Читать книгу Para hacer el cuento corto... - Hugo Hanisch Ovalle - Страница 12
Viajando en el expreso medio oriente
ОглавлениеCorría el año 1998 y Hungría tomaba consciencia de que incorporarse a la Unión Europea significaba un esfuerzo para el cual no estaba preparada. Las políticas de austeridad y eficiencia a las que forzaban los organismos internacionales llevaron a un quiebre de tal magnitud, que el Banco Mundial cerró sus oficinas en Budapest. Muchos consultores fueron despedidos y yo fui destinado a Szolnok, una ciudad a dos horas al oriente de Budapest, donde debía desarrollar un plan piloto que demostrase las virtudes de mi consultoría.
Afortunadamente, en Szolnok se me pasó un pequeño departamento al costado de la estación de ferrocarriles y me ahorré varias “lucas” por arriendo. Szolnok era una ciudad milenaria con poco atractivo, pues había sido devastada muchas veces: primero por los turcos, después los alemanes y finalmente los rusos. La ciudad que estaba en mitad de la inmensa llanura húngara, durante el invierno permanecía nevada y su paisaje era muy semejante a los de la película Dr. Zhivago.
El gobierno me hacía reportar los avances en Budapest dos veces por semana, pero no tenía cómo viajar, pues los dineros del proyecto se habían retenido y la tramitación local de mis pagos era lentísima, así que aprendí a colarme en los trenes. Partí averiguando cuándo pasaba el inspector de boletos para escurrirme al baño. En dos oportunidades que no pude hacerlo por estar ocupados, debí bajarme en la estación más cercana. Una vez fue en Albertirsa, donde tuve que esperar más de tres horas, pues era una estación pequeñita en que los trenes raramente paraban. La otra vez fue en Cegléd, donde me tocó nevando y debí hacer ejercicios por más de una hora para no congelarme.
En una oportunidad, en la estación Keleti tomé el tren sin notar que su convoy estaba conformado por varios vagones lujosísimos completamente separados de otra sección de segunda clase. Los primeros correspondían al famoso expreso del medio oriente que arrancaba en Londres y finalizaba en Estambul. Estaba llenos de lujos y comodidades por las cuales los turistas ricos pagaban fortunas para el viaje, que demoraba una semana.
La otra sección se enganchaba en Budapest con destino a Bucarest y al parecer permitía viajar a los gitanos pobres que iban y volvían con frecuencia a su país. Los vagones eran sucios y ellos jugaban cartas y fumaban mientras sus mujeres administraban una chorrera de niños entre sus largas faldas y daban pecho a los menores. Era un viaje para gente pobre y desordenada que nadie se atrevía a controlar, en especial sabiendo cómo en Hungría se menospreciaba a los gitanos.
Con esa experiencia, lo primero que hice fue averiguar qué días pasaba, para coordinar ese itinerario con mis reportes y de esa manera viajé varios meses. En esas travesías debía estar atento no solo a los inspectores, sino a mi billetera y mi computadora, pues era conocida la devoción de los gitanos por lo ajeno. Por suerte el trayecto era corto y arrancaba en Budapest con los vagones limpios, pero creo que, si el viaje hubiese sido más largo, me habría resultado bastante difícil mantener la gratuidad. Al final me quedé con las ganas de viajar en un vagón de primera clase del famoso expreso del medio oriente, pues me pagaron como una semana antes de partir a Rusia.