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Club militar de Islamabad

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Pakistán es un país en permanente guerra con la India a causa de Cachemira, cuyo rajá musulmán fue coimeado para unirse a la mayoría hindú en 1948. El proceso de desintegración del virreinato británico fue sanguinario pues los musulmanes del Punjab, que vivían en Delhi, se intercambiaron a sangre y fuego con los hindúes que vivían en Lahore y Karachi. Cachemira quedó en medio de la batahola con una población devota del Islam, pero bajo férula hindú, generando una cruenta guerra civil hasta que Naciones Unidas tomó el control con observadores militares de varios países, entre los que estaba Chile.

Desde entonces, algunos coroneles de nuestro ejército y Fuerza Aérea son escogidos para la misión de contener a dos potencias militares que se odian. Las familias de estos oficiales viven en Islamabad y cuando son relevadas, se transfieren los arriendos de sus casas y los empleados domésticos, que ya hablan en chileno, cocinan cazuelas y hacen estupendas empanadas “caldúas”.

Mi destinación a Pakistán tuvo la grata sorpresa de encontrar adonde parecía imposible, estas dos familias chilenas y la consulesa de Chile en Islamabad, bióloga chilena casada con un agrónomo de ese país. No existe ni un chileno más entre los más de doscientos millones de pakistaníes, por lo que fue muy simpático poder compartir con ellos, en especial para los 18 de septiembre, cuando convidaban a sus compañeros a unas bien regadas ramadas.

Las misiones militares asistían a un club de campo del ejército, donde no regían las rígidas normas islámicas respecto a la prohibición de beber alcohol y comer carne de cerdo. Además, tenían una piscina donde compartían hombres y mujeres, algo absolutamente vedado por el Corán. Allí descansaban y compartían los cascos azules de Chile, Croacia, Suecia, Corea del sur, Nigeria, Honduras y Canadá, quienes se rotaban el mando de los patrullajes que duraban varias semanas en las altas montañas cachemiras.

Fui invitado un día por mis amigos a departir una tarde de piscina. Bajo el toldo de cada mesa había más vino y cerveza que en todo Pakistán. Pedimos chuletas de chancho, naturalmente imposibles de conseguir en los mercados, y cuando esperábamos nuestro pedido, vimos cómo el mozo que nos atendía abría literalmente la boca mirando hipnotizado la piscina que estaba a nuestras espaldas, tastabillaba y ruidosamente caía a la larga con todas las bandejas que se desparramaron por el suelo. Se levantó avergonzado y empezó a recoger la comida esparcida sin despegar sus desorbitados ojos de lo que sucedía atrás nuestro.

Obviamente seguimos su mirada para caer en cuenta de que la razón de su encantamiento eran las mujeres de los observadores suecos, que despreocupadamente tomaban el sol en topless, tal como lo hacían en Europa. Mientras sin el menor recato charlaban alegres, el mozo trataba infructuosamente de recoger las cosas a tientas, pues le era imposible apartar la vista del inusitado espectáculo que se abría ante sus ojos. Llegaron a ayudarlo otros meseros que se iban paralizando boquiabiertos a medida que descubrían los desnudos cuerpos femeninos. Solo una orden marcial los sacó del embobamiento y rogó a las mujeres que se cubrieran algo para que los comensales pudiesen ser nuevamente atendidos.

Los garzones se dieron un gustito que era absolutamente imposible de conseguir en un país donde la mitad de las mujeres usaban burkas, y la otra vestía recatados kamises y chales de seda que apenas dejaban ver los tobillos. Imagino que nadie intentó reprenderlos…

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