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Los "mojados"

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Durante una misión de asesoría en Guatemala, colaboró conmigo un ingeniero informático de origen Maya llamado Omar. Era testigo de Jehová y provenía de la región de Quetzaltenango. De inmediato demostró su excepcional calidad humana y profesional para reforzar nuestro equipo.

De tanto compartir nuestro trabajo, fui conociendo más su abnegada historia para llegar a ser profesional y cómo apoyaba económicamente a sus hermanos menores para que también lo lograran. Cuando entró a la Universidad salió por primera vez de su ciudad natal, donde su madre tenía un humilde comercio artesanal y su padre había emigrado a Estados Unidos, sin que de él nunca más se supiera.

Cuando fue contratado por la misión del Banco Mundial en Pakistán, Omar debió viajar a Islamabad haciendo escala en Estados Unidos, país que visitaba por primera vez y le inquietaba mucho. Razones no le faltaban, pues su padre dejó a su familia buscando un destino mejor en Estados Unidos, ingresando a México por Chiapas, para tomar el tren que por tramos lo llevaría a la frontera americana. Se le denominaba “la Bestia”, pues transportaba a los indocumentados en las más peligrosas condiciones imaginables.

Los tramos de los trenes de carga se sucedían desde Chiapas a Ciudad de México vía Oaxaca, trecho al que denominaban “el infierno”, pues se debía pernoctar precariamente sobre el techo de los vagones y por días completos los migrantes no dormían, pues si perdían el equilibrio podían quedar destrozados al caer. Los sobrevivientes sufrían asaltos, robos y violaciones de quienes merodeaban las estaciones para hacerse del poco dinero y ropa que llevaban. Quienes resistían, debían enfrentar vejámenes y deportaciones por parte de la corrupta policía de migración mexicana.

Una vez en las estaciones de Ciudad de México, los sobrevivientes debían elegir por qué paso fronterizo intentarían llegar a Estados Unidos y repetir el largo y martirizador proceso hasta Tamaulipas, Coahuila, Chihuahua o Sonora. Para eso dependían de quienes podían esperarlos en la frontera y si eran capaces de pagar a los denominados “coyotes”, inmisericordes traficantes que explotaban la miseria de aquellos inmigrantes ilegales que habían sido forzados a buscar un mejor destino.

Los inmigrantes debían cruzar los límites fronterizos por el extenso desierto de Arizona o vadear peligrosamente el río Bravo, que separa ambos países, con un gran porcentaje de indocumentados abandonados a su suerte por los inmisericordes traficantes. De allí vienen los términos “coyotes” y “mojados”. Los que sobrevivían debían enfrentarse a la policía migratoria de Estados Unidos, y de los miles que morían en el camino, probablemente enterrados en fosas comunes, nadie sabrá jamás.

En su segundo viaje a Pakistán, Omar lo hizo acompañado de su familia. Solicitó una escala sin paga en Estados Unidos para aprovechar de conocer a su suegro, quien también había sido “mojado” hacía más de veinte años, cuando dejó a su familia esperando volver algún día con dinero para construir una casa en Guatemala, pero no lo había logrado. Los trámites fronterizos debieron ser una carga durísima para Omar, pero bien valían para lograr que al menos un abuelo conociera a sus nietos.

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