CANTO I

Оглавление

La cólera[1] canta, oh diosa, del Pelida Aquiles,

maldita, que causó a los aqueos incontables dolores,

precipitó al Hades muchas valientes vidas

de héroes y a ellos mismos los hizo presa para los perros

5y para todas las aves —y así se cumplía el plan de Zeus—,

desde que por primera vez se separaron tras haber reñido

el Atrida, soberano de hombres, y Aquiles, de la casta de Zeus.

¿Quién de los dioses lanzó a ambos a entablar disputa?

El hijo de Leto y de Zeus. Pues, irritado contra el rey,

10una maligna peste suscitó en el ejército, y perecían las huestes

porque al sacerdote Crises había deshonrado

el Atrida. Pues aquél llegó a las veloces naves de los aqueos

cargado de inmensos rescates para liberar a su hija,

llevando en sus manos las ínfulas del flechador Apolo

15en lo alto del áureo cetro, y suplicaba a todos los aqueos,

pero sobre todo a los dos Atridas, ordenadores de huestes:

«¡Oh Atridas y demás aqueos, de buenas grebas!

Que los dioses, dueños de las olímpicas moradas, os concedan

saquear la ciudad de Príamo y regresar bien a casa;

20pero a mi hija, por favor, liberádmela y aceptad el rescate

por piedad del flechador hijo de Zeus, de Apolo.»

Entonces todos los demás aqueos aprobaron unánimes

respetar al sacerdote y aceptar el espléndido rescate,

pero no le plugo en su ánimo al Atrida Agamenón,

25que lo alejó de mala manera y le dictó un riguroso mandato:

«Viejo, que no te encuentre yo junto a las cóncavas naves,

bien porque ahora te demores o porque vuelvas más tarde,

no sea que no te socorran el cetro ni las ínfulas del dios.

No la pienso soltar; antes le va a sobrevenir la vejez

30en mi casa, en Argos, lejos de la patria,

aplicándose al telar y compartiendo mi lecho.

Mas vete, no me provoques y así podrás regresar sano y salvo.»

Así habló, y el anciano sintió miedo y acató sus palabras.

Marchó en silencio a lo largo de la ribera del fragoroso mar

35y, yéndose luego lejos, muchas súplicas dirigió el anciano

al soberano Apolo, al que dio a luz Leto, de hermosos cabellos:

«¡Óyeme, oh tú, el de argénteo arco, que proteges Crisa

y la muy divina Cila, y sobre Ténedos imperas con tu fuerza,

oh Esminteo![2]. Si alguna vez he techado tu amable templo

40o si alguna vez he quemado en tu honor pingües muslos

de toros y de cabras, cúmpleme ahora este deseo:

que paguen los dánaos mis lágrimas con tus dardos.»

Así habló en su plegaria, y Febo Apolo le escuchó

y descendió de las cumbres del Olimpo, airado en su corazón,

45con el arco en los hombros y la aljaba, tapada a ambos lados.

Resonaron las flechas sobre los hombros del dios irritado,

al ponerse en movimiento, e iba semejante a la noche[3].

Luego se sentó lejos de las naves y arrojó con tino una saeta;

y un terrible chasquido salió del argénteo arco.

50Primero apuntaba contra las acémilas y los ágiles perros;

mas luego disparaba contra ellos su dardo con asta de pino

y acertaba; y sin pausa ardían densas las piras de cadáveres.

Nueve días sobrevolaron el ejército los venablos del dios,

y al décimo Aquiles convocó a la hueste a una asamblea:

55se lo infundió en sus mientes Hera, la diosa de blancos brazos,

pues estaba inquieta por los dánaos, porque los veía muriendo.

Cuando se reunieron y estuvieron congregados,

levantóse y dijo entre ellos Aquiles, el de los pies ligeros:

«¡Oh Atrida! Ahora creo que de nuevo a la deriva

60regresaremos, en caso de que escapemos de la muerte,

si la guerra y la peste juntas van a doblegar a los aqueos.

Mas, ea, a algún adivino preguntemos o a un sacerdote

o intérprete de sueños —que también el sueño procede de Zeus

que nos diga por lo que se ha enojado tanto Febo Apolo,

65bien si es una plegaria lo que echa de menos o una hecatombe,

para ver si con la grasa de carneros y cabras sin tacha

se topa[4] y entonces decide apartar de nosotros el estrago.»

Tras hablar así, se sentó; y entre ellos se levantó

el Testórida Calcante, de los agoreros con mucho el mejor,

70que conocía lo que es, lo que iba a ser y lo que había sido,

y había guiado a los aqueos con sus naves hasta Ilio

gracias a la adivinación que le había procurado Febo Apolo.

Lleno de buenos sentimientos hacia ellos, tomó la palabra y dijo:

«¡Aquiles! Me mandas, caro a Zeus, declarar

75la cólera de Apolo, el soberano flechador.

Pues bien, te lo diré. Mas tú comprométete conmigo, y júrame

que con resolución me defenderás de palabra y de obra,

pues creo que voy a irritar a quien gran poder sobre todos

los argivos ejerce y a quien obedecen los aqueos.

80Poderoso es un rey cuando se enoja con un hombre inferior:

incluso si en el mismo día digiere la ira,

mantiene el rencor aún más tarde, hasta satisfacerlo,

en su pecho. Tú explícame si tienes intención de salvarme.»

En respuesta le dijo Aquiles, el de los pies ligeros:

85«Recobra el buen ánimo y declara el vaticinio que sabes.

Pues juro por Apolo, caro a Zeus, a quien tú, Calcante,

invocas cuando manifiestas vaticinios a los dánaos,

que mientras yo viva y tenga los ojos abiertos sobre la tierra,

nadie en las cóncavas naves pondrá sobre ti sus manos pesadas

90de entre todos los aqueos, ni aunque menciones a Agamenón,

que ahora se jacta de ser con mucho el mejor de los aqueos.»

Y entonces ya cobró ánimo y dijo el intachable adivino:

«Ni es una plegaria lo que echa de menos ni una hecatombe,

sino que es por el sacerdote, a quien ha deshonrado Agamenón,

95que no ha liberado a su hija ni ha aceptado el rescate,

por lo que el flechador ha dado dolores, y aún dará más.

Y no apartará de los dánaos la odiosa peste,

hasta que sea devuelta a su padre la muchacha de vivaces ojos

sin precio y sin rescate, y se conduzca una sacra hecatombe

100a Crisa; sólo entonces, propiciándolo, podríamos convencerlo.»

Tras hablar así, se sentó; y entre ellos se levantó

el héroe Atrida, Agamenón, señor de anchos dominios,

afligido: de furia sus negras entrañas a ambos lados muy

llenas estaban, y sus dos ojos parecían refulgente fuego.

105A Calcante en primer lugar dijo, lanzando malignas miradas:

«¡Oh adivino de males! Jamás me has dicho nada útil:

siempre los males te son gratos a tus entrañas de adivinar,

pero hasta ahora ni has dicho ni cumplido una buena palabra.

También ahora pronuncias ante los dánaos el vaticinio

110de que por eso el flechador les está produciendo dolores,

porque yo el espléndido rescate de la joven Criseida

no he querido aceptar; pero es mi firme voluntad tenerla

en casa; pues además la prefiero antes que a Clitemnestra,

mi legítima esposa, porque no es inferior a ella

115ni en figura ni en talla, ni en juicio ni en habilidad.

Pero, aun así, consiento en devolverla, si eso es lo mejor.

Yo quiero que la hueste esté sana y salva, no que perezca.

Mas disponedme en seguida otro botín; que no sea el único

de los argivos sin recompensa, porque tampoco eso está bien.

120Pues todos lo veis: lo que era mi botín se va a otra parte.»

Le respondió el divino Aquiles, de protectores pies:

«¡Oh gloriosísimo Atrida, el más codicioso de todos!

¿Pues cómo te van a dar un botín los magnánimos aqueos?

Ni conocemos sitio donde haya atesorados muchos bienes comunes,

125sino que lo que hemos saqueado de las ciudades está repartido,

ni tampoco procede que las huestes los reúnan y junten de nuevo.

Mas tú ahora entrega esta joven al dios, y los aqueos

con el triple o el cuádruple te pagaremos, si alguna vez Zeus

nos concede saquear la bien amurallada ciudad de Troya.»

130En respuesta le dijo el poderoso Agamenón:

«A pesar de tu valía, Aquiles igual a los dioses, no trates

de robármela con esa excusa; no me vas a engañar ni convencer.

¿Es que quieres que mientras tú sigues con tu botín, yo así

me quede sentado sin él, y por eso me exhortas a devolverla?

135Sí, pero si me dan un botín los magnánimos aqueos

seleccionándolo conforme a mi deseo, para que sea equivalente;

mas si no me lo dan, yo mismo puede que me coja

el tuyo o el botín de Ayante, yendo por él, o el de Ulises

me llevaré y cogeré. Y se irritará aquel a quien yo me llegue.

140Pero esto ya lo deliberaremos más tarde.

Ahora, ea, una negra nave botemos al límpido mar,

reunamos remeros a propósito, metamos en ella una hecatombe,

y a la propia Criseida, de bellas mejillas,

embarquemos; sea su único jefe uno de los consejeros,

145Ayante o Idomeneo o Ulises, de la casta de Zeus,

o tú, oh Pelida, el más terrorífico de todos los hombres,

para que nos propicies al Protector, ofrendando sacrificios.»

Mirándolo con torva faz, replicó Aquiles, de pies ligeros:

«¡Ay! ¡Imbuido de desvergüenza, codicioso!

150¿Cómo un aqueo te va a obedecer, presto a tus palabras,

para andar un camino o luchar valerosamente con los hombres?

No he venido yo por culpa de los troyanos lanceadores

a luchar aquí; porque para mí no son responsables de nada:

nunca hasta ahora se han llevado ni mis vacas ni mis caballos,

155ni nunca en Ftía, de fértiles glebas, nutricia de hombres,

han destruido la cosecha, pues que en medio hay muchos

umbríos montes y también el resonante mar;

a ti, gran sinvergüenza, hemos acompañado para tenerte alegre,

por ver de ganar honra para Menelao y para ti, cara de perro,

160de los troyanos[5]. De eso ni te preocupas ni te cuidas.

Además me amenazas con quitarme tú mismo el botín

por el que mucho pené y que me dieron los hijos de los aqueos.

Nunca tengo un botín igual al tuyo, cada vez que los aqueos

saquean una bien habitada ciudadela de los troyanos.

165Sin embargo, la mayor parte de la impetuosa batalla

son mis manos las que la soportan. Mas si llega el reparto,

tu botín es mucho mayor, y yo, con un lote menudo, aunque grato,

me voy a las naves, después de haberme agotado de combatir.

Ahora me marcho a Ftía, porque realmente es mucho mejor

170ir a casa con las corvas naves, y no tengo la intención

de procurarte riquezas y ganancia estando aquí deshonrado.»

Le respondió entonces Agamenón, soberano de hombres:

«Huye en buena hora, si ése es el impulso de tu ánimo;

no te suplico yo que te quedes por mí. A mi lado hay otros

175que me honrarán, y sobre todo el providente Zeus.

Eres para mí el más odioso de los reyes, criados por Zeus[6],

porque siempre te gustan la disputa, las riñas y las luchas.

Si grande es tu fuerza, es porque un dios te la ha otorgado.

Vete a casa con tus naves y con tus compañeros,

180y reina entre los mirmídones; no me preocupo de ti,

ni me inquieta tu rencor. Pero te voy a hacer esta amenaza:

igual que Febo Apolo me quita a Criseida,

y yo con mi nave y con mis compañeros la voy a enviar,

puede que me lleve a Briseida, de bellas mejillas,

185tu botín, yendo en persona a tu tienda, para que sepas bien

cuánto más poderoso soy que tú, y aborrezca también otro

pretender ser igual a mí y compararse conmigo.»

Así habló, y la aflicción invadió al Pelida, y su corazón

dentro del velludo pecho vacilaba entre dos decisiones:

190o desenvainar la aguda espada que pendía a lo largo del muslo

y hacer levantarse a los demás y despojar él al Atrida,

o apaciguar su cólera y contener su furor.

Mientras revolvía estas dudas en la mente y en el ánimo

y sacaba de la vaina la gran espada, llegó Atenea del cielo;

195por delante la había enviado Hera, la diosa de blancos brazos,

que en su ánimo amaba y se cuidaba de ambos por igual.

Se detuvo detrás y cogió de la rubia cabellera al Pelida,

a él solo apareciéndose. De los demás nadie la veía.

Quedó estupefacto Aquiles, giró y al punto reconoció

200a Palas Atenea; terribles sus dos ojos refulgían.

Y dirigiéndose a ella, pronunció estas aladas palabras:

«¿A qué vienes, ahora, vástago de Zeus, portador de la égida?[7].

¿Acaso a ver el ultraje del Atrida Agamenón?

Mas te voy a decir algo, y eso espero que se cumplirá:

205por sus agravios pronto va a perder la vida.»

Díjole, a su vez, Atenea, la ojizarca diosa:

«Para apaciguar tu furia, si obedeces, he venido del cielo,

y por delante me ha enviado Hera, la diosa de blancos brazos,

que en su ánimo ama y se cuida de ambos por igual.

210Ea, cesa la disputa y no desenvaines la espada con tu brazo.

Mas sí, injúrialo de palabra e indícale lo que sucederá.

Pues lo siguiente te voy a decir, y eso quedará cumplido:

un día te ofrecerá el triple de tantos espléndidos regalos

a causa de este ultraje: tú domínate y haznos caso.»

215En respuesta le dijo Aquiles, el de los pies ligeros:

«Preciso es, oh diosa, observar la palabra de vosotras dos,

aunque estoy muy irritado en mi ánimo, pues así es mejor.

Al que les obedece, los dioses le oyen de buen grado.»

Dijo, y sobre la argéntea empuñadura puso la pesada mano.

220En la vaina empujó de nuevo la enorme espada y no desacató

la palabra de Atenea. Y ésta marchó al Olimpo, a la morada

de Zeus, portador de la égida, junto a las demás deidades.

El Pelida de nuevo con dañinas voces

habló al Atrida y no depuso aún la ira:

225«¡Ebrio, que tienes mirada de perro y corazón de ciervo!

Nunca tu ánimo ha osado armarse para el combate con la hueste

ni ir a una emboscada con los paladines de los aqueos:

eso te parece que es la propia muerte.

Es mucho más cómodo en el vasto campamento de los aqueos

230quitar los regalos al que hable en contra de ti.

¡Rey devorador del pueblo, porque reinas entre nulidades!

Si no, Atrida, ésta de ahora habría sido tu última afrenta.

Mas te voy a decir algo y prestaré además solemne juramento:

por este cetro[8], que ya nunca ni hojas ni ramas

235hará brotar, una vez que ha dejado en los montes el tocón,

ni volverá a florecer, pues el bronce le peló en su contorno

las hojas y la corteza, y que ahora en las palmas llevan

los hijos de los aqueos que administran justicias y velan

por las leyes de Zeus, y éste será para ti gran juramento:

240añoranza de Aquiles llegará un día a los hijos de los aqueos

sin excepción, y entonces no podrás, aunque te aflijas,

socorrerlos, cuando muchos bajo el homicida Héctor

sucumban y mueran. Y en tu interior te desgarrarás el ánimo

de ira por no haber dado satisfacción al mejor de los aqueos.»

245Así habló el Pelida, y tiró al suelo el cetro,

tachonado con áureos clavos, y se sentó.

Y el Atrida al otro lado ardía de cólera. Entre ellos Néstor,

de meliflua voz, se levantó, el sonoro orador de los pilios,

de cuya lengua, más dulce que la miel, fluía la palabra;

250durante su vida ya se habían consumido dos generaciones

de míseros mortales que con él se habían criado y nacido

en la muy divina Pilo, y ya de los terceros era soberano.

Lleno de buenos sentimientos hacia ellos, tomó la palabra y dijo:

«¡Ay! ¡Gran pena ha llegado a la tierra aquea!

255Realmente, estarían alegres Príamo y los hijos de Príamo,

y los demás troyanos enorme regocijo tendrían en su ánimo,

si se enteraran de todo esto por lo que os batís los dos

que sobresalís sobre los dánaos en el consejo y en la lucha.

Mas hacedme caso; ambos sois más jóvenes que yo.

260Ya en otro tiempo con varones aún más bravos que vosotros

tuve trato, y ellos nunca me menospreciaron.

Pues todavía no he visto ni creo que vaya a ver a hombres

como Pirítoo, Driante, pastor de huestes,

265Ceneo, Exadio, Polifemo, comparable a un dios,

y Teseo Egeida, semejante a los inmortales[9].

Aquéllos fueron los terrestres que más fuertes se criaron.

Los más fuertes fueron y con los más fuertes combatieron,

con las montaraces bestias, que de modo asombroso aniquilaron.

Con ellos traté yo cuando acudí desde la lejana Pilo,

270aquella remota tierra, pues ellos mismos me habían convocado.

Y yo combatí solo por mi propia cuenta. Contra aquéllos nadie

de los mortales que ahora pueblan la tierra habría combatido.

Y atendían mis consejos y hacían caso a mis palabras.

Mas hacedme caso también vosotros, pues obedecer es mejor.

275Ni tú, aun siendo valeroso, quites a éste la muchacha;

dejásela, pues se la dieron como botín los hijos de los aqueos,

ni tú, oh Pelida, pretendas disputar con el rey

frente a frente, pues nunca ha obtenido honor similar

el rey portador del cetro, a quien Zeus otorga la gloria.

280Y si tú eres más fuerte y la madre que te alumbró es una diosa[10],

sin embargo él es superior, porque reina sobre un número mayor.

¡Atrida, apacigua tu furia! Soy yo ahora quien te suplica

que depongas la ira contra Aquiles, que es para todos

los aqueos alto bastión que defiende del maligno combate.»

285En respuesta le dijo el poderoso Agamenón:

«Sí que es, oh anciano, oportuno cuanto has dicho.

Pero este hombre quiere estar por encima de todos los demás,

a todos quiere dominar, sobre todos reinar,

y en todos mandar; mas creo que alguno no le va a obedecer.

290Y si buen lanceador lo han hecho los sempiternos dioses,

¿por eso le estimulan a proferir injurias?»

Le interrumpió y respondió Aquiles, de la casta de Zeus:

«De verdad que cobarde y nulidad se me podría llamar

si es que voy a ceder ante ti en todo lo que digas.

295A otros manda eso, pero no me lo

ordenes a mí, que yo ya no pienso obedecerte.

Otra cosa te voy a decir, y tú métela en tus mientes:

con las manos yo no pienso luchar por la muchacha

ni contigo ni con otro, pues me quitáis lo que me disteis.

300Pero de lo demás que tengo junto a la veloz nave negra,

no podrías quitarme nada ni llevártelo contra mi voluntad.

Y si no, ea, inténtalo, y se enterarán también éstos:

al punto tu oscura sangre manará alrededor de mi lanza.»

Tras reñir así con opuestas razones, ambos se levantaron

305y dieron fin a la asamblea junto a las naves de los aqueos.

El Pelida fue a sus tiendas y a sus bien equilibradas naves

con el Menecíada y con sus compañeros.

Y, por su parte, el Atrida botó al mar una veloz nave,

puso en ella veinte remeros elegidos, una hecatombe

310cargó en honor del dios, y a Criseida, de bellas mejillas,

llevó y embarcó. Y como jefe montó el muy ingenioso Ulises.

Y tras subir, comenzaron a navegar por las húmedas sendas.

El Atrida ordenó a las huestes purificarse;

y ellos se purificaron y echaron al mar el agua lustral,

315y sacrificaron en honor de Apolo cumplidas hecatombes

de toros y de cabras junto a la ribera del proceloso mar.

Y la grasa ascendió al cielo enroscándose en el humo.

De esto se ocupaban en el campamento; mas Agamenón no

olvidó la riña ni la amenaza proferida contra Aquiles;

320por el contrario, dijo a Taltibio y a Euríbates,

que eran sus dos heraldos y diligentes servidores:

«Id ambos a la tienda del Pelida Aquiles,

y asid de la mano y traed a Briseida, la de bellas mejillas.

Y si no la entrega, yo mismo en persona puede que la coja

325yendo con más; y eso será todavía más estremecedor para él.»

Tras hablar así, los despachó con este riguroso mandato.

Ambos mal de su grado, bordeando la ribera del proceloso mar,

llegaron a las tiendas y a las naves de los mirmídones,

y lo hallaron junto a la tienda y a la negra nave

330sentado. Realmente no se alegró Aquiles al ver a ambos.

Los dos, por temor y respeto del rey,

se detuvieron sin atreverse a decir ni a preguntar nada.

Pero él se dio cuenta en sus mientes y les dijo:

«¡Salud, heraldos, mensajeros de Zeus y de los hombres!

335Acercaos. No sois vosotros culpables de nada, sino Agamenón,

que a ambos ha despachado en busca de la joven Briseida.

Mas, ea, Patroclo, descendiente de Zeus, saca a la muchacha

y entrégasela para que se la lleven. Sean ambos testigos

ante los felices dioses y ante los mortales hombres,

340y ante él, ante el implacable rey, si alguna otra vez

hay necesidad de mí para apartar un ignominioso estrago

de los demás. Pues con mente funesta se lanza ahora furioso

y no sabe mirar al mismo tiempo hacia delante y hacia atrás,

para que los aqueos luchen por él a salvo junto a las naves.»

345Así habló, y Patroclo obedeció a su compañero,

y sacó de la tienda a Briseida, la de bellas mejillas,

y se la dio para llevarla. Volvieron a las naves de los aqueos,

y la mujer marchó con ellos de mala gana. A su vez, Aquiles

se apartó al punto de sus compañeros y se echó a llorar sentado

350sobre la ribera del canoso mar, mirando al ilimitado ponto.

Muchas plegarias dirigió a su madre, extendiendo los brazos:

«¡Madre! Ya que me diste a luz para una vida efímera,

honor me debió haber otorgado el olímpico

Zeus altitonante. Ahora bien, ni una pizca me ha otorgado,

355pues el Atrida Agamenón, señor de anchos dominios, me

ha deshonrado y quitado el botín y lo retiene en su poder.»

Así habló vertiendo lágrimas, y le oyó su augusta madre

sentada en los abismos del mar al lado de su anciano padre

y al punto emergió, como nubareda de polvo, del canoso mar[11].

360Se sentó delante de él, que seguía vertiendo lágrimas,

lo acarició con la mano, lo llamó con todos sus nombres y dijo:

«¡Hijo! ¿Por qué lloras? ¿Qué pena invade tus mientes?

Habla, no la ocultes en tu pensamiento, sepámosla ambos.»

Con hondos suspiros respondió Aquiles, de pies ligeros:

365«Lo sabes. ¿Por qué relatarte todo eso que ya conoces?

Fuimos a Teba, la sacra ciudad de Eetión,

la saqueamos por completo y nos trajimos aquí todo.

Los hijos de los aqueos se distribuyeron el resto con equidad

y seleccionaron para el Atrida a Criseida, de bellas mejillas.

370Entonces Crises, sacerdote de Apolo, que dispara de lejos,

llegó a las veloces naves de los aqueos, de broncíneas túnicas[12],

para liberar a su hija, cargado de inmensos rescates,

llevando en sus manos las ínfulas del flechador Apolo

en lo alto del áureo cetro, y suplicó a todos los aqueos,

375pero, sobre todo, a los dos Atridas, ordenadores de huestes.

Entonces todos los demás aqueos aprobaron unánimes

respetar al sacerdote y aceptar el espléndido rescate;

pero no le plugo en su ánimo al Atrida Agamenón,

que lo alejó de mala manera y le dictó un riguroso mandato.

380El anciano se marchó irritado. Y Apolo

le escuchó en su súplica, porque le era muy querido,

y lanzó contra los aqueos su funesto dardo. Las huestes

morían en rápida sucesión, y los venablos del dios recorrían

por doquier el vasto campamento de los aqueos. El adivino,

385gracias a su saber, reveló el vaticinio del arquero,

y al instante yo mandé el primero que se aplacara al dios.

El Atrida entonces fue presa de la ira y al punto se levantó

y profirió una amenaza que ya está cumplida:

a la una con una veloz nave los aqueos, de vivaces ojos,

390la acaban de enviar a Crisa y llevan regalos para el soberano;

y con la otra se han ido de mi tienda ahora mismo los heraldos,

con la muchacha de Briseo, que los hijos de los aqueos me dieron.

Mas tú, si puedes, socorre a tu hijo.

Ve al Olimpo y suplica a Zeus, si es que alguna vez en algo

395has agradado el corazón de Zeus de palabra o también de obra;

pues a menudo te he oído en las salas de mi padre

jactarte, cuando afirmabas que de Zeus, el de oscuras nubes,

tú sola entre los inmortales alejaste un ignominioso estrago,

cuando quisieron atarlo entre todos los demás olímpicos,

400Hera y también Posidón y Palas Atenea.

Mas tú, oh diosa, ascendiste y lo soltaste de las ataduras,

llamando de inmediato al espacioso Olimpo al Centímano,

a quien los dioses llaman Briáreo, y todos los hombres

Egeón, porque él es a su vez más fuerte que su padre[13],

405quien se sentó al lado del Crónida, ufano de su gloria;

los felices dioses sintieron miedo de él y ya no lo ataron.

Recuérdaselo ahora, siéntate a su lado y abraza sus rodillas,

a ver si quiere proteger a los troyanos

y acorralar en las popas y alrededor del mar a los aqueos

410entre gran mortandad, para que todos disfruten de su rey,

y se entere el Atrida Agamenón, señor de anchos dominios,

de su yerro, por no dar satisfacción al mejor de los aqueos.»

Respondióle entonces Tetis, derramando lágrimas:

«¡Ay, hijo mío! ¿Por qué te crié si en hora aciaga te

415di a luz? ¡Sin llanto y sin pena junto a las naves debiste

quedarte sentado, ya que tu sino es breve y nada duradero!

Temprano ha resultado ser tu hado e infortunado sobre todos

has sido; por eso, para funesto destino te alumbré en palacio.

A comunicar ese mensaje a Zeus, que se deleita con el rayo,

420voy yo misma al muy nevado Olimpo, a ver si me hace caso.

Mas tú ahora, sentado junto a las naves, de ligero curso,

conserva tu cólera contra los aqueos y abstente del combate.

Zeus fue ayer[14] al Océano a reunirse con los intachables etíopes

para un banquete, y todos los dioses han ido en su compañía.

425Al duodécimo día regresará al Olimpo,

y entonces yo iré a la morada, de broncíneo piso, de Zeus

y me abrazaré a sus rodillas, y creo que me hará caso.»

Tras hablar así, se marchó y lo dejó allí mismo,

irritado en su ánimo por la mujer, de bello talle,

430que por la fuerza y contra su voluntad le habían quitado.

En tanto Ulises llegó a Crisa conduciendo la sacra hecatombe.

Cuando arribaron al interior del puerto, de múltiples simas,

arriaron velas y las depositaron en la negra nave,

abatieron el mástil sobre la horquilla, arriándolo con cables

435raudamente, y a remo impulsaron el barco hasta el fondeadero.

Echaron cameras anclas y ataron las amarras de popa.

Saltaron ellos mismos sobre la rompiente del mar

y sacaron la hecatombe en honor del flechador Apolo.

Y salió Criseida de la nave, surcadora del ponto.

440Luego, el muy ingenioso Ulises la condujo hacia el altar,

la puso en manos de su padre y le dijo:

«¡Crises! Agamenón, soberano de hombres, me ha enviado

a traerte a tu hija y a ofrecer a Febo una sacra hecatombe

en favor de los dánaos, para propiciarnos al soberano,

445que ahora ha dispensado deplorables duelos a los argivos.»

Tras hablar así, la puso en sus manos, y él acogió alegre

a su hija. Con ligereza la sacra hecatombe en honor del dios

colocaron seguidamente en torno del bien edificado altar

y se lavaron las manos y cogieron los granos de cebada majada.

450Crises oró en alta voz, con los brazos extendidos a lo alto:

«¡Óyeme, oh tú, el de argénteo arco, que proteges Crisa

y la muy divina Cila, y sobre Ténedos imperas con tu fuerza.

Ya una vez antes escuchaste mi plegaria, y a mí me honraste

e infligiste un grave castigo a la hueste de los aqueos.

455También ahora cúmpleme este otro deseo:

aparta ya ahora de los dánaos el ignominioso estrago.»

Así habló en su plegaria, y le escuchó Febo Apolo.

Tras elevar la súplica y espolvorear granos de cebada majada,

primero echaron atrás las testudes, las degollaron y desollaron;

460despiezaron los muslos y los cubrieron con grasa

formando una doble capa y encima pusieron trozos de carne cruda.

El anciano los asaba sobre unos leños, mientras rutilante vino

vertía; al lado unos jóvenes asían asadores de cinco puntas.

Tras consumirse ambos muslos al fuego y catar las vísceras,

465trincharon el resto y lo ensartaron en brochetas,

lo asaron cuidadosamente y retiraron todo del fuego.

Una vez terminada la faena y dispuesto el banquete,

participaron del festín, y nadie careció de equitativa porción.

Después de saciar el apetito de bebida y de comida,

470los muchachos colmaron crateras[15] de bebida,

que repartieron entre todos tras ofrendar las primicias en copas.

Todo el día estuvieron propiciando al dios con cantos y danzas

los muchachos de los aqueos, entonando un peán[16] en el que

celebraban al Protector; y éste se recreaba la mente al oírlo.

475Cuando el sol se puso y sobrevino la oscuridad,

se acostaron a lo largo de las amarras de popa de la nave,

y al aparecer la hija de la mañana, la Aurora, de rosados dedos,

se hicieron a la mar hacia el vasto campamento de los aqueos;

un próspero viento les enviaba el protector Apolo.

480Izaron el mástil y desplegaron a lo alto las blancas velas,

el viento hinchó de pleno el velamen, y las rizadas olas

gemían a los lados de la quilla al compás del avance de la nave.

Y ésta surcaba olas abajo, llevando a término la ruta.

Mas una vez llegados al vasto campamento de los aqueos,

485remolcaron la negra nave sobre tierra firme,

la vararon arriba en la arena y la calzaron con largas escoras;

y luego ellos se dispersaron por las tiendas y las naves.

Velaba su cólera sentado junto a las naves, de veloz curso,

el hijo de Peleo, descendiente de Zeus, Aquiles, de pies ligeros,

490y ni frecuentaba la asamblea, que otorga gloria a los hombres,

ni el combate, sino que iba consumiendo su corazón

allí quieto y añoraba el griterío de guerra y la batalla.

Pero al llegar a partir de aquel día la duodécima aurora,

entonces volvieron al Olimpo los sempiternos dioses juntos

495con Zeus a la cabeza. Tetis no había olvidado los encargos

de su hijo y emergió de las ondas del mar

y ascendió de mañana al elevado cielo y al Olimpo.

Halló al Crónida, de ancha voz, sentado aparte de los demás

en la cumbre más elevada del Olimpo, lleno de riscos.

500Se sentó delante de él mismo, le abrazó las rodillas

con la izquierda y, asiendo con la diestra su barba por debajo[17],

dijo, suplicante, al soberano Zeus Cronión:

«¡Padre Zeus! Si alguna vez entre los inmortales

te he favorecido de palabra o de obra, cúmpleme este deseo:

505honra a mi hijo, sujeto al más temprano hado entre todos

y a quien, además, ahora Agamenón, soberano de hombres,

ha deshonrado y quitado el botín y lo retiene en su poder.

Mas tú véngalo, providente Zeus Olímpico,

e infunde poderío a los troyanos, hasta que los aqueos

510den satisfacción a mi hijo y lo exalten de honores.»

Así habló, y nada respondió Zeus, que las nubes acumula,

y permaneció un rato sentado en silencio. Tetis, una vez asida

a sus rodillas, seguía así agarrada y preguntó por segunda vez:

«De verdad prométemelo y asiente a ello,

515o deniégalo, ya que no cabe el temor en ti; así sabré bien

hasta qué punto soy la divinidad más vilipendiada entre todas.»

Muy enojado, le respondió Zeus, que las nubes acumula:

«¡Desastres se avecinan, pues me impulsarás a enemistarme

con Hera, cuando ella me provoque con injuriosas palabras!

520Aun sin motivo, una y otra vez entre los inmortales dioses

me recrimina y afirma que protejo a los troyanos en la lucha.

Mas tú ahora márchate de nuevo, no sea que note algo

Hera. De mi cuenta quedará eso para cumplirlo.

¡Ea, asentiré con la cabeza, para que me hagas caso!

525Entre los inmortales esta señal, viniendo de mí, es la prueba

más segura; pues es irrevocable, no tiene engaño

y no queda sin cumplir lo que garantizo con mi asentimiento.»

Dijo, y sobre las oscuras cejas asintió el Cronión;

y las inmortales guedejas del soberano ondearon

530desde la inmortal cabeza, y el alto Olimpo sufrió una honda sacudida.

Los dos, tras deliberar así, se separaron. Ella entonces

se zambulló en el profundo mar desde el resplandeciente Olimpo,

y Zeus volvió a su morada. A una los dioses se incorporaron

de sus asientos a la vista del padre, y ninguno osó aguardar

535quieto su llegada, pues todos se levantaron a su paso.

Sentóse allí, sobre el trono, y no ignoró Hera,

al verlo, que con él había trazado ciertos planes

Tetis, la de argénteos pies, la hija del marino anciano.

Al punto, con mordaces palabras dijo a Zeus Cronión:

540«¿Qué dios, urdidor de dolos, ha trazado esta vez planes

contigo? Siempre te gusta deliberar cuando estás lejos de mí

y tomar decisiones clandestinas, y jamás hasta ahora conmigo

has sido benévolo ni has osado decirme el plan que proyectas.»

Le respondió entonces el padre de hombres y de dioses:

545«Hera, no esperes realmente todos mis propósitos

conocer; difícil para ti será, aun siendo mi esposa.

El que convenga que escuches ningún otro

de los dioses ni de los hombres lo conocerá antes que tú;

mas de los que lejos de los dioses yo quiera decidir

550ni preguntes por cada uno ni trates de indagarlos.»

Le respondió entonces la augusta Hera, de inmensos ojos:

«¡Atrocísimo Crónida! ¿Qué clase de palabra has dicho?

No es excesivo lo que a veces te pregunto y procuro indagar,

sino que muy tranquilo deliberas lo que quieres.

555Mas ahora un temor atroz tengo en mi mente de que te engañe

Tetis, la de argénteos pies, la hija del marino anciano.

Pues al amanecer sentóse junto a ti y te abrazó las rodillas.

Creo que con tu veraz asentimiento le has garantizado honrar

a Aquiles y arruinar a muchos sobre las naves de los aqueos.»

560En respuesta le dijo Zeus, que las nubes acumula:

«¡Desdichada! Siempre sospechas y no logro sustraerme a ti.

Nada, empero, podrás conseguir, sino de mi ánimo

estar más apartada. Y eso para ti aún más estremecedor será.

Si eso es así, es porque así me va a ser caro.

565Mas siéntate en silencio y acata mi palabra,

no sea que ni todos los dioses del Olimpo puedan socorrerte

cuando yo me acerque y te ponga encima mis inaferrables manos.»

Así habló, y sintió miedo la augusta Hera, de inmensos ojos,

y se sentó en silencio, doblegando su corazón:

570Se enojaron en la morada de Zeus los celestiales dioses,

y entre ellos Hefesto, el ilustre artífice, comenzó a hablar,

procurando complacer a su madre, Hera, la de blancos brazos:

«Calamitosas serán estas acciones y ya no tolerables,

si vosotros dos por culpa de unos mortales os querelláis así

575y entre los dioses promovéis reyerta. Tampoco del banquete

magnífico habrá gusto, pues lo inferior está prevaleciendo.

A mi madre yo exhorto, aunque ella misma se da cuenta,

a que procure complacer al padre Zeus, para evitar que vuelva

a recriminarla mi padre y a nosotros nos perturbe el festín.

580Pues el fulminador Olímpico incluso si quiere

de los asientos arrojarnos, es con mucho el más fuerte;

mas tú atráetelo con palabras halagadoras.

Entonces pronto el Olímpico nos será propicio.»

Así habló y alzando una copa de doble asa,

585se la puso a su madre en la mano y le dijo:

«Soporta, madre mía, y domínate, aunque estés apenada;

que a ti, aun siéndome tan querida, no tenga que verte con mis ojos

apaleada. Entonces no podré, aun afligido,

socorrerte, pues doloroso es rivalizar con el Olímpico:

590ya en otra ocasión a mí, ansioso de defenderte,

me arrojó del divino umbral, agarrándome del pie[18].

Y todo el día estuve descendiendo y a la puesta del sol

caí en Lemnos. cuando ya poco aliento me quedaba dentro.

Allí los sinties me recogieron nada más caer.»

595Así habló, y se sonrió Hera, la diosa de blancos brazos,

y tras sonreír aceptó de su hijo en la mano la copa.

Mas él a todos los demás dioses de izquierda a derecha

fue escanciando dulce néctar, sacándolo de la cratera.

Y una inextinguible risa se elevó entre los felices dioses,

600al ver a Hefesto a través de la morada jadeando.

Así entonces durante todo el día hasta la puesta del sol

participaron del festín, y nadie careció de equitativa porción

ni tampoco de la muy bella fórminge, que mantenía Apolo,

ni de las Musas, que cantaban alternándose con bella voz.

605Mas al ponerse la refulgente luz del sol,

se marcharon a acostarse cada uno a su casa,

donde a cada cual una morada el muy ilustre cojitranco,

Hefesto, había fabricado con su mañoso talento.

También a su lecho marchó Zeus, el Olímpico fulminador,

610donde descansaba cada vez que le llegaba el dulce sueño.

Allí subió y se durmió, y a su lado Hera, de áureo trono.

[1] La primera palabra del poema cumple la misma función que el título en los libros modernos. También en la primera frase se indica a partir de qué momento de la leyenda comienza el poema. Los escolios dan títulos a distintas partes del poema, muchas de las cuales coinciden con un canto completo; en el caso del canto I, el título tradicional es el de «Cólera» (Mênis).

[2] El epíteto o bien es un derivado de un nombre de un topónimo de la Tróade o bien hace referencia a la creencia de que el dios Apolo libera de las pestes de ratones caseros. La invocación que aquí hace Crises obedece a la peste que en seguida enviará Apolo contra los aqueos.

[3] Es decir, «negro de ira».

[4] La parte de los sacrificios que arde y, al ascender al cielo, llega hasta los dioses.

[5] La expedición de los diferentes estados griegos pretendía recobrar a Helena, raptada por Paris, y castigar la fechoría de los troyanos.

[6] Aunque Agamenón es el general en jefe de la expedición, hay otros reyes de estados y pueblos independientes, por lo que la autoridad de Agamenón es poco segura siempre y a veces puramente nominal.

[7] La égida es el escudo de piel de cabra que es atributo de Zeus.

[8] Que debe de tener en la mano, pues en la asamblea el que está en uso de la palabra lleva el cetro.

[9] Los héroes del pasado mencionados son lápitas de Tesalia que, ayudados por Teseo de Atenas, lucharon contra los Centauros cuando intentaron durante la celebración de las bodas de Pirítoo e Hipodamía raptar a las mujeres.

[10] Tetis.

[11] Tetis, la madre de Aquiles, es una diosa marina, una hija de Nereo.

[12] El epíteto puede hacer referencia al escudo o a la coraza.

[13] Los demás ejemplos en los que se menciona una denominación distinta en la lengua de los dioses y en la de los hombres son II 813 s., XIV 290 s., XX 74, Od. X 305, XII 61.

[14] Los versos 221 ss. anteriores dan por sentado que Zeus y las demás deidades están ese mismo día en el Olimpo. Otro período de once días, durante el que hay una tregua para el funeral de Héctor, se menciona en XXIV 664 ss. (cf. 784 ss.).

[15] Recipientes donde se mezcla el agua y el vino que luego se escancia en las copas. La transcripción correcta de la forma griega al castellano sería cráter, pero la transliteración caprichosa cratera o crátera se ha hecho común.

[16] Canto o grito de alegría con el que se invoca a Peán, nombre que a veces se aplica a Apolo.

[17] Ésta es la postura típica y ritual del suplicante.

[18] Es probable que se refiera al incidente aludido en XV 18-24. Hubo además otra ocasión en la que Hefesto fue arrojado del Olimpo (cf. XVIII 394 ss.). Una o ambas caídas deben de explicar la cojera del dios.

Ilíada

Подняться наверх